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Comedores de porquerías: control y sanción de la alimentación indígena, desde la óptica española en el Nuevo Reino de Granada (siglos XVI y XVII)

Authors:

Abstract

Between the Sixteenth and Seventeenth centuries, Spanish people in Nuevo Reino de Granada built an image of indigenous groups as eaters of unacceptable products for human consumption. This was based upon food characteristics as well as practices and habits associated with food intake. The article explains the way in which these images were built and transformed and how these processes were directly linked with ideas related to the dichotomy of civilized or savage, but fundamentally to the concept of humanity and the characteristics assigned to this.
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Comedores de porquerías: control y sanción de la
alimentación indígena, desde la óptica española en
el Nuevo Reino de Granada (siglos XVI y XVII)*
Entre los siglos XVI y XVII, en el Nuevo Reino de Granada, los
españoles construyeron una imagen de los grupos indígenas como comedores
de productos inaceptables para el consumo humano, bien fuera por las
características intrínsecas de los alimentos, o bien por prácticas, costumbres
y contexto asociados a la ingesta. En este artículo se trata de mostrar la forma
en que se construyó y se transformó esta imagen y cómo tenían un vínculo
común, asociado al concepto de salvaje o civilizado, pero fundamentalmente, al
de humanidad, y las características que las concedían.
Palabras claves:
Alimentación; Identidades; Bebidas fermentadas; Consumo
Between the Sixteenth and Seventeenth centuries, Spanish people
in Nuevo Reino de Granada built an image of indigenous groups as eaters of
unacceptable products for human consumption. This was based upon food
characteristics as well as practices and habits associated with food intake. The
article explains the way in which these images were built and transformed and
how these processes were directly linked with ideas related to the dichotomy
of civilized or savage, but fundamentally to the concept of humanity and the
characteristics assigned to this.
Key words:
Diet; Identities; Fermented Drinks; Consumption
AUTOR
Gregorio Saldarriaga
Universidad de
Antioquia, Medellín,
Antioquia, Colombia
gregorio@antares.
udea.edu.co
Disgusting food eaters: Indigenous food control and sanction from the Spanish
perspective. Nuevo Reino de Granada (Sixteenth and Seventeenth centuries)
Comedores de porcarias: controle e sanção da alimentação indígena, a partir
da ótica espanhola no Novo Reino de Granada (séculos XVI e XVII)
DOI
10.3232/RHI.2009.
V2.N2.02
17
HIb. REVISTA DE HISTORIA IBEROAMERICANA | ISSN: 1989-2616 | Semestral | Año 2009 | Vol. 2 | Núm. 2
Entre os séculos XVI e XVII, no Novo de Granada, os espanhóis construíram uma imagem
dos grupos indígenas como comedores de produtos inaceitáveis para o consumo humano, já
seja pelas características intrínsecas dos alimentos, ou seja pelas práticas, costumes e contexto
associados à ingestão. Neste texto trata-se de mostrar a maneira em que foi construída e
transformada essa imagem e como tinham um vínculo comum, associado ao conceito de
selvagem ou civilizado, mas fundamentalmente, o da humanidade, e as características que as
concediam.
Palavras-chave:
Alimentação; Identidades; Bebidas fermentadas; Consumo
Introducción
Durante el periodo colonial es claro que los indígenas fueron considerados personas de
calidad inferior a los europeos. La ausencia de cacicazgos fuertes, de gran tamaño y extensión
de dominio en el Nuevo Reino de Granada (salvo en la zona muisca) causó la impresión de
que los indios de este territorio eran inferiores incluso a los de la Nueva España, Guatemala y
Perú. Con respecto a la alimentación de los indígenas sucedió algo similar. Cabe recordar que
ésta es una de las características más fuertes en las que los grupos encuentran identificación
propia y otorgan a otros grupos parte de su identidad por lo que comen. La dieta, sus normas y
preparaciones cumplían el papel de marcas civilizatorias ante los ojos de los españoles.
Trataré de mostrar la forma en que esta subvaloración se construyó desde la alimentación,
con unas características que variaron con el tiempo, siguiendo una lógica más o menos clara.
Por fines expositivos, se dividirán esos estigmas asignados en tres niveles diferentes. Si bien en
algún momento coexistieron en el tiempo los tres niveles, es claro que hubo algunos de mayor
duración o de más lenta transformación, en parte por los alcances de la sociedad española en
las Indias, sus posibilidades, necesidades e interacciones con los grupos aborígenes.
Los indios caníbales
Como han señalado ya varios investigadores desde la antropología y la etnohistoria, la
antropofagia entre los aborígenes del Valle del Cauca1 era producto de la guerra que los grupos
en conflicto desarrollaban entre sí2. Era una actividad altamente ritualizada que buscaba la
apropiación de las fuerzas enemigas y la consolidación del poder guerrero mediante la ingestión
de los combatientes enemigos caídos o capturados en combate. Estos enfrentamientos se
podían dar entre pequeños cacicazgos colindantes, como fue el caso en el occidente del Nuevo
Reino de Granada, o podían ser enfrentamientos entre grupos medianamente grandes contra
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una formación social más estructurada y de mayor tamaño, como era el caso de los pijaos y
panches que atacaban constantemente las posesiones muiscas.
Con la llegada de los españoles, la guerra de conquista, defensa y desequilibrio (o por
lo menos un nuevo marco de relaciones), las prácticas antropofágicas adquirieron mayores
dimensiones y nuevas características. El desequilibrio de fuerzas provocado por la expansión
occidental conllevó la necesidad de tratar de adaptarse a este embiste, bien fuera como aliados
o como enemigos declarados. Tanto en un caso o en el otro, hubo antropofagia, bien fuera
porque los grupos que establecían vínculos con los españoles consumían a sus enemigos bajo
el amparo que les proporcionaban los nuevos aliados (no obstante una velada o abierta censura
por parte de éstos), o bien porque los grupos enemigos se comieran a los españoles y a sus
indios de servicio. Según estudios recientes, tanto la fuerza simbólica inherente al consumo de
carne humana como la necesidad de proveerse de alimentos en un momento en el que no había
muchos disponibles (debido a estrategias de guerra de la conquista), llevaron a un “canibalismo
de subsistencia”3.
Los españoles no asignaron a los significados rituales de la práctica los valores que tenían,
sino que comprendieron la práctica bajo su perspectiva cultural. Por lo tanto, las descripciones
que se encuentran en los cronistas están llenas de calificativos morales, relativos al terrible
pecado que ellos veían. Cieza de León señalaba que los indios del occidente del Nuevo Reino
de Granada eran grandes carniceros, y “hacían sus vientres sepulturas unos de otros”4.
En el marco de las necesidades de la conquista, algunos españoles recurrieron a ella,
bien fuera al encontrar las preparaciones ya realizadas, o porque expresamente aprovecharon
carne humana que se encontraban para realizar un plato, o bien porque directamente mataron
a los indígenas que posteriormente consumieron5. La antropofagia no era algo desconocido en
Europa, pues en tiempos de escasez fue, en ocasiones, una solución extrema que permitía
sobrevivir hasta la llegada de mejores tiempos6. Ahora bien, esto no hizo que una práctica se
comparara con la otra, simplemente porque sobre los casos europeos había un oscuro velo que
no permitía verlos o siquiera hablar de ellos; la experiencia de expansión occidental permitía
proyectar las sombras más oscuras sobre las nuevas alteridades que se iban incorporando
al conocimiento europeo7. Tal vez por el silencio sobre las prácticas europeas o porque no
encontraban un modelo mejor de comparación, los hombres sacrificados y consumidos por los
indios caníbales adquirieron características cercanas a la ganadería; incluso llegaron a utilizar
sus conceptos: se encuentran caciques que engordaban prisioneros o esclavos como a capones,
o incluso en un nivel de exageración extrema, se asegura que entre los pijaos se utilizaban
carnicerías públicas de hombres8.
Los casos en los cuales resulta más clara la presencia de prácticas caníbales se daba
en territorios donde el poder de los españoles se estaba rebatiendo y combatiendo, bien fuera
por los grupos indígenas de la costa Caribe, tanto de Cartagena como de Santa Marta, de Arma,
Anserma, Cartago, Cali, Timaná, la Plata, Ibagué o del Orinoco9. Los informes sobre canibalismo
se produjeron en la etapa temprana de la conquista, o bien en acometidas posteriores que
buscaban imponer el orden español a grupos que no habían sido sometidos a comienzos del XVII,
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o incluso a finales del mismo siglo. En resumen, en el Nuevo Reino de Granada la antropofagia
era producto de las confrontaciones de poder militar, que se vio exacerbada por la presencia de
los españoles.
Basados en la necesidad de mano de obra y en preceptos morales, los españoles hicieron
uso político de la antropofagia: esclavizaron, con permiso de la Corona, a los indígenas que la
practicaran10. Igualmente se valieron de esta práctica para mostrar el salvajismo de los indios: a
ojos de los españoles, eran hombres sanguinarios que no hacían uso de la agricultura y basaban
su sustento en pescados y humanos11, por lo tanto carecían de los elementos alimentarios
básicos para constituirse en seres racionales. Estos elementos se juntaron en la perspectiva
de los españoles para crear una visión de gente que al consumir carne humana, desconocía
principios reguladores y vivía en medio del desorden y el caos, como animales salvajes.
La mayor parte de la documentación sobre canibalismo se produjo en medio de guerras
y enfrentamientos y, por lo tanto, se redujo considerablemente después de las primeras décadas
del siglo XVII, luego de la guerra de exterminio contra los pijaos. No obstante, la idea de los
indios comedores de carne humana, desordenados y anárquicos, se terminó extendiendo
a grupos indígenas que ya estaban sometidos a los españoles, que no se rebelaban y que
tradicionalmente no hacían uso del consumo de esta carne12. En parte, esta expansión se dio
porque estaba asociada a los indios que comían y bebían sin orden, que comían lo que no se
debía comer.
Indios borrachos y desordenados
Desde los comienzos de la implantación del poder español en territorio del Nuevo Reino
de Granada, los conquistadores constataron que la mayor parte de los grupos indígenas carecía
de relaciones jerárquicas fuertemente estratificadas. En muchos pueblos, el poder de un cacique
o caudillo se limitaba a momentos específicos de la vida de las comunidades, como la guerra o
las cosechas. Tanto en los grupos en los cuales había caciques permanentes, como en los que
eran temporales, las relaciones estaban mediadas por mecanismos de reciprocidad, en los que
se intercambiaba trabajo y obediencia por alimentos y bebidas. Salvo en los territorios muiscas,
la idea de trabajo organizado y dirigido para entregar los productos a una persona o poder
centralizado era extraña a la mayor parte de los pueblos aborígenes. Así, imponer la tributación
de los españoles sobre una idea preexistente en las culturas aborígenes no fue posible, por lo
tanto, se procedió a crear una experiencia novedosa, dolorosa y violenta para estos grupos.
En general, ante la falta de usos y costumbres relacionados con la entrega de excedentes
o mano de obra a alguien de mayor jerarquía, los encomenderos y los españoles, desde la
década de 1540, comenzaron a elevar quejas por la falta de capacidad indígena para cumplir con
las tasaciones y con los trabajos que necesitaba la república de los españoles13. Ellos veían a
los indígenas como perezosos, faltos de previsión, capaces apenas de mantenerse a sí mismos,
ejercitados sólo en satisfacer sus necesidades básicas14. Si bien esto generó comentarios de
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simpatía en López Medel, por el modo de trabajar sin desear los bienes ajenos ni ser ambiciosos15,
en general produjo un profundo rechazo entre los españoles, por la forma en que se afectaba la
producción agrícola y los ingresos de los encomenderos.
A partir de la década de 1570 comenzó a aparecer documentación en la cual, desde
diversas gobernaciones, se afirmaba que los indios sólo se dedicaban a comer, beber, nacer y
morir. Estas cuatro palabras sintetizaron una idea de los indios como gente de poco entendimiento
y alcances, salvajes incapaces de prever más allá de sus necesidades básicas y sin más ambición
que un poco de chicha y algunas comidas16. Lo que podría ser entendido como una virtud de
ascetismo, fue visto como un problema de los indígenas para trascender la inmediatez, incapaces
de ser personas más espirituales y carentes de creencias relacionadas con la salvación del alma,
o incluso la ausencia absoluta de cualquier tipo de creencias.
A esto se vinculó un aspecto que se venía insistiendo desde los primeros contactos en
el Nuevo Reino de Granada: los indios bebían grandes cantidades de chicha (bebida espesa de
maíz, de rápida fermentación y corta duración)17. La chicha era el alimento básico de los grupos
aborígenes del occidente del Nuevo Reino y asimismo servía de bebida de gusto y placer para
todos los indígenas. Por supuesto, para que una bebida fermentada sea el principal alimento
de una población, es necesario ingerir una cantidad considerable de ella cada día. Fernández
de Enciso mostró en 1514 cómo con base en esta bebida los indios se sustentaban trabajando
toda la mañana, sin necesidad de más alimentos18. Con el paso del tiempo, el énfasis pasó del
sustento al consumo excesivo; por ejemplo, Cieza de León realizó una semblanza desde esta
nueva perspectiva del consumo de chicha –desde una óptica conquistadora, por supuesto– en
los grupos humanos de la provincia de Carrapa, pero que de alguna manera ilustra bien lo que
se daba en general en el Nuevo Reino y cómo se entendió de ahí en adelante:
Son tan viciosos en beber, que se bebe un indio de una sentada una arroba [de chicha] y
más, no de un golpe, sino de muchas veces. Y teniendo el vientre lleno de este brebaje,
provocan el vómito y lanzan lo que quieren, y muchos tienen con la una mano la vasija
con que están bebiendo y con la otra el miembro con que orinan. No son muy grandes
comedores, y esto del beber es vicio envejecido en costumbres que generalmente tienen
todos los indios que hasta ahora se han descubierto en estas Indias19.
La chicha era el consumo que vinculaba a las sociedades en los trabajos, las fiestas y
celebraciones; al compartirla en estas situaciones se fortalecían los vínculos sociales del grupo y
se estrechaban los lazos comunitarios de codependencia. Como alimento, la chicha se consumía
a lo largo del día, acompañada de otros alimentos, bien fuera en la intimidad del grupo familiar
cercano, o con compañeros de trabajo. Como celebración, la chicha era bebida en fiestas, en las
cuales se cantaba, bailaba, compartía y peleaba. Al igual que con muchos otros alimentos20, el
contexto de consumo de la chicha cambiaba los sentidos que tenía, la forma de preparación, la
cantidad que se consumía, y los fines que con ella se perseguían.
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Los españoles no comprendieron cabalmente los diferentes niveles en que se encontraba
inscrita la chicha en las culturas aborígenes; si bien entendieron que les servía de alimento21,
en su mirada primó la idea de que lo hacían por vicio y para emborracharse. Para ellos, las
fiestas en que se consumía chicha eran momentos de caos, en los cuales se cometían incestos,
idolatrías, asesinatos, canibalismo, y se perdía el respeto a Dios22. Además, al considerar al indio
un borracho por naturaleza, perdía su capacidad para mantenerse a sí mismo y para prever el
futuro alimenticio de su familia; incluso necesitaba de los españoles para no matarse en medio
de las borracheras23.
Si bien los españoles comenzaron a construir esta imagen desde los primeros contactos,
sólo en la década de 1560 surgió la intención de erradicar la práctica de las fiestas en las que se
ingería chicha, o de prohibir las borracheras. Los primeros pasos los dio el arzobispo de Bogotá,
fray Luis de Zapata, en 157624, sin mucho éxito. Sus esfuerzos y los que siguieron estuvieron
motivados por los fracasos de la evangelización en el Nuevo Reino de Granada. Tales fiestas
eran donde se perdía, a ojos de los sacerdotes y conquistadores, buena parte de lo ganado en las
doctrinas y enseñanza de la fe. La posesión de las Indias por parte de la Corona española estaba
sostenida sobre la idea de la expansión de la cristiandad y suponía la obligación de evangelizar
a los indios; sobre esta base estaba también sostenida la institución de la encomienda. Por lo
tanto, la idea de transformar a los indios era algo que estaba dado desde el proyecto mismo de
la conquista.
A comienzos de la década de 1580, los españoles tomaron medidas para asegurar el
alejamiento de los indios de las borracheras. Por ejemplo, en 1582, el oidor Guillén Chaparro
señaló la necesidad de pagarle a los indios bogas25 con mantas, camisetas, sombreros o cosas
que les aprovecharan y no en metálico26, porque con éste podrían conseguir más fácil los medios
para embriagarse y dedicar el oro a sus ídolos27. Es claro que dejar de pagarles con monedas no
afectaba en mucho las borracheras de los indios, porque la consecución del maíz no se limitaba
a la compra; gran parte de los indios de boga tenían sus propias rozas de maíz, las cuales les
servían para mantenerse abastecidos de la materia prima de la chicha. En caso de no tener su
propio sembradío, existían mecanismos de intercambio entre las tribus, que se regían por lógicas
diferentes a las comerciales de los españoles, como la celebración de fiestas e intercambio de
favores, o el trueque simple de unos bienes por otros.
Según las fuentes, los indios del río Magdalena no parecían tener la misma práctica de
fabricar ídolos de oro, como sí lo hacían los muiscas, no obstante contar con tradición orfebre28.
Esto último demuestra hasta qué punto las percepciones que se tenían sobre un grupo de
indios, en muchas ocasiones extendían a otros grupos, sin razón para hacerlo. Al fin de cuentas,
lo homogenización de los grupos aborígenes comenzó con el proceso de imposición de los
conquistadores, que desde el lenguaje asignaron características y crearon una unidad de análisis
sintetizada en la palabra indio29. Esto no supone la incapacidad española para distinguir grupos
humanos diferenciados; basta ver las crónicas de la época para comprender que entendían
las diferencias culturales existentes entre los habitantes de las Indias. Sin embargo, había
características que ellos veían en todos los grupos, y por lo tanto, estaban dispuestos a extender
ciertos aspectos “negativos” sin que hubiera necesariamente prueba de ello.
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Ahora bien, tras la propuesta de no pagar a los indios con oro o plata estaban los intereses
de los españoles para mercantilizar el pago que se les daba. Para lo que tiene que ver con
este artículo, lo importante de la propuesta es que se pretende ver a los indios como personas
necesitadas de guía para que pudieran tener una buena vida. Se creaban las condiciones para
considerar a los indios incapaces, dependientes de la voluntad de los españoles para lograr
cambios y para mejorar. Las intenciones de crear o aumentar la producción agrícola y ganadera
de las regiones, u optimizar las comunicaciones de las provincias solían estar justificadas por
el beneficio que ello representaría para los indios, bien porque adquirieran el gusto por la carne
de ganados, o porque el trabajo haría que tuvieran mayores posibilidades para subsistir, o bien
porque los incorporaría más en una forma de vida cristiana, ordenada en el comer, beber y
vivir30.
El hecho de que a finales de la década de 1560 comenzara a surgir la idea del peligro
de las borracheras, por los significados idolátricos que tenían, estaba fuertemente vinculado al
desencanto que había con los alcances de la evangelización en el Nuevo Reino de Granada (de
manera amplia en todas las Indias). Y el hecho de que alrededor de 1580 se concretara la idea
de que era necesario alejar a los indios de esta costumbre, no sólo por medios religiosos, sino
prácticos (como no darles oro o plata para que lo compraran), mostraba el afán que tenían los
religiosos por tener mayor control sobre los indios. Este control estaba, en parte, producido por los
procesos de tasación y retasación de la época. Si bien desde 1555 había comenzado a tasarse la
tributación de los indios, sólo en 1576 comenzó a funcionar de manera más sistemática, por los
problemas operativos de la Audiencia31. Así, cuando el poder de los encomenderos resultó limitado
por el control de los visitadores de la Audiencia, y sus rentas mermaron por la disminución de los
indios, la culpa recayó directamente sobre ellos, por sus vicios, que disminuían sus posibilidades
y su productividad: se les tachaba de borrachos, perezosos e ineficientes.
Ahora bien, es importante anotar que se buscaba impedir las borracheras: es decir, las
reuniones en donde se juntaban a beber; no se pretendía impedir el consumo de chicha, que era
la productora de la embriaguez32. Esto ocurría porque lo que estaba mal visto era la ingestión
ritual y en comunidad, mientras lo que pasaba dentro de las puertas del hogar, o en la práctica
individual, se veía como algo inocente y libre de peligro.
Tras casi 60 años de convivencia con los conquistadores, los grupos indígenas
no ignoraban esta arremetida. Por el tipo de documentación producida, se puede pensar
que comprendieron bien cuál era el núcleo principal del ataque de los españoles contra sus
reuniones. Alrededor de 1600, ante la pregunta de los visitadores sobre sus costumbres, muchos
pueblos indígenas afirmaron que se reunían a beber, pero vaciaron de contenidos peligrosos
estas reuniones, al señalar que lo hacían sin ofender a Dios; es decir, comprendieron que sin
la ritualidad y señalando la moderación en el consumo contaban como argumentos en su favor;
algunos incluso negaron que se juntaran a beber33.
Esto no significa que sus respuestas simplemente buscaran una actitud favorable; es
probable que tras años de convivencia con los españoles y los doctrineros, parte del discurso
evangelizador hubiera calado en los indios y lo hubieran interiorizado, no sólo para cambiar
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sus costumbres, sino también para dar nuevas explicaciones sobre sus sentidos y significados.
Incluso en ocasiones, en las respuestas de los indígenas se puede ver cómo construían su propia
imagen de identidad con respecto a los otros grupos, con base en argumentaciones que eran
típicamente españolas y que estaban basadas en un principio de subvaloración. Por ejemplo: en
los términos de Tunja, los indios de Susbaque señalaban que los tunebas eran como animales,
porque sólo comían frutos de los árboles, no sembraban y eran perezosos34; los de Sasaima
se reafirmaban como grupo al ser diferentes a los muiscas, ya que ellos nunca habían erigidos
santuarios ni adorado ídolos35.
Quitar la parte idolátrica y gentílica de sus reuniones o borracheras no fue una respuesta
completamente exitosa, en parte porque los doctrineros seguían viendo en ellas un peligro
para las almas y, en parte porque, al estar desprovistas de su carácter ritual, adquirían mayor
connotación con respecto al vicio y a la depravación, que ya no estaban bajo el amparo de los
usos y costumbres tradicionales36. Además, la imagen de seres perezosos y perdidos por su
falta de capacidad para el trabajo siguió siendo fuerte entre los españoles y terminó por ser
compartida por los propios indios37.
A esta imagen de indios viciosos se le agregaba un nuevo elemento: el gusto por las
bebidas alcohólicas europeas. Si bien desde la conquista, ciertos grupos indígenas las habían
apreciado, la capacidad adquisitiva de la mayoría era reducida, como para tener un consumo
regular. Algunos grupos específicos podían adquirir vino, como los indígenas que trabajaban en
las minas de la Montusa en Pamplona, o bien algunos caciques para celebrar asuntos claramente
cristianos, como por ejemplo el bautizo de un familiar38. De otro lado, con la presencia de los
ingenios de azúcar en el territorio y con el trabajo de los indios en éstos, el guarapo (bebida de
caña dulce de corta fermentación) se volvía de fácil adquisición para quienes trabajaban en él y
sus allegados. Los trapiches se convirtieron en lugares de encuentro donde se reunía a beber
gente de todas las castas. De todos ellos, sólo se insiste en la fama de borrachos y perezosos de
los indios39. Cuando en 1674 los productores de aguardiente local vieron en peligro su producción,
pues la Corona prohibió su fabricación en el Nuevo Reino de Granada, el cabildo de Santa
Fe presentó la solicitud para levantar la prohibición; argumentó que el aguardiente criollo tenía
características similares al español y, bebido con moderación, no representaba ningún peligro y
sólo los indios (una “nacion destemplada en el uso de todos generos de bebidas”) la consumía
sin medida ni orden40.
Tanto la chicha como las bebidas embriagantes de bajo costo que llegaron con los
conquistadores parecían vinculadas a los indios. Para comprender esta unión entre grupos
indígenas y borrachera es necesario pensar en los niveles de control que se ejercía sobre ellos.
No hubo ningún otro grupo que entre los siglos XVI y XVII hubiera tenido tantos ojos vigilantes
sobre ellos: había mayordomos, encomenderos, doctrineros, órdenes religiosas, cabildos,
corregidores y visitadores pendientes de sus movimientos y acciones. Esto no suponía que el
control se efectuara sin fallas, sino que había mucha gente dispuesta a calificar, a enjuiciar y
a establecer calificativos sobre lo que estaba bien o estaba mal. Es decir, había mayor masa
crítica dispuesta a crear opiniones sobre este grupo. Como todos formaban parte de una misma
matriz cultural, con algunas diferencias, sus opiniones podían ser muy similares. La reiteración
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de pareceres emitidos desde posiciones dominantes terminaban por producir verdades que
resultaban incuestionables41.
Igualmente, durante los siglos XVI y XVII, no hubo un grupo subalterno que, en teoría,
gozara de tantas posibilidades para defender sus intereses como los pueblos indígenas,
encomendados a algún particular o a la Corona. Ni los mestizos, negros (esclavos o libertos),
mulatos, blancos pobres o indios que vivieran en las ciudades contaban con visitas comandadas
por los oidores de la Audiencia para ver su situación de vida y los tratos que recibían. En el marco
de estas visitas se podían quejar de sus encomenderos si los maltrataban, se aprovechaban
de ellos, exigían más de lo que las tasaciones indicaban o los obligaban a prestar servicios
personales. Igualmente, se podían quejar ante el defensor de los naturales, el doctrinero, el
gobernador, o incluso ir directamente a la Audiencia para presentar sus querellas. Esto no
implicaba que a los pueblos indígenas les fuera mejor que a cualquier otro sector y que su
defensa permaneciera asegurada: la mayor parte de los castigos impuestos por los visitadores
eran multas que no cambiaban el panorama de maltratos que había habido antes, pues pasada
la visita, los encomenderos y sus mayordomos tomaban venganza, y las relaciones mantenían el
mismo cariz. Igual pasaba con las querellas de los protectores de los naturales o incluso con las
provisiones de la Audiencia: todo se podía volver letra muerta contra el poder inmediato y la fuerza
de los encomenderos. Antes de esta fuerza y violencia, los encomenderos y administradores
respondían a los cargos, sacando a relucir las borracheras de los indios, su incapacidad para
garantizarse el sostenimiento sin el control español y su propensión a mentir.
Casi todos los controles ejercidos sobre los indígenas se daban desde la distancia,
porque los doctrineros no solían estar todo el año en los pueblos; muchos sólo pasaban tres o
cuatro meses, algunos hasta seis meses, y sólo las encomiendas de mayor tamaño contaban con
presencia permanente. Aún en estos últimos casos, el control sobre las borracheras no podía ser
absoluto, porque muchos pueblos siguieron viviendo disgregados hasta el siglo XVII, repartidos
en territorios relativamente extensos, en los que cada familia establecía su casa cerca de sus
propios sembradíos. Cuando la comunidad se congregaba a celebrar, usualmente escogían la
casa del cacique o persona de mayor reconocimiento social, y allí ingerían chicha.
Además de esto, por lo que se alcanza a leer en las fuentes, en el marco de las
celebraciones o fiestas indígenas, las comunidades no tenían autocontroles sociales que
regularan o censuraran la embriaguez en ningún grado. Es claro que las descripciones con que
se cuentan tienen una perspectiva eurocéntrica que sólo veía en ellas desorden y salvajismo.
Incluso con este obstáculo, es factible pensar que la ritualización del consumo de chicha permitía
ejercer controles sociales sobre la embriaguez y los estados a que se llegaban en ese tiempo
y lugar particular; la regulación estaba dada más por los momentos en que se celebraban las
fiestas, la forma de alcanzar el estado de embriaguez y los actos o ceremonias que se debían
adelantar mientras se consumía la chicha. Si bien hay poca documentación al respecto, es
posible pensar que por fuera del contexto ritual, la embriaguez estuviera mal vista entre los
grupos indígenas, y fuera censurada. Por ejemplo, en el periodo temprano de la fundación de
Santa Fe, el cacique de Suesca fue azotado por sus mujeres por haberse embriagado en una
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reunión con los españoles42. Otro indicio fuerte que guía en esta dirección es el hecho de que las
acusaciones que se hacían contra los indios por borrachos, durante el siglo XVI y buena parte
del XVII, estaban circunscritas a reuniones festivas y ritualizadas; era tan clara la acusación, que
estas reuniones se denominaban “borracheras”.
Las autorregulaciones sociales de las comunidades cambiaron con la presencia española.
En 1586, el oidor Guillén Chaparro aseguraba que los españoles habían roto los controles
jerárquicos y sociales que normalizaban las pautas de consumo entre los grupos aborígenes
del territorio muisca, lo cual había producido desorden en las borracheras y en la producción
alimenticia43. Aunque al oidor Chaparro no le faltaba razón, hay otros factores que deben tenerse
en cuenta para comprender cabalmente las implicaciones del cambio en el consumo. Bajo unos
parámetros tradicionales, la producción de chicha demandaba trabajo comunitario combinado de
hombres y mujeres. Por eso, los caciques o capitanes de los pueblos justificaban la necesidad de
tener varias indias a su servicio, pues eran las encargadas de preparar la chicha que se repartía
entre los hombres que les ayudaban con sus cosechas.
Aunque la producción y consumo de chicha siguió vigente durante el siglo XVII, e incluso
hasta el siglo XX, la disgregación de pueblos, la reducción del poder de los caciques44 y la
sustracción de mano de obra masculina y femenina hicieron que el consumo de chicha perdiera
importancia en las comunidades, por lo menos como evento ritual. Por el contrario, su consumo
se multiplicó en las ciudades, con las chicherías, en donde se congregaba gente de todos los
colores. En estos nuevos espacios de consumo, la comunidad tradicional se vio remplazada
por un grupo de comensales que no se inscribía en formas redistributivas ni rituales, sino que
participaba de formas comerciales impuestas por los españoles.
Con el aumento del número de bebidas embriagantes, los indígenas aumentaron sus
posibilidades de consumo más allá de la chicha. El trabajo de los indios en los trapiches y su
participación en economías monetizadas o de intercambio les permitieron consumir guarapo y
aguardiente con cierta facilidad. Por lo tanto, ya no existían las limitaciones propias del ciclo de
cultivo y recolección de maíz, que en buena medida regulaban la periodicidad del consumo ritual.
Aunado a esto, como se vio anteriormente, muchos grupos utilizaron la táctica y la práctica de
negar los contenidos “idolátricos” de las borracheras. Con el tiempo, esto vació completamente
de contenidos las reuniones y sólo permaneció la estructura de consumo. Esta conjunción de
factores terminó por borrar las normas de la autorregulación en cuanto a la forma, el momento y
las ceremonias de la embriaguez. Con las posibilidades y nuevos marcos de consumo colonial
en el siglo XVII, se pasó de la ritualización grupal que unía a la comunidad, al consumo en el
trapiche, en compañía de negros, mestizos y blancos pobres. Ya no había necesidad de cantar
las glorias del pasado, porque ese nuevo grupo de consumidores no tenía ancestros, costumbres,
ni historias comunes que rememorar. O, mejor dicho, comenzaron a tener historias comunes a
partir del momento en que la expansión de Occidente, la conquista y el sistema español se
impusieron en el Nuevo Reino de Granada, sólo que carecían de interés por narrarlas, cantarlas
y bailar a su son, pues eran las de constante derrota sin final.
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Esto no supone que las fiestas e ingestiones de bebidas embriagantes que se hacían en
el marco de las comunidades bajo patrones rituales eran buenas, mientras que las de los trapiches
y chicherías eran malas. Representaban dos lógicas de consumo disímiles, que correspondían
a marcos de relaciones diferentes. En ambos casos se trataba de prácticas de socialización que
integraban, en un caso lo homogéneo y en el otro lo heterogéneo45.
Sin importar con cuánta gente de otros grupos o castas compartieran los indios en esos
nuevos marcos de consumo, por medio de una construcción social, ideológica y cultural, los únicos
borrachos resultaron ser ellos, pero no sólo como individuos, sino sobre todo como colectividad.
Aunque sobre esta estigmatización había muchas confluencias de intereses, pareceres y
posiciones, principalmente se vinculaba a la necesidad de algunos sectores de ejercer mayor
control sobre la mano de obra agrícola y ganadera, para que hubiera menos distracciones que
alteraran su trabajo.
Los indios comedores de porquerías
Desde los primeros encuentros, los españoles realizaron un esfuerzo por comprender
los alimentos y la forma de consumo de los aborígenes americanos. En la mayor parte de las
ocasiones imperó el enjuiciamiento negativo que se hacía sobre los indígenas y las valoraciones
peyorativas, producto de la confrontación con referentes culturales alimenticios de su tradición.
Como era imposible separar a los indios de su alimentación, se creaba un conjunto simbiótico
en el cual la mirada negativa recaía sobre ambos; sólo en la medida en que los indios dejaran
de comer “porquerías”, perderían sus características bárbaras y animalescas. Las comidas
consideradas indignas de consumirse, según los españoles, no fueron siempre las mismas,
porque la diversidad cultural y alimenticia de los pueblos indígenas era muy grande, y sus dietas
no eran homogéneas. Sin embargo, posteriormente se verá que todas estaban recorridas por un
mismo hilo de comprensión de la alimentación.
Una característica negativa a ojos de los españoles eran los modales y maneras de los
indios a la hora de comer, así como la “falta de aseo” con sus menajes y en la elaboración de
sus comidas46. Pero estas críticas no tuvieron el mismo peso que las dirigidas a los tipos de
alimentos, tal vez porque éstos marcaban un límite más claro entre lo aceptable y lo inaceptable
en el ámbito europeo. Es decir, si bien las normas y conductas integraban una comunidad,
variaban mucho entre los grupos culturales, incluso en el Viejo Continente; pero la certeza de que
algo era inaceptable como alimento parecía estar por encima de este tipo de consideraciones
regionales, y se levantaba como una verdad absoluta, superior a las particularidades.
De esta manera, parte fundamental de los alimentos “salvajes” para los españoles era
el consumo de insectos, como las langostas que acababan con los cultivos y que consumidas
servían de sustituto a las cosechas arrasadas, las hormigas criadas expresamente para comerse
tostadas o panificadas, o el consumo de piojos al momento de espulgarse unos a otros47. Es
claro que este último caso no era de modo alguno una solución alimenticia en sí misma, sino
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que cumplía funciones de limpieza. En cambio, las langostas y las hormigas sí representaban
un nutriente importante en la dieta de algunos grupos aborígenes, principalmente entre los
panches y grupos ubicados en los términos de la ciudad de Vélez y Tunja48. Esta alternativa de
complementariedad alimenticia fue interpretada por los españoles como efecto de la pobreza en
la que quedaban los indios tras el paso de las langostas, o por un estado permanente de carencia
que los obligaba a criar insectos para garantizarse la comida. No era aceptable otra posibilidad
explicativa para esta práctica.
Otra de las imágenes peyorativas que aparece en la documentación asociada a la
alimentación es la de indios comedores de raíces preparadas de manera inadecuada, según los
parámetros europeos49: eran “rayces silvestres que los españoles no pueden comer por hacer en
la garganta una carraspera que cierra el tragadero”50; por lo tanto eran incomibles e inapropiadas
para la vida humana.
Aunque el pescado estaba lejos de ser considerado una porquería en sí mismo, una dieta
basada en él era sospechosa para los españoles. Así, las costumbres alimentarias de los indios
de Santa Marta, algunos de los ribereños al río Magdalena y Cartagena de centrar su alimento
en el pescado, fue calificada negativamente por los españoles51. A diferencia del consumo de
insectos, la exclusividad en el pescado, a ojos de los españoles, no se debía a la pobreza, sino a
la falta de industria y orden de los indios, por su haraganería y flojera. En parte, esta clasificación
se hacía porque este alimento ofrecía más alternativas que los insectos y permitía surtir casi
todo el abasto que necesitaban las comunidades para vivir. Además de servir como proteína,
lo tostaban y desmenuzaban para que sirviera de harina. Así, de acuerdo con López Medel, el
pescado “es su pan y su vianda y todo su substento”52. Para los grupos aborígenes de Santa
Marta, y, en general, de toda la costa atlántica y buena parte de los ribereños de ríos y lagunas,
el pescado era la fuente de su prosperidad, seguridad y sustento. Los españoles sintetizaron
esta actividad y satisfacción, asegurando que toda la alegría de los indios dependía de su canoa,
chinchorro (red de pesca que también puede servir de hamaca) y un poco de sal53. Los tres
elementos estaban ligados directamente al pescado, pues eran los que permitían conseguirlo y
conservarlo. Ese vínculo era tan fuerte para los grupos de Santa Marta, que incluso el pescado
cumplía funciones rituales de purificación, como se evidenció en el levantamiento de 1600, en
el que los indios rebeldes sólo consumían pescado y comidas indias, así como señalaban y
castigaban a los que comían productos españoles54.
¿En qué residía el problema de una dieta basada principalmente en pescado, desde la
perspectiva hispánica? Si bien había consideraciones más favorables hacia la carne que hacia
el pescado, por ser aquella comida de mayor sustento y fuerza55, en modo alguno era éste
despreciado, y ocupaba un lugar especial dentro de la estructura alimenticia de los españoles.
Para completar esta visión peyorativa sobre una dieta basada en el pescado, es necesario leer a
López Medel:
Hay gentes tan bárbaras en algunas partes de aquel Nuevo Mundo que, por su poca
industria o por haberse apartado y estarlo de otras gentes más políticas, o no han recibido
y entendido la sementera y labranza del maíz o de haraganes y flojos no quieren usar
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de ello ni de otro alguno, y en tanto grado que su comida y cuotidiano mantenimiento es
pescado y éste es su pan y su vianda y todo su sustento; de manera que ni tienen otra
granjería ni otro sembrar, ni otro trigo, ni otro maíz, ni cazabi, más de la pesquería que
les sirve de todo56.
Al leer este apartado es claro que para los españoles resultaba impactante que un mismo
producto sirviera, al tiempo, de vianda y de pan (o en términos contemporáneos, de proteína y
carbohidrato), pues confrontaba una estructura hispánica muy clara de división de las comidas, y
rompía un orden conceptual y estructural relacionado con el deber ser de la alimentación. Como
punto agregado, al basar la mayor parte de la alimentación en el pescado, incluyendo la obtención
de harina, el cultivo de productos panificables no ocupaba un lugar esencial. Bien podían sembrar
maíz o yuca, pero como su sustento no dependía de ellos, ocupaban un lugar marginal. Esto
era inapropiado para el sistema tributario impuesto por la Corona que, especialmente en las
zonas costeras, necesitaba aprovisionamiento de pescado y panes para el funcionamiento de los
puertos. Así, el desequilibrio alimenticio y la falta de productos aprovechables para los españoles
ubicaron el consumo mayoritario de pescado de los indígenas en una esfera salvaje y poco
civilizada.
Estas tres formas de subvaloración de la alimentación indígena, vista como comida
repugnante o inapropiada, como el consumo de insectos, raíces y exclusivamente pescado,
tuvieron una duración relativamente corta. La mayor parte de ella se produjo hasta 1570, y aunque
hay informes en ese sentido a finales del XVI, e incluso a comienzos del XVII, estos provenían de
fronteras en donde el proceso de sometimiento no había avanzado satisfactoriamente. En parte,
el fin de estos relatos vinculados a tales consumos estuvo marcado por el control que se ejercía
sobre los pueblos encomendados y por las presiones productivas que se les impusieron a las
comunidades57. Al tener que cultivar maíz o yuca para entregarla como parte de su tributación,
estos pueblos vieron modificadas sus prácticas y costumbres, tanto de producción como de
consumo. Las necesidades impuestas por un sistema que daba prioridad a la producción de
cereales panificables terminaron por oscurecer hábitos y costumbres relacionadas con otro tipo
de alimentación.
Eso no supuso el fin de la idea de los indios como consumidores de porquerías, porque
la imagen había calado fuertemente dentro de la estructura de poder de la sociedad hispánica,
que calificaba de inferior la comida de los indios sin importar que el centro de su alimentación no
estuviera constituido por los elementos anteriormente señalados. En el proceso de construcción de
la imagen peyorativa del indígena como comedor de cosas inapropiadas, éste quedó equiparado
con un animal capaz de comer casi cualquier cosa. Esta idea adquirió nuevas características
y sentidos en el marco de la convivencia y dominación de la encomienda, especialmente en
la zona oriental y occidental del Nuevo Reino, lo que comprendía los términos de Pamplona
y de la gobernación de Antioquia, así como los pueblos fronterizos de Popayán con aquella
gobernación.
Desde comienzos del siglo XVII, en las visitas realizadas por los oidores a los pueblos
indígenas, comenzaron a aparecer quejas sobre los encomenderos, capataces o administradores
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de encomiendas por los comportamientos que tenían con la provisión de alimentos. Si bien había
quejas generales que señalaban la falta de cumplimiento con las obligaciones que se tenían con
los indios de las minas o que cumplían trabajos para los encomenderos, había un tipo específico
de queja que vinculaba la falta de provisión a una visión negativa. Por ejemplo, los indios de Chita
(términos de la ciudad de Pamplona) se quejaban en 1601 porque en vez de darles ración los
mandaban a “comer piedras”58. Al año siguiente a los de Chucarima (también al oriente del Nuevo
Reino) les negaron la comida de la semana, mandándolos a comer “cagajones y yerba que son
vestias y cavallos”. Relacionaron así el hambre de los indios con una necesidad alimenticia
cercana a los animales59. En 1614, los indios de Soasa, en la provincia de Antioquia, términos
de Cáceres, recibieron de Francisco de Heredia maíz podrido, y se lo tuvieron que comer como
si fueran cerdos, según testimonio de los indios60. Así como estos casos hay muchos otros en
los cuales se mandaba a los indios a comer piedras, se les vendían productos podridos o se les
obligaba a comer tierra, por falta de bastimentos61.
Es claro que la posición subalterna de los indios y dominante de los españoles era el
marco perfecto para producir comportamientos y actitudes de ese tipo. El que se encontraba en
la escala superior de dominación negaba el alimento que debía proporcionar a los trabajadores
que tenía en concierto (bien fuera en las minas, trapiches o estancias), y al mismo tiempo les
negaba su humanidad. Al ser bestias o animales, estaban por fuera de cualquier obligación
sintetizada en la máxima “el superior ha de alimentar, el súbdito ha de obedecer”62. Problemas
por alimentación se daban entre blancos y mestizos, incluso con afrentas del honor o puntos
extremos en los que la vida se ponía en peligro. Sin embargo, nunca se negaba la humanidad de
las partes.
No es de extrañar que la documentación se hubiera producido principalmente en
Antioquia y Pamplona, con mayor peso en las primeras décadas del siglo XVII. Al fin de cuentas
estas regiones concentraban la mayor parte del trabajo minero y por lo tanto tenían una mayor
cantidad de mano de obra indígena para alimentar que otras regiones. Asimismo, en estas zonas
los indígenas compartían trabajo en las minas con los africanos esclavizados, cada vez mayores
en número. La compra de estos aumentaba los gastos e imponía nuevas lógicas: al ser los
esclavos propiedad de una persona, cada muerte era una pérdida en dinero. Esto no ocurría
con los indígenas, pues no pertenecían a una persona, sino que tenían obligaciones tributarias y
laborales, por lo tanto no se cuidaba de ellos con esmero.
Todo esto hay que encuadrarlo en la producción minera: el techo productivo de la
explotación aurífera se alcanzó alrededor de la última década del siglo XVI, comenzó a declinar
en las primeras del XVII, hasta alcanzar niveles muy bajos en los años posteriores a 1620. Por lo
tanto, la mayor parte de los casos se dieron cuando el sistema productivo no era tan redituable,
y los administradores de minas y los encomenderos prefirieron bajar los costos de alimentación
para evitar la reducción de sus ganancias.
Podemos encontrar marcos de referencia sociales y económicos que explican estas
actitudes. Sin embargo, hay que sumar otra variable para tener una comprensión más profunda
del asunto, y que termina de redondear la forma cómo se construyó la imagen peyorativa de la
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alimentación indígena y del indio como comedor de porquerías. Desde los años tempranos de
la conquista, en las crónicas e informes se consignaron relatos de las fiestas indígenas en las
cuales se cometían incestos de diverso tipo, sin distinción alguna. A la par, los conquistadores
señalaban cómo los indios comían productos que no debían ser consumibles, como los anotados
anteriormente. Aunque un caso se refiere a sexualidad y el otro a consumo alimentario, ambos
están recorridos por la misma idea: los grupos indígenas eran incapaces de distinguir lo comestible
de lo incomestible, lo decente de lo indecente, lo bueno de lo malo. Su incapacidad no nacía de
su desconocimiento de la naturaleza (pues distinguían lo venenoso de lo inofensivo y reconocían
grados de filiación y afinidad en lo familiar), sino de su bajeza moral, que los alejaba de la
humanidad y los ponía en una escala de animalidad.
En términos generales, la misión civilizadora de los españoles era sacar a los indios de
esa supuesta situación indistinta y caótica en que vivían. La evangelización era el primer paso,
pues les permitía diferenciar entre la fe verdadera y la idolatría, pero no debía ser el único. Debían
guiarlos por un camino de vida cristiana, caracterizado por una alimentación ordenada, bajo los
parámetros de orden cristiano, es decir, señalando qué es comestible y qué no lo es, cómo se
debe comer, e incluso indicando una alimentación templada63. Según la concepción española, su
presencia en esta tierra debía ser favorable para los indígenas (así como lo era para la tierra en
general), pues a su lado los indios cambiaban para bien, se alimentaban mejor y estaban menos
expuestos a sus excesos.
Por supuesto, cambiar los hábitos alimenticios según las expectativas españolas podía
ser tan duro como la misma evangelización64. Costumbres y creencias se transformaban por
la presencia de los españoles, pero no de la manera esperada. La mayor parte del tiempo, el
cambio siguió unas líneas que, a ojos de la sociedad dominante, no tenían nada de positivo. Por
ejemplo, el consumo de bebidas embriagantes cambió entre los indígenas, pero sin transformar
uno de los aspectos que resultaba esencial para los españoles: la embriaguez.
Un hilo común
El canibalismo, las borracheras o el consumo de “porquerías” tenían un punto en común
con respecto a la subvaloración alimentaria del indio: era un problema de incomprensión de
lo que significaban estos alimentos desde diferentes ángulos sociales y culturales para los
indígenas, pues se desconocía la nutrición, la cohesión social o los símbolos que entrañaban
estos consumos. El canon que servía de interpretación de estos consumos y que los colocaba en
inferioridad de condiciones era el modelo productivo y alimenticio de la sociedad ibérica, basado
en el cultivo de carbohidratos y la crianza de ganado, que permitían tener una dieta basada en
panes y carnes de diversos tipos; en resumen, era la división entre pan y vianda, o comida base
y sabores suplementarios.
Si bien los españoles reconocían en el consumo de chicha una forma de alimentación para
los indígenas, el hecho de no estar basado en una panificación (aunque sí en un carbohidrato)
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resultaba extraño; pero más extraño resultaba aún que lo que servía de sustento diario también
sirviera de embriagante ocasional. Los intentos por suprimir las borracheras tenían que ver más
con el contexto que con la bebida en sí misma, porque durante los siglos XVI y XVII no hubo
tentativas por suprimirla del consumo cotidiano. A pesar de este principio de comprensión, al
no ser un alimento panificado ni sólido, y la mayor parte del tiempo el único, hacía que para
los españoles se encontrara por debajo del umbral de lo aceptable; es decir, en una escala
de inferioridad frente a su propio tipo de alimentación. En el caso de la alimentación basada
principalmente en pescados hay una consideración similar: romper la distinción entre vianda y
pan resultaba sorprendente, tanto más si se comprendía esta forma de sustento como producto
de la incapacidad para labrar la tierra. Algo parecido ocurría con la valoración que se hacía sobre
el consumo de insectos. En el caso de las raíces incomestibles, se estaba ante el problema
del cultivo y la naturaleza de esos productos. Esto es, el grado de civilización que veían los
españoles en la siembra o recolección de estos productos. Al considerarlo como una actividad
no relacionada con la agricultura, sino con la recolección, las raíces adquirían características
negativas. Sí además no pasaban por un proceso de elaboración culinaria que las panificara o
las transformara de alguna manera, su carácter salvaje era evidente, lo que las hacía incomibles,
hasta el límite de cerrarles el tragadero a los españoles.
Con respecto al canibalismo, los españoles consideraron inconcebible que hombres
ocuparan el lugar de los ganados. Basados en esta premisa, pensaron que uno de los fundamentos
reguladores de esta situación anómala era introducir ganados europeos entre estas tribus, para
que remplazaran un consumo por el otro. En términos generales, se buscaba que todos los
grupos indígenas estuvieran inscritos dentro de patrones de consumo y producción españoles,
para que sus alimentos no fueran ajenos a este contexto. Las recomendaciones en las visitas de
los oidores a los indios les señalaban que:
avian de tener mucho cuidado de ser buenos labradores y sembrar mucho maiz criar
muchos puercos y aves frutas y otras semillas para vender y sustentarsse y bestirse a si
y a sus mugeres y sus hixos y tener para rrepararsse y curarsse y andar bien vestidos y
sustentados como los españoles mismos65 .
Se buscaba que los indios emularan, tanto como fuera posible, un modelo agrario español.
Había margen para la diferencia, pues no se pedía que los granos y semillas fueran europeos,
pero sí se privilegiaba un sistema basado en carbohidratos y proteínas, cultivados y criados en un
medio civilizado, que los integrara en comunidad y con la república de los españoles. Lo anterior
no se puede reducir a una incomprensión de la naturaleza y sociedades aborígenes americanas.
Era un proceso de clasificación y calificación de costumbres basado en una regla que presuponía
que la civilización alimentaria estaba compuesta por la panificación y elaboración de cereales
(cultivos, en un concepto más amplio), procedentes del trabajo organizado, adelantado en el
marco de una sociedad que llevaba a cabo todo el proceso productivo (y no simplemente el
recolectivo). Esto se complementaba con la cría y consumo de animales proveedores de carne.
Lo anterior no suponía que la recolección de frutos silvestres o la caza de animales de monte
fuera en sí misma algo prohibido o negativo, sino que como actividad proveedora de alimentos
debía ser marginal frente a una producción asentada claramente.
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A pesar de que entre los grupos aborígenes existían diferencias culturales y de consumo,
la construcción de una imagen subvalorada de la alimentación indígena por parte de las instancias
de poder español fue tan fuerte, que lograba borrar las particularidades y creaba un panorama
relativamente homogéneo, que se conectaba por medio del consumo de porquerías, así éstas no
fueran siempre las mismas.
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Notas
* Este artículo forma parte de una investigación inscrita en el sistema CODI de la Universidad de Antioquia, titulada “Vil
gente de cazabe y arepas. Alimentación e identidades en el Nuevo Reino de Granada, siglos XVI y XVII”.
1 Aunque tal afirmación se puede extender a todo el occidente del territorio del Nuevo Reino de Granada, e incluso a otras
zonas, como la costa Atlántica, y el nororiente del altiplano de Santa Fe de Bogotá.
2 Hermann Trimborn, “El canibalismo”. En, Eckert, Georg y Trimborn, Herman, Guerreros y caníbales del valle del
Cauca, Bogotá, Banco Popular-Ceso, 2002, pp. 22 y ss.; Chantal Caillavet, “Antropofagia y frontera: El caso de los
Andes septentrionales”. En Chantal Caillavet y Ximena Pachón (comps.) Frontera y poblamiento: Estudios de Historia y
Antropología de Colombia y Ecuador, Santafé de Bogotá, lnstituto Francés de Estudios Andinos-Instituto Amazónico de
Investigaciones Científicas-Universidad de los Andes, 1996, p. 62.
3 Caillavet sostiene esta hipótesis, siguiendo a Roberto Pineda Camacho, al realizar un concienzudo análisis de las
fuentes primarias del siglo XVI, en especial una lectura a “contrapelo” (por utilizar una expresión apreciada por W.
Benjamín) de Cieza de León, López Medel, y Andagoya. Chantal Caillavet, “Antropofagia y frontera”, op. cit., p. 62.
4 Cieza de León, Crónica del Perú. Primera parte, Cap. XXVIII; además en los caps. XIX, XX, XXI, XXII y XXVI, hay
referencia al consumo de carne humana y de la forma en que realizaba.
5 Como las referencias son múltiples, prefiero dirigir la atención sólo a Juan Friede, “La extraordinaria experiencia de
Francisco Martín”, en ella se encuentran declaraciones ante notario del consumo de carne humana, tanto del declarante
(Francisco Martín), como de otros participantes de la expedición comandada por Iñigo Vascuña. Juan Friede (transcripción
y presentación), “La extraordinaria experiencia de Francisco Martín”. En, Boletín Histórico editado por la fundación John
Boulton. Caracas, 1965.
6 Piero Camporesi, El pan salvaje, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1999, pp. 45 y 58.
7 Rudy Steinmetz, “Conceptions du corps dans l´acte alimentaire aux XVIIe et XVIIIe siècles”. En, Revue d´histoire
moderne et contemporaine, Tomo XXXV, Enero-Marzo 1998. p. 28.
8 Los inconquistables: la guerra de los Pijaos, 1602-1603, Bogotá, Ministerio de Educación Nacional, 1949, p. 106.
9 Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia General y Natural de las Indias Islas y Tierra Firme del mar Océano, Madrid,
Real Academia de la Historia, 1853, Cap. X, Cap. XXIV; Tomás López Medel, Tratado de los tres elementos, Madrid,
Alianza, 1992, pp. 246 y ss.; Los inconquistables, op. cit., p. 106; AGI, Santa Fe, 66, No 33, 26 r; AGN, Archivo Anexo,
Asuntos eclesiásticos, Tomo 2, f. 6r.
10 Richard Konetzke, Colección de documentos para la historia de la formación social de Hispanoamérica, 1493-1810,
Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1953-1958, pp. 14, 32, 134, 143, 153 a 159. En el caso de los
pijaos se emitió una Real Cédula el 31 de agosto de 1588, mediante la cual se autorizaba esclavizarlos. AGI, Santa fe
98, n. 13, citado por Córdoba Ochoa, “Los cabildos del Nuevo Reino Reino frente a la Corona. La guerra por el imperio y
la resistencia contra la audiencia 1580-1630”, en Urbanismo y vida urbana en Iberoamérica colonial, Bogotá, Archivo de
Bogotá, 2008, p. 10, nota 23.
11 López Medel, op. cit., p. 247.
12 FDHNRG, Tomo V, pp. 107-110; Tomo VII, pp. 23, 24 y 145; Juan López de Velasco, Geografía y descripción universal
de las Indias, Edición de Marcos Jiménez de la Espada, Madrid, Atlas, 1971, p. 16.
13 DIHC, Tomo VII, pp. 198, 199, 305 y 319; Tomo VIII, p. 76.
14 DIHC, Tomo V, p. 178 y 219.
15 López Medel, op. cit., p. 220.
16 AGN, Colonia, Historia Civil, Tomo 13, f. 822r; “Descripción de la ciudad de Ocaña”, pp. 209, 215 y 216; “Descripción de
la villa de Tenerife”, p. 342; AGI, Santa Fe, 51, r. 1, No 4. Agradezco a Luis Miguel Córdoba por la gentileza de haberme
proporcionado este último dato.
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17 Había otros productos que servían como base de bebida fermentada, como la piña o incluso la yuca, pero la más
popular y generalizada era la que tenía como base el maíz.
18 Martín Fernández de Enciso, Summa de Geografía, Bogotá, Banco Popular, 1974, p. 267.
19 Pedro Cieza de León, op. cit., p. 34.
20 Alberto Capatti y Massimo Montanari, Italian Cuisine. A Cultural History, New York, Columbia University Press, 2003,
pp. XVIII y 64.
21 López Medel, op. cit., p. 207.
22 Esta línea de pensamiento no se alejaba mucho de lo que se aseguraba hacían las clases subalternas en Europa.
Camporesi, op. cit., pp. 124 y 125.
23 DIHC, Tomo VIII, p. 76; Tomo X, p. 273; FDHNRG, Tomo V, pp. 107 a 110; “Descripción de la ciudad de Tocayma…”, p.
374; “Descripción de la ciudad de Musso y la Trinidad de la Palmas y sus terminos”, p. 419.
24 FDHNRG, Tomo VII, pp. 23, 24 y 145; “Autos en razón de prohibir a los caciques de Fontibón, Ubaque y otros no hagan
fiestas, borracheras y sacrificios de su gentilidad”.
25 Los indios bogas eran los que se dedicaban a navegar en barcas el río Magdalena, llevando pasajeros o mercancías.
Con el tiempo y la disminución de la población indígena dedicada a este trabajo, negros y mulatos también se convirtieron
en bogas.
26 En términos generales, como la producción aurífera del Nuevo Reino era superior, por mucho, a la de la plata, lo
usual era fijar los precios en aquél. Incluso la mayoría de las transacciones se solían hacer en este material, bien fuera
quintado y amonedado, o bien en polvo. A partir de la tercera década del siglo XVII, hubo un intento por poner los precios
de las tributaciones en plata; sin embargo fue un proceso más nominal que efectivo. Julián B. Ruiz Rivera, Encomienda
y mita en la Nueva Granada, Sevilla, Escuela de Estudios Americanos de Sevilla-Consejo Superior de Investigaciones
Científicas, 1975 p. 326.
27 FDHNRG, Tomo VIII, p. 156.
28 Martínez Garnica, “Un caso de alteración aurifera colonial en el bajo Magdalena”, en Boletín del Museo del Oro, No 23,
Ene-Abr 1989, pp. 46-59. Agradezco a Fernando Torres que me hubiera señalado esta referencia.
29 Citado por Juan Pedro Viqueira, Encrucijadas chiapanecas: Economía, religión e identidades, México, Tusquets, El
Colegio de México, 2002, nota 677, p. 336.
30 AGI, Santa Fe, 51, r. 1, No. 4.
31 Germán Colmenares, Historia económica y social de Colombia, 1537-1719, Bogotá, Tercer Mundo, 1997, pp. 137 y
ss.
32 La prohibición de vender chicha se dio a comienzos del siglo XX, como parte de los procesos “modernizadores” de la
nación. Para un estudio detallado sobre la chicha a comienzos del siglo XX, véase Oscar Calvo y Marta Saade, La ciudad
en cuarentena: chicha, patología social y profilaxis, Bogotá, Ministerio de Cultura, 2002.
33 AGN, Colonia, Visitas de Cundinamarca, Tomo 4, f 29r; Tomo 6, f. 779r; Tomo 8, f. 54v; Tomo 19, f. 259v; Visitas de
Santander, Tomo 6, f. 42r.
34 AGN, Colonia, Visitas de Boyacá, Tomo 13, ff. 1134r y 1138v.
35 AGN, Colonia, Visitas de Cundinamarca, Tomo 12, f. 396r.
36 AGN, Colonia, Visitas de Santander, Tomo 5, ff. 665r y 673r.
37 “[…] que no tienen mas grangerias que hazer sus labranças y algunas vezes llevan plantanos a vender a Pamplona
e que si ellos fueran como los españoles amigos de travaxar que bien pudieran thener grangerias de plantanos porque
en su tierra se dan muchos […]”. AGN, Colonia, Visitas de Santander, Tomo 5, ff. 153v y154r, en el folio 726r se repite
argumentación similar.
38 AGN, Colonia, Visitas de Bolívar, Tomo 9, f. 42v; Visitas de Santander, Tomo 5, ff. 784v y 786v.
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Comedores de porquerías: control y sanción de la alimentación indígena, desde la óptica española en el Nuevo
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39 AGN, Colonia, Visitas de Boyacá, Tomo 15, f. 256r.
40 AGI, Santa Fe, 61, No. 84, f. 1r.
41 Walter Mignolo, The Darker Side of Renaissance, Literacy, Territoriality and Colonization, Ann Arbor, The University of
Michigan Press, 1995, p. 5.
42 Lucas Fernández de Piedrahíta, Noticia historial de las Conquistas del Nuevo Reino de Granada, Bogotá, Ediciones de
la revista Ximenez de Quesada, 1973, p. 69.
43 FDHNRG, Tomo VIII, p. 162.
44 Carl Henrik Langebaek, “Resistencia indígena y transformaciones ideológicas entre los muiscas de los siglos XVI y
XVII”, en Ana María Gómez Londoño (ed.), Muiscas. Representación, cartografías y etnopolíticas de la memoria, Bogotá,
Pontificia Universidad Javeriana, 2005, p. 25.
45 Para un excelente análisis del paso de las celebraciones de consumo de chicha a las fiestas religiosas católicas, véase
Marta Herrera Ángel, “Muiscas y cristianos del biohote a la misa y el tránsito hacia una sociedad individualista”, en Boletín
de historia y antigüedades, Vol. XC, No 822, Bogotá, 2003, pp. 497-527.
46 Pedro Cieza de León, op. cit., p. 48; Bernardo Vargas Machuca, Milicia y descripción de las Indias, Bogotá, CESO-
Biblioteca Banco Popular, 2003, p. 241.
47 Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general y natural de las Indias Islas y Tierra Firme del mar Océano, Madrid,
Real Academia de la Historia, 1853, p. 61 y p. 115; Gonzalo Jiménez de Quesada, “Epitome de la conquista del Nuevo
Reino de Granada”, en Hermes Tovar Pinzón, Relaciones y visitas a los Andes, Tomo III, pp. 140 y 141; Cieza de León,
op. cit., p. 48.
48 Actualmente en los departamentos de Santander y Norte de Santander, el oriente de Colombia, las hormigas “culonas”
(una variedad especial) asadas son un plato característico de la zona.
49 FDHNRG, Tomo V, pp. 107-110.
50 AGI, Patronato, 249, No. 13, f. 3r.
51 DIHC, Tomo VII, pp. 208 y 222; Tomo VIII, p. 289.
52 López Medel, op. cit., p. 154.
53 AGN, Colonia, Historia Civil, Tomo 13, f. 822r.
54 Córdoba Ochoa, “El sacrificio de españoles en San Juan y Navidad”, Ponencia presentada en el segundo simposio
internacional interdisciplinario de Colonialistas de las Américas, organizado por la Universidad Javeriana, Bogotá, 8 al 11
de septiembre de 2005. p. 5.
55 Massimo Montanari, Del hambre a la abundancia. Historia y Cultura de la alimentación en Europa, Barcelona, Crítica,
1993, p. 85.
56 López Medel, op. cit., pp. 154 y 155.
57 La excepción sería el consumo de hormigas, que siguió funcionando entre grupos indígenas del oriente del Nuevo
Reino de Granada.
58 AGN, Colonia, Visitas de Boyacá, Tomo 13, f. 494r.
59 “[..] porque quando lo piden [la comida] les riñe su amo y les dize que si [son] cavallos o puercos q an de comer tanto”.
AGN, Colonia, Visitas de Santander, Tomo 6, ff. 93r, 99v, 100r, 121r y 123v.
60 AGN, Colonia, Visitas de Antioquia, Tomo 3, ff. 862r y 891v.
61 AGN, Colonia, Visitas de Boyacá, Tomo 1, f. 148r; Visitas de Cauca, Tomo 2, f. 299v, 306v, 319v; Visitas de Cundinamarca,
Tomo 13, f. 297r; Visitas de Santander, Tomo 10, f. 757v.
62 Oliva, Pláticas domésticas y espirituales.
63 AGN, Colonia, Visitas de Antioquia, Tomo 1, ff. 179v y 180r. Esta guía no se limitaba sólo a los indios; también era para
los africanos esclavizados, que después del bautismo se les decía: “mirad que ya vosotros sois hijos de Dios, vais a las
tierras de los Españoles donde aprendereis las cosas de la santa Fe, no os acordeis mas de vuestras tierras, ni comais
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Reino de Granada (siglos XVI y XVII). Gregorio Saldarriaga
perro, ratones ni cavallos.” Esta frase muestra cómo a partir de la cristianización debía haber un cambio de costumbres
alimenticias, que separaban lo bueno de lo malo. Sandoval, Un tratado sobre la esclavitud, libro tercero, cap. IV, p. 383.
64 “[...] no basta cualquier mudanza para hazer de un hombre idolatra, Christiano; antes en toda la naturaleza no la ay
mayor, que por esso el Señor los representó a San Pedro en fieras y ponzoñosas savandijas, diziendo que matasse y
comiesse: Surge Petre, occide, et manduca, significandole que los convirtiesse, [...].” Alonso de Sandoval, Un tratado
sobre la esclavitud, Madrid, Alianza, 1987, p. 121.
65 AGN, Colonia, Visitas de Antioquia, Tomo 1, f. 177r.
... Con este fin, se consultó un total de treinta documentos arqueológicos y once fuentes históricas, entre ellas, crónicas, descripciones y relaciones correspondientes al área de estudio (Gutiérrez-Ferro 2022). En el caso de las fuentes históricas, se privilegiaron los documentos que han sido citados en diferentes investigaciones sobre las tradiciones alimentarias y culinarias del Caribe colombiano o, en general, sobre los grupos malibúes (Bernal y Orjuela 1992; Carvajal 2019; Escalante 2002Escalante , 1955Illera 2012;Langebaek 1996;Rivet 1947;Saldarriaga 2009Saldarriaga , 2006. ...
... Por ejemplo, Tomás López Medel definió a los pueblos Por consiguiente, estas fuentes presentan una limitación importante, ya que se fundamentan en un discurso de diferenciación, el cual, a su vez está basado en las prácticas alimentarias (Earle 2012). En este contexto, los "indios" y otros grupos fueron marginalizados, pues sus hábitos contradecían las convenciones españolas sobre qué era comestible y cómo debía ser consumido (Saldarriaga 2009). Tal como se evidencia en el discurso de López Medel, una alimentación basada en pescado, que no incorporaba harinas producidas a partir de cultivos, fue concebida por los españoles como un signo de atraso, ignorancia, pereza y otros supuestos vicios de las gentes del Nuevo Mundo (Saldarriaga 2009). ...
... En este contexto, los "indios" y otros grupos fueron marginalizados, pues sus hábitos contradecían las convenciones españolas sobre qué era comestible y cómo debía ser consumido (Saldarriaga 2009). Tal como se evidencia en el discurso de López Medel, una alimentación basada en pescado, que no incorporaba harinas producidas a partir de cultivos, fue concebida por los españoles como un signo de atraso, ignorancia, pereza y otros supuestos vicios de las gentes del Nuevo Mundo (Saldarriaga 2009). Sin embargo, estas dinámicas de diferenciación permiten aproximarse a la diversidad en las estrategias de subsistencia y hábitos de consumo de las poblaciones de la Región Caribe, la cual también se manifiesta en el registro arqueológico. ...
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Este artículo presenta el análisis de una muestra de restos óseos de peces recuperada en el sitio de La Galepia, ubicado en el distrito de Mompós (Departamento de Bolívar, Región Caribe de Colombia). Dicho análisis se realizó en el marco de una investigación que, a futuro, pretende evaluar la importancia de los peces locales de agua dulce en los patrones de subsistencia y alimentación de la población del sitio durante el período Formativo Tardío (siglos XIII a XVI d. C.). El presente artículo resume los hallazgos de una primera aproximación a la muestra de restos ictioarqueológicos de La Galepia, la cual se basó en dos etapas metodológicas. La primera consistió en un análisis zooarqueológico, por medio del cual se llevó a cabo la identificación anatómica y taxonómica de la muestra. Posteriormente, durante la segunda etapa, los datos ictioarqueológicos del sitio fueron cotejados con dos líneas de evidencia: 1) el registro zooarqueológico y 2) el registro histórico de la Depresión Momposina y el Bajo río Magdalena. Al situar el conjunto de peces de La Galepia en el contexto regional se buscó interpretar las posibles interacciones entre humanos y peces en esta ocupación tardía. Se determinó que el conjunto de este sitio está conformado por especies locales de agua dulce, las cuales fueron usadas como alimento por los humanos. Estos resultados son consecuentes con las tendencias reportadas en otras ocupaciones ribereñas de la región, lo cual invita a redimensionar el papel de la obtención y consumo de peces en el marco de las estrategias adaptativas de las poblaciones prehispánicas del Caribe colombiano.
... Lo que en otros tiempos y desde la perspectiva civilizatoria, modernizante y desarrollista fuesen concebidas como prácticas y productos de pobres, de marginales, no elaboradas y "de indios" y sus alimentos catalogados como sucios, feos, inferiores e inadecuados (Saldarriaga 2009), son hoy valoradas e integrados estratégicamente como recursos con alto potencial económico y empresarial. La mercantilización y en especial la patrimonialización "abre el camino para la valorización económica, social y simbólica de productos y formas culinarias poco conocidas e incluso despreciadas, que se convierten en marcas de la diversidad y la diferencia cultural" (Camacho 2014: 176). ...
... 50 Outros emblemas de distinção 49 Entre outros cronistas que acentuaram essas histórias estavam os influentes franciscanos Motolinia e Juan de Torquemada. 50 Reporto à expressão de um documento recuperado por Gregorio Saldarriaga (2009), em estudo sobre a social pela comida pareciam aflorar. Um parecer atribui que somente os chichimecas comiam "cobras e sevandijas do campo", e os tais chichimecas "se entende que eram os adventícios" (ACUÑA, 1985, p. 78). ...
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Em tempos de crise social e mortandade dos indígenas no Centro do México foram produzidos informes com base em depoimentos de velhos e sábios, líderes e oficiais dos pueblos de indios. Há relatos com apreciações sobre os alimentos e a saúde corporal, antes e depois da Conquista, que parecem indicar compreensões e intenções locais, vistos em contraste com histórias de espanhóis que salientavam, de acordo com os princípios e regras dietéticos, o motivo da barbárie no modo de vida e alimentação dos naturais. Na observação de discursos híbridos e imbricados destaco a força de costumes e pensamentos nativos nas impressões sobre iguarias ancestrais como alguns insetos e outros bichos. Também observo motivos como a quebra de símbolos pré-hispânicos de distinção social na comida e bebida. Havia presenças da cultura ancestral apesar de um contexto de fortes alterações nos padrões e tipos de consumo no início da época moderna.Palavras-chave: Informantes indígenas; comida saudável; costumes bárbaros
... According to Gregorio Saldarriaga, roots were less attractive to Spaniards because they were mostly obtained through gathering-a subsistence activity that did not have much prestige amid them-and its already low worth decreased even more if the tubers were not processed or cooked to transform them into bread. 71 On the contrary, fish and rice were two local foods the Jesuits esteemed the most. In some documents, the missionaries mentioned that rice was, next to rimai and other tubers, the essential element of their diet in the Marianas. ...
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The Jesuits played a vital role in the diffusion of crops, animals, agricultural practices, and eating manners throughout the early modern world. In the Mariana Islands (western Pacific), the arrival of the first missionaries in 1668 entailed the introduction of new foods and food-related material culture deemed necessary to establish a self-sufficient mission. However, during the first six years of the mission (1668–74), the resistance and opposition of the native inhabitants—the CHamoru people—to the Jesuits’ activities, the unreliability of maritime trade routes, the conflicts that arose inside the Society of Jesus, and the tensions between the Jesuits and the Spanish colonial authorities affected missionaries’ expectations regarding diet and cuisine. This article explores the strategies that the Jesuit missionaries followed to adjust their foodways to the social and physical environment of the Mariana Islands and pays attention to the process whereby local foods were adopted. In that sense, it argues that culinary accommodation—or “gastronomic accommodation” as defined by Cristina Osswald—was both a common practice to overcome the lack of Iberian resources and a political strategy to ease tensions and forge alliances with the indigenous population.
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Los misioneros jesuitas tuvieron un protagonismo destacado en el proceso de difusión de plantas, animales y modos de alimentarse que siguió a la expansión de los imperios ibéricos durante la época moderna. En este artículo examino la introducción de nuevos alimentos y cultura material culinaria en la región del Pacífico a partir del caso de las islas Marianas, un archipiélago en el que la Compañía de Jesús estableció una misión en 1668. A través de memoriales, informes y cartas elaboradas durante la fase previa a la fundación de la misión (1662-1668), en primer lugar, evalúo si la introducción de nuevos alimentos se consideró una parte fundamental del proceso de colonización y evangelización de las Marianas. En segundo lugar, analizo el tipo de cocina que los jesuitas esperaban reproducir en el archipiélago, prestando atención a los ingredientes (plantas y animales) y a la cultura material vinculada a la preparación y al consumo de alimentos. La documentación consultada muestra que misioneros y contemporáneos consideraron esencial introducir alimentos y cultura material culinaria de origen europeo y americano para garantizar el éxito de la misión, y refleja la importancia que ejerció la experiencia colonial en Filipinas para plantear la transferencia y naturalización de animales y plantas en las Marianas.
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This study analyzes the feminine culinary universe of Early Modernity in a society marked by food crises and socio-cultural change. To do so, it examines two handwritten recipe books dated between the 16th and 17th centuries. Both examples represent a specific typology of works that is typical of a domestic and private environment. A non-experimental investigation is carried out that consists of an initial descriptive study of the structure of the same. This is followed by a correlational analysis where the relationship between both compliled works is evaluated through the model of recipes, raw materials used, exposed culinary techniques and the final purpose of the food preparations. The results show the permanence of a Greco-Latin culture in the gastronomy of the time with the presence of a strong Moorish influence and a still scarce incidence of the American raw materials. It can be concluded that the formation of this type of Golden Age food pattern had great continuity with previous periods in terms of taste, the transmission of cooking knowledge and the memory of a very sweet and spicy palate.
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En este trabajo el aporte de dos disciplinas afines, la etnohistoria y la arqueología, habilita el diálogo sobre los procesos culturales ligados a la alimentación en el paraje histórico de Guayascate (Córdoba, Argentina) durante el periodo colonial temprano (siglos xvi y xvii). El objetivo es comunicar la información sobre el recurso cárnico, con base en registros documentales y con apoyo de datos zooarqueológicos, los cuales permitieron arriesgar algunas conjeturas sobre cuál ha sido el universo de disponibilidades alimenticias de los nativos y de los españoles en la región. Los ovicápridos y los vacunos acusan presencia y aceptabilidad en ambos grupos, sin embargo, la aceptación por parte de los indígenas no parece haber alterado el significado de identidad en el comensalismo doméstico y comunitario.
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Estudio histórico sobre Chiapas, en el que el autor -al margen de los numerosos trabajos publicados tras el alzamiento de 1994- da cuenta puntual de una serie de conflictos religiosos, culturales, económicos, políticos y regionales que han conformado el tramado del devenir de este estado mexicano.
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Winner of the Modern Language Association's Katherine Singer Kovacs Prize. The Darker Side of the Renaissance weaves together literature, semiotics, history, historiography, cartography, geography, and cultural theory to examine the role of language in the colonization of the New World. Walter D. Mignolo locates the privileging of European forms of literacy at the heart of New World colonization. He examines how alphabetic writing is linked with the exercise of power, what role "the book" has played in colonial relations, and the many connections between writing, social organization, and political control. It has long been acknowledged that Amerindians were at a disadvantage in facing European invaders because native cultures did not employ the same kind of texts (hence "knowledge") that were validated by the Europeans. Yet no study until this one has so thoroughly analyzed either the process or the implications of conquest and destruction through sign systems. Starting with the contrasts between Amerindian and European writing systems, Mignolo moves through such topics as the development of Spanish grammar, the different understandings of the book as object and text, principles of genre in history-writing, and an analysis of linguistic descriptions and mapping techniques in relation to the construction of territoriality and understandings of cultural space. The Darker Side of the Renaissance will significantly challenge commonplace understandings of New World history. More importantly, it will continue to stimulate and provide models for new colonial and post-colonial scholarship. ". . . a contribution to Renaissance studies of the first order. The field will have to reckon with it for years to come, for it will unquestionably become the point of departure for discussion not only on the foundations and achievements of the Renaissance but also on the effects and influences on colonized cultures." -- Journal of Hispanic/ Latino Theology Walter D. Mignolo is Professor in the Department of Romance Studies and the Program in Literature, Duke University.
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Contiene un estudio biográfico sobre Juan López de Velasco, notable geógrafo e historiador de la corte del rey español Felipe II y autor de "Geografía y descripción de las Indias Occidentales", descripción geográfica y demográfica de las más importantes provincias del Nuevo Mundo.
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Este libro es un estudio antropológico y sociológico sobre el origen, las costumbres y los ritos de los esclavos negros en América; publicado por primera vez en 1627, el tratado es obra del jesuita Alonso de Sandoval, testigo presencial en cartagena.
Epitome de la conquista del Nuevo Reino de Gra(na)da (ca. 1544
  • Gonzalo Jiménez De Quesada
Jiménez de Quesada, Gonzalo. "Epitome de la conquista del Nuevo Reino de Gra(na)da (ca. 1544)". En Tovar Pinzón,
Resistencia indígena y transformación ideológica entre los muiscas de los siglos XVI y XVII
  • Carl Langebaek
  • Henrik
Langebaek, Carl Henrik. "Resistencia indígena y transformación ideológica entre los muiscas de los siglos XVI y XVII".