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Transnistria: orígenes, evolución, consecuencias y escenarios futuros de un Estado de facto

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Abstract

El presente artículo analiza un modelo de conflicto en el antiguo espacio soviético cuyo origen se sitúa en el periodo final de la Unión Soviética. La prolongación durante el proceso de construcción estatal de la República independiente de Moldavia — con un conflicto bélico durante el año 1992 —, así como la ausencia de una solución definitiva desde el punto de vista político-diplomático y el múltiple apoyo otorgado por Rusia al enclave secesionista, acabó con su conversión en un Estado de facto. No constituye un fenómeno aislado en esta amplia zona geopolítica, a la que Rusia ha convertido en su esfera de interés esencial. Sin embargo, presenta ciertas particularidades que alcanzan a la construcción, consolidación o destrucción de identidades étnico-nacionales —incluida la mayoritaria en el nuevo Estado—, sin olvidar el carácter del propio conflicto. Las consecuencias derivadas de la agresión continuada de Rusia a Ucrania desde 2014 puede derivar en consecuencias imprevisibles en torno a Transnistria: desde la ampliación de los objetivos territoriales del Kremlin hasta el desbloqueo final del conflicto hacia cualquier escenario posible, en un contexto regional de extrema inseguridad.
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Polít. Soc. (Madr.) 60(3) e84412, 2023
Transnistria: orígenes, evolución, consecuencias y escenarios futuros de un Estado
de facto
José Ángel López Jiménez1
Recibido: 25-10-2022 // Aceptado: 27-03-2023
Resumen. El presente artículo analiza un modelo de conicto en el antiguo espacio soviético cuyo origen se sitúa en el
periodo nal de la Unión Soviética. La prolongación durante el proceso de construcción estatal de la República independiente
de Moldavia —con un conicto bélico durante el año 1992—, así como la ausencia de una solución denitiva desde el punto
de vista político-diplomático y el múltiple apoyo otorgado por Rusia al enclave secesionista, acabó con su conversión en
un Estado de facto. No constituye un fenómeno aislado en esta amplia zona geopolítica, a la que Rusia ha convertido en
su esfera de interés esencial. Sin embargo, presenta ciertas particularidades que alcanzan a la construcción, consolidación
o destrucción de identidades étnico-nacionales —incluida la mayoritaria en el nuevo Estado—, sin olvidar el carácter del
propio conicto. Las consecuencias derivadas de la agresión continuada de Rusia a Ucrania desde 2014 puede derivar en
escenarios imprevisibles en torno a Transnistria: desde la ampliación de los objetivos territoriales del Kremlin hasta el
desbloqueo nal del conicto hacia cualquier escenario posible, en un contexto regional de extrema inseguridad.
Palabras clave: rumanismo; moldovanismo; Moldavia; Transnistria; constructivismo; neorrealismo.
[en] Transnistria: origins, evolution, consequences and future scenarios of a de facto state
Abstract. This article analyzes a model of conict in the former Soviet space whose origin is located in the nal period
of the Soviet Union. The prolongation of the independent Republic of Moldova during the state building process —with
a war conict in 1992— as well as the absence of a denitive resolution from the political-diplomatic point of view and
the multiple support given by Russia to the enclave secessionist ended with its conversion into a de facto State. It is not
an isolated phenomenon in this vast geopolitical area, which Russia has made its essential sphere of interest. However,
it presents certain particularities that reach the construction, consolidation or destruction of ethnic national identities
—including the majority in the new State— without forgetting the nature of the conict itself. The consequences derived
from Russia´s continued aggression against Ukraine since 2014 can lead to unpredictable scenarios around Transnistria:
from the expansion of the Kremlin´s territorial objectives to the nal unblocking of the conict towards any possible
scenario, in a regional context of extreme insecurity.
Keywords: romanianism; moldovanism; Moldova; Transnistria; constructivism; neorealism.
Sumario. 1. Introducción: Unión Soviética, Moldavia y nacionalismo. 2. Orígenes del conicto, caracterización y consoli-
dación de la identidad cívica moldava. 3. Intentos de resolución político-diplomática del conicto. 4. El intervencionismo
ruso y sus principales instrumentos. La interpretación “creativa” del derecho internacional 5. La agresión rusa a Ucrania y
sus implicaciones para Transnistria y Moldavia: ¿Novoróssiya en marcha? 6. Conclusiones. 7. Bibliografía.
Como citar: López Jiménez, J. A. (2023). Transnistria: orígenes, evolución, consecuencias y escenarios futuros de
un Estado de facto. Polít. Soc. (Madr.) 60(3), 84412. https://dx.doi.org/10.5209/poso.84412
1. Introducción: Unión Soviética, Moldavia y nacionalismo
La agresión rusa a Ucrania evidencia la importancia que la cuestión identitaria ha tenido en los procesos de
construcción estatal tras la disolución del experimento soviético, y su utilización como herramienta geopolítica
de la política exterior rusa en su “extranjero próximo”. El objetivo planteado en el presente artículo se centra
en analizar las causas que contribuyeron a la creación de un Estado de facto en Transnistria que —a lo largo
de tres décadas— se ha consolidado con el soporte de Rusia, así como plantear qué elementos novedosos
aporta el conicto bélico ruso-ucraniano. Todo ello, a pesar de los numerosos intentos de resolución denitiva
1 Universidad Ponticia Comillas (España).
ORCID: 0000-0002-5787-552
E-mail: jalopez@comillas.edu
Política y Sociedad
ISSN-e: 1988-3129
https://dx.doi.org/10.5209/poso.84412
MONOGRÁFICO
2López Jiménez, J. A. Polít. Soc. (Madr.) 60(3) e84412, 2023
del estatus territorial del enclave, que han fracasado. Si los instrumentos desplegados desde el Kremlin para
“congelar” el conicto son objeto de análisis y comparación —con otros modelos intervencionistas en el es-
pacio postsoviético—, la cuestión principal que nos planteamos reside en conocer qué escenarios se pueden
dar a partir de la agresión rusa a Ucrania. La hipótesis principal que presentamos es que, lejos de facilitar la
resolución del conicto de Transnistria, la acción militar en curso va a congelar indenidamente la solución
política-diplomática del enclave, consolidando el actual Estado de facto e imposibilitando su reintegración en
la soberanía territorial de Moldavia.
La metodología cualitativa adoptada en el artículo se desarrolla en un periodo cronológico delimitado: las
tres décadas de estatalidad independiente de Moldavia. No obstante, las referencias al marco histórico previo
a la disolución de la Unión Soviética resultan imprescindibles para entender la gestación del conicto secesio-
nista. El análisis comparativo también aporta claves relevantes sobre el modus operandi del modelo interven-
cionista de Rusia en su esfera de inuencia durante el mismo periodo. Además, la aplicación del paradigma
constructivista en el ámbito de la Ciencia Política y del neorrealismo (ofensivo/defensivo) en el marco de las
relaciones internacionales nos permite abordar cuestiones esenciales para explicar el modelo diferencial mol-
davo, respecto a la construcción de identidades étnico-nacionales, y su despliegue en las respectivas políticas
exteriores de Moldavia y, especialmente, de Rusia con respecto a las antiguas repúblicas soviéticas.
El papel jugado por el nacionalismo en la consolidación de un Estado federal de conguración multiétnica
como la Unión Soviética (URSS) ha sido analizado desde muy diversas perspectivas de carácter interdiscipli-
nar. Desde la institucionalización dentro del sistema soviético de las relaciones entre las minorías nacionales
republicanas y la mayoría étnico-nacional, hasta la articulación administrativo territorial y el encaje de las pri-
meras en los diferentes niveles jerarquizados (repúblicas federadas, repúblicas autónomas, óblasts, óblasts au-
tónomos; y en el caso de Rusia, también con krais y distritos autónomos), las políticas del Kremlin intentaban
la contención del potencial reivindicativo nacionalista (Gorenburg, 2001: 75). La cuestión nacional ocupó los
debates teóricos en el seno del marxismo-leninismo desde la obra del propio Karl Marx, aunque no estableció
una denición de nación, ni tampoco desarrolló un análisis sistemático del tema (Traverso y Lowy, 1990: 134).
Lejos de resolverse las cuestiones identitarias en el marco del régimen soviético, que vinculaba las disputas a
una diferencia de clases sociales y su dilución en el sistema (Kemp, 1999), los esfuerzos realizados por Gor-
bachov a través de su programa reformista (perestroika) y su política de transparencia (glásnost) acentuaron
la crisis de los nacionalismos periféricos. Las apelaciones al internacionalismo y al patriotismo, intensicados
con instrumentos como la propaganda, la educación, la acción de los partidos comunistas republicanos, o el
servicio militar no consiguieron desmovilizar a las nuevas élites nacionalistas republicanas (Burg, 1989: 341).
No obstante, la atribución al factor nacional como una de las causas más decisivas de la crisis nal de la
URSS no es unánime. A un nivel compartido con otros potentes elementos disgregadores —crisis económica
generalizada, fracaso ideológico, descomposición institucional, la corrupción del sistema nomenklaturista,
y la derrota en la carrera armamentística con Estados Unidos— (Kotkin: 2001), algunos autores abogan por
considerar la aparición de los nacionalismos más bien como una consecuencia de la generalización de la crisis
que de una causa de la misma (Beissinger, 2009: 331). Otra corriente de análisis incide en la forma en la que
procesos como los de la industrialización y urbanización consiguieron aplazar temporalmente la eclosión na-
cional, pero, en ningún caso, evitarla en un contexto de crisis generalizada (Roeder, 1991: 196).
Desde la aparición de los nacionalismos republicanos, bajo la forma de los Frentes Populares Bálticos
—cuyo modelo fue seguido por el resto—, la confrontación entre los nacionalismos cívicos y los de corte
eminentemente étnico se fueron reproduciendo por el conjunto del espacio soviético (Roshwald, 2015: 1-4),
escenario que se mantuvo durante los diversos procesos de construcción estatal. Ello ocurrió hasta el momen-
to presente en el que la contestación frente a nacionalismos estatales de corte iliberal y escasamente cívicos,
protagonizados por diferentes minorías étnicas, se articula mediante nacionalismos periféricos en el seno de la
propia Federación Rusa (Yusupova, 2018: 625). La conexión entre el protagonismo del nacionalismo cívico y
los regímenes políticos democráticos y, por el contrario, de los nacionalismos étnicos y contextos autoritarios
ofrece una vía de interpretación entre la concordia buscada por el primero frente al carácter de mayor violencia
interestatal de los segundos.
Este tipo de enfrentamientos explican, en buena medida, los conictos separatistas en el período nal de la
URSS y más allá, llegando en algunos casos hasta el presente. El poder disgregador del etnofederalismo (Hale,
2004), la movilización de diversas élites nacionales (Suny et al., 1992: 24), la cascada de secesionismos de ma-
trioshka (Bremmer, 1993: 5), la crisis de los Estados-nación y las guerras separatistas acabaron por congurar
un escenario que todavía nos acompaña en el espacio postsoviético (Smith, 2013: 351).
El complejo proceso de conversión de la identidad étnica —como pertenencia a una comunidad lingüística,
histórica, cultural— en una construcción nacional, al margen de la pertenencia a un nuevo Estado indepen-
diente, se encuentra en el trasfondo de alguno de los conictos postsoviéticos, cuyos intentos de resolución
han sido reactivos y sumamente inecientes (Lynch, 2002: 832). La renuncia a la nacionalidad, como vínculo
jurídico con el Estado y su nación titular, se convirtió en un fenómeno en todas las repúblicas federadas étni-
camente poco homogéneas, con independencia de su extensión territorial, y que la propia Rusia no consiguió
eludir (Hughes, 2001: 12).
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La construcción de identidades nacionales llevada a cabo de forma institucional durante el período sovié-
tico propició que, en un momento de crisis sistémica, fuese movilizado este elemento como instrumento de
las élites políticas. La contienda teórica ha enfrentado a los partidarios de la existencia previa de comunidades
étnicas, frente a los partidarios del instrumentalismo y constructivismo (Bacova, 1998: 29), como marco de
análisis del escenario desarrollado durante el período pre y postsoviético. Precisamente los dos últimos para-
digmas son los que se aplicarán durante el presente trabajo para interpretar la consolidación de una identidad
moldava —diferenciada de la rumana con la que se entronca—, creada por el sistema soviético y justicación
última de la Moldavia independiente.
Sin embargo, los movimientos secesionistas iniciados en Moldavia en el año 1990 —Gagauzia y Trans-
nistria— adoptaron unos perles político-ideológicos que trascendieron la reivindicación puramente étnico-
nacional. Los temores expresados en ese momento al eventual proceso de reunicación con Rumanía arti-
cularon una respuesta potencialmente defensiva por parte de las minorías radicadas en los distritos del sur
de la república y en la franja territorial más allá del río Nistru-Dniéster. Para analizar la génesis, evolución y
consecuencias hasta el momento presente de este último conicto desarrollado durante más de tres décadas,
el paradigma neorrealista (en sus vertientes defensiva y ofensiva) constituye, a mi juicio, un instrumento muy
relevante para interpretar el comportamiento de los diferentes actores protagonistas en el mismo (Moldavia,
Rusia, Transnistria y, en menor medida, Ucrania y Rumanía). Además, considero que el solapamiento de una
metodología propia de la Ciencia Política respecto al análisis del nacionalismo y de los procesos de creación
de las identidades etnonacionales, con otra especíca de las relaciones internacionales en torno a la política
exterior e interna de los Estados, puede aportar resultados muy interesantes sobre la consolidación o el fraca-
so de las identidades étnico-nacionales presentes en el caso moldavo. En último término, la política exterior
del Kremlin ofrece una evolución desde los anuncios iniciales de incorporación de Rusia a las instituciones
internacionales hasta la aplicación de unos elementos neorrealistas ofensivos presentados como argumento
defensivo —como la ampliación sucesiva de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)—, lo
que nos permite aventurar como clave la hipótesis de este factor (los intereses geopolíticos de Moscú en su
extranjero próximo), sin el cual sería muy difícil explicar los conictos en esta amplia región y, en particular
en Moldavia. Teorizar inductiva e interpretativamente, planteando hipótesis de investigación, es más común en
el constructivismo que las posiciones deductivas y explicativas (Salomón, 2001: 31).
La movilización étnica durante la fase nal de la URSS adquirió en Moldavia una intensidad que se reejó
en la constitución del último Soviet Supremo en 1990. La población moldavo-rumana (63,9 % vs. 69,2%)
y la minoría rusa (12,8% vs. 15,5 %) alcanzaron una representación parlamentaria superior a su porcentaje
poblacional; el nacionalismo étnico parecía imponerse al nacionalismo cívico (Crowther, 1997: 294). Sin em-
bargo, como veremos más adelante, la autoidenticación mayoritaria apelaba a la comunión y el retorno a “lo
rumano”. En paralelo asistimos a un proceso de movilización político-ideológica de otros grupos étnicos que,
con el argumento de su defensa identitaria frente a un eventual irredentismo que se concretase en una futura
reunicación con Rumanía —tras la declaración de soberanía republicana—, desembocó en procesos separa-
tistas y de construcción nacional.
La construcción discursiva de la identidad se articuló sobre el papel de discriminación o subordinación
frente a otra cultura o lengua mayoritaria —como el ruso o el moldavo-rumano, según la identidad étnica—
y constituyó un elemento movilizador muy potente en Moldavia (Wodak et al., 2009). Mientras los grupos
étnico-nacionales mayoritarios se convertían en Estados independientes, los minoritarios —como los rusos en
Moldavia— iniciaron sus demandas frente a los nuevos poderes republicanos, originando diversos tipos de
secesionismos (Osetia del sur, Abjasia, Nagorno-Karabaj, Transnistria) (O´Loughlin et al., 2014). En el caso
de Ucrania (Crimea, Donbás), aunque no detonaron de forma abrupta, ya presentaban algunos elementos po-
tenciales que se evidenciaron durante el proceso de construcción estatal independiente.
La creación de una Moldavia en la URSS fragmentada de su tronco común rumano (Besarabia), que era la
mitad oriental del Principado de Moldavia —y que con Transilvania y Valaquia constituyeron la Gran Rumanía
después de la Primera Guerra Mundial—, forzó una diferenciación articial de su sustrato cultural, de su evo-
lución histórica y de su lengua común, como han demostrado (Dyer y Comrie, 1996). El instrumento esencial
fue la conversión del alfabeto latino al cirílico, con la supresión de letras y signos especícos del rumano,
aunque para algunos autores el papel de la distinción entre las dos lenguas ha sido altamente sobrestimado,
constituyendo un rasgo diferencial en la realidad moldava (Dusacova, 2013: 104). La construcción étnica mol-
dava se completó con una historiografía conectada con Rusia y la URSS (Van Meurs, 1994), con un proceso
intensivo de rusicación (Bruchis, 1984) y con la ruptura denitiva con Rumanía (Dima, 1991) desde varias
perspectivas: política, cultural, estatal y territorialmente.
2. Orígenes del conicto, caracterización y consolidación de la identidad cívica moldava
La transición que se inició en la Moldavia soviética intentaba fraguarse desde la nación hacia el Estado adop-
tando una base esencialmente étnica (Fowkes, 1997: 4). La creación de identidades étnico-nacionales inexis-
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tentes con anterioridad al período soviético encuentra en el caso moldavo un producto genuino de lo que
muchos autores han denominado como ingeniería étnica (Tishkov, 1997: 41). Hay que recordar que la incor-
poración forzosa de la Besarabia rumana a la URSS —como consecuencia del Pacto Molotov-Ribbentrop
suscrito entre la Alemania nazi y la Unión Soviética de Stalin— exigió una ruptura de los lazos identitarios
con el Estado matriz (Solchanyk, 2019: 194), y desarrolló una compleja batalla en torno a la recuperación de
una identidad nacional que había sido falseada y sustituida por otra construida de forma articial (King, 1994:
345). Pero, al mismo tiempo, se iniciaba una reivindicación defensiva frente a una potencial reunicación con
Rumanía por parte de las minorías eslavas residentes en Transnistria y la minoría gagauza en el sur republicano
(Sato, 2009: 146).
Aunque comparten unos orígenes muy similares, ambos procesos secesionistas acabaron por tener una
evolución diferenciada, de tal forma que Gagauzia encontró un encaje constitucional en el nuevo Estado in-
dependiente, mientras que Transnistria se convirtió en un Estado de facto progresivamente, desde el conicto
militar desarrollado en 1992 (Patlis, 2018: 89). La adquisición de un estatus territorial diferenciado y unas
competencias autonómicas que garantizaban sus reivindicaciones lingüísticas consiguió canalizar el proceso
de Gagauzia en los cauces participativos del nuevo Estado desde 1995 (Protsyk, 2012: 249); sin embargo,
Transnistria se convirtió en un enclave mayoritariamente eslavo y sostenido desde el Kremlin, abandonando
cualquier tipo de expectativa de acomodo en la Moldavia independiente (Roper, 2001: 121).
El 20 de mayo de 1989 se celebró el congreso fundacional del Frente Popular de Moldavia (FPM), cuyas
reivindicaciones programáticas giraban alrededor de la recuperación identitaria genuinamente rumana de la re-
pública —articialmente construida como consecuencia del Pacto germano-soviético de 1939—. La memoria
histórica rumana, la identicación del moldavo con el rumano, creado a través de su conversión del alfabeto
latino al cirílico mediante una aberración lológica (Deletant, 1990: 189) y, en denitiva, la construcción de
una identidad articial —la moldava— para forzar la incorporación de Besarabia como la República Socia-
lista Soviética de Moldavia formaban parte del programa de denuncia del “constructo soviético” con el que
irrumpió en las elecciones de 1989 al Soviet Supremo de la URSS y se consolidó en las estructuras de poder
republicanas en 1990 (Büscher, 1998: 69). La agenda rumanista del FPM fue contestada desde Transnistria
y Gagauzia: Unitatea-Edinstvo en Transnistria y Gagauz Khalky en cinco distritos del sur de Moldavia se
movilizaron políticamente frente a lo que consideraban como una agresión a sus derechos étnico-nacionales.
La primera organización era la versión republicana de Interfront en el conjunto de la URSS; un movimiento
reaccionario ultraconservador de ideología comunista prosoviética. De hecho, ambos movimientos se mostra-
ron favorables al golpe de Estado del mes de agosto de 1991, lo que evidenciaba que por encima de cualquier
reivindicación puramente identitaria predominaba un componente político-ideológico muy claro, de carácter
conservador y proclive al mantenimiento del statu quo soviético (Kolsto y Malgin, 1998: 106).
El nacionalismo ruso postsoviético apoyado en el eurasianismo plantea una reconstrucción parcial de la
URSS (Laruelle, 2004: 130). Sin embargo, radicalizó el discurso político de la minoría rusa residente en las re-
públicas periféricas —más de 25 millones de habitantes— obstaculizando los procesos de construcción de las
estatalidades independientes, y siendo una herramienta de neocolonialismo en la política exterior de Rusia en
la conguración de su nuevo “extranjero próximo” (Kolsto, 2018: 42). Su movilización como “salvadores del
imperio” sería instrumentalizada durante el periodo postsoviético sosteniendo una cadena de secesionismos
en los nuevos Estados que ha permitido al Kremlin la práctica de una activa injerencia en sus políticas inter-
nas y exteriores (Kolsto, 2011: 153). La declaración de soberanía de la autoproclamada República Socialista
Soviética del Dniéster —el 2 de septiembre de 1990— mostraba con claridad el carácter político-ideológico
del secesionismo en pleno periodo soviético, cuando todavía no se había disuelto la URSS, y no identitario
(Kolossov y O´Loughlin, 1998: 162), con el apoyo del XIV Ejército ruso allí estacionado.
El inicio del conicto militar en Transnistria durante el mes de marzo de 1992 signicó la injerencia de-
nitiva de Rusia en la evolución política, económica y militar en el enclave separatista, así como su conversión
en un conicto congelado (King, 1995: 120). Desde el neorrealismo defensivo encaja la posición de las auto-
ridades de Transnistria: la defensa de un secesionismo frente a un Estado que, según su posición ideológica,
construía una estatalidad independiente provisional para reunicarse con Rumanía, dejando a las minorías
eslavas en una situación muy compleja (Troebst, 2003: 463). Los gagauzes, como minoría túrquica de religión
cristiano-ortodoxa, transformaron sus demandas lingüísticas en el reconocimiento de una autonomía político-
territorial, ya que estaban muy inuidos por el grupo Edintsvo y, aunque muy rusicados, no ofrecían especial
interés para Moscú. No obstante, la movilización étnica de las diferentes minorías y del propio moldovanismo
no rumano, es decir, aquel que defendieron las élites políticas que protagonizaron los primeros años de cons-
trucción estatal tras el conicto de Transnistria, conformó un conjunto de nacionalismos reactivos en Moldavia
(Chinn y Roper, 1995: 323). La nalización del conicto militar, con el Acuerdo de Estambul el 21 de julio de
1992, conrmó la victoria de las autoridades secesionistas con el congelamiento denitivo de la fragmentación
territorial, la creación de instituciones al margen de Moldavia y la conversión de Transnistria en un enclave
geopolítico y geoestratégico de interés preferente ruso. Además, contribuyó al descalabro y casi desaparición
del nacionalismo prorrumano del FPM, eliminando de la agenda política cualquier posibilidad de reunicación
con Rumanía (López Jiménez, 2020: 372). El moldovanismo, como ideología alternativa al rumanismo, pro-
5López Jiménez, J. A. Polít. Soc. (Madr.) 60(3) e84412, 2023
pugnó entre las élites de los principales partidos políticos la consolidación de un Estado independiente susten-
tado en una identidad genuinamente moldava. De tal forma que, tras utilizar al rumanismo como instrumento
rupturista en el periodo nal de la URSS, buena parte de la antigua nomenklatura —como el presidente Sne-
gur— abogaron por defender un nacionalismo cívico alrededor de un idioma y cultura moldava, diferenciada
articialmente de su matriz rumana (Crowther, 1998: 163). La identidad entre la lengua moldava y rumana,
recuperado el alfabeto latino con la aprobación de las leyes lingüísticas de 1989, tuvo un breve recorrido, tanto
como la recuperación de otros símbolos del rumanismo como la bandera, el himno nacional (Desteapta-te,
române), o las estas nacionales, esencialmente hasta que el conicto militar en Transnistria forzó la decisión
entre las posiciones irredentistas del FPM y los secesionismos periféricos, abriéndose la posición intermedia
de la consolidación estatal sobre la base del moldovanismo para recuperar su integridad territorial (Kolsto et
al., 1993: 973).
La confrontación entre el rumanismo y los secesionismos “defensivos” identitarios minoritarios en la Mol-
davia en transición acabaron por consolidar paulatinamente una creación articial soviética como el moldova-
nismo (Baar y Jakubek, 2017: 88). Propuestas como la del FPM de crear la República Rumana de Moldavia no
ayudaron a la concordia interétnica (López Jiménez, 2020: 372). En paralelo, Rusia comenzaba a articular un
proceso neocolonial apoyando a diferentes secesionismos (Kuzio, 2002: 262).
Las peticiones de reconocimiento de la identidad gagauze, mediante la protección de su lengua, y sus de-
mandas de autonomía político-territorial fueron instrumentalizadas ideológicamente (López Jiménez, 2019:
408), de tal forma que una reivindicación etnonacionalista acabó transformándose en un secesionismo “defen-
sivo” frente a una eventual reunicación de Moldavia con Rumanía (Chinn y Roper, 1998). Un movimiento
mucho más disruptivo que el protagonizado por Gagauz Khalky en Gagauzia, pero también menos reivindi-
cativo desde el plano estrictamente identitario, es el movimiento Edinstvo-Interfront en Transnistria. La auto-
proclamación de la República Socialista Soviética del Dniéster fue la constatación de la orientación ideológica
del movimiento político que la sustentaba. La procedencia de sus miembros (directores de koljoses y sovjoses
y miembros del ala más radical del PCM y del PCUS) mostraba que su objetivo era el mantenimiento del statu
quo soviético y la situación privilegiada que ocupaban en el sistema (Troebst, 2003: 27).
Los dos proyectos constructivistas étnico-nacionales reactivos (Gagauzia y Transnistria) confrontaban con
el nacionalismo prorrumano y con la construcción de una Moldavia independiente desde nales de 1991. La
minoría rusa en Transnistria era la nomenklatura soviética apoyada por el XIV Ejército ruso, y acabó por
desencadenar un conicto bélico con las autoridades centrales de la república (Kolsto et al., 1993: 984). La
evolución posterior del mismo desde el Acuerdo de Estambul (julio de 1992) raticó su conexión ideológica e
instrumental con el Kremlin y la ausencia de reivindicaciones étnico culturales más allá de la imposición del
ruso como lengua en el territorio secesionista. Se constató, además, una peculiar evolución: primero, favorable
al mantenimiento de la URSS; después, contrario a una eventual reunicación con Rumania, y, por último, en
oposición a una Moldavia independiente (Blakisrud y Kolsto, 2011).
La política exterior de la Federación Rusa estuvo dirigida al apoyo del secesionismo de Transnistria desde
sus orígenes en 1990, pero con particular intensidad desde la declaración de independencia de Moldavia (Lai-
tin, 1998). Desde Rumanía, que fue el primer Estado en otorgar el reconocimiento internacional al nuevo Esta-
do, se desplegaron todo un conjunto de acciones tendentes a facilitar las relaciones bilaterales y la recuperación
de la conexión identitaria, pero sin realizar presiones reunicadoras. El apoyo se circunscribió a la realización
de intercambios culturales, programas de estudios, exención de tasas al comercio bilateral, exención de visados
entre los dos Estados y las facilidades otorgadas en la ley de ciudadanía rumana para recuperarla en una serie
de supuestos de los que los ciudadanos moldavo-rumanos podrían beneciarse (Iordachi, 2004).
La paulatina sustitución e imposición del moldovanismo sobre el rumanismo comenzó después del conic-
to bélico de Transnistria, y se consolidó después de las elecciones parlamentarias del 27 de febrero de 1994.
El triunfo del Partido Agrario Democrático (PAD), con más del 43% de los votos, de carácter esencialmente
multiétnico y cuyos líderes habían ocupado puestos directivos en los koljoses (granjas colectivas estatales)
signicó el derrumbe del FPM, con apenas el 7% de los votos.
El instrumentalismo que las élites políticas habían realizado de la cuestión identitaria se tradujo en un tras-
vase del comunismo al rumanismo y desde aquí al moldovanismo, con el único propósito de la consolidación
de un Estado independiente de nueva creación asegurándose el liderazgo del mismo (Iavorschi, 2012: 35).
Articulado como un nacionalismo cívico que permitiese la convivencia interétnica, que resolviese los sece-
sionismos y apartase denitivamente el miedo a la reunicación con Rumanía —principal argumento de los
líderes de Transnistria cuando realizaron su declaración independentista en 1990—, no titubeó en realizar una
transición identitaria en cinco años desde el rumanismo al moldovanismo (Roper, 2005). La manipulación,
creación o destrucción de identidades étnico-nacionales ha sido una constante entre los años 1989 y 1995 en
Moldavia (Van Meurs, 2015: 194), con el sistema educativo como herramienta esencial (Ihrig, 2009: 380).
La evolución desde la doctrina de “Un pueblo y dos Estados” del moldovanismo, hasta “Nuestra casa: la
República de Moldavia” apenas dura dos años —entre 1992 y 1994—. El referéndum celebrado el 6 de marzo
de 1994 sancionó con un 97,9% a Moldavia como un Estado independiente, unitario, basado en la integridad
territorial republicana y en un estatus de neutralidad. Finalmente, la aprobación de la Constitución moldava
6López Jiménez, J. A. Polít. Soc. (Madr.) 60(3) e84412, 2023
el 29 de julio de 1994 terminó por eliminar la conexión lingüística moldavo-rumana; el moldavo pasaba a
ser la lengua ocial del Estado —en alfabeto latino— recogido en el artículo13.1.2 A partir de este momento
el programa del moldovanismo en el poder se orientó hacia la eliminación de cualquier identicación entre
las identidades rumana y moldava (Van Meurs, 1998: 49), estableciendo la doctrina soviética sobre Besara-
bia como origen del movimiento moldovanista (Hegarty, 2001: 149). A pesar de establecer unas relaciones
más estrechas con Rusia, la presión secesionista de Transnistria no cedió (Johansson, 2011: 117), mostrando
claramente cómo los objetivos políticos de las élites secesionistas no obedecían a criterios étnicos, sino a los
intereses geopolíticos del Kremlin, aunque hubiese triunfado el moldovanismo (López Jiménez, 1999: 51).
3. Intentos de resolución político-diplomática del conicto
La Conferencia para la Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE), que se convirtió en organización in-
ternacional de carácter regional desde 1995 (OSCE), se constituyó desde 1992 como el principal mecanismo
de resolución del conicto de Transnistria. Las bases de la negociación entre las partes (Rusia y Moldavia) se
sentaron en el Acuerdo de Estambul —21 de julio de 1992—, del que quedaron excluidas Ucrania y Rumanía,
que participaron en el formato cuatripartito creado a principios de abril, recién iniciado el conicto. La Misión
de la CSCE creada en Moldavia inició su funcionamiento el 4 de febrero de 1993. En su informe número trece
quedaban recogidos los principales puntos de la propuesta de resolución que, con pocas variaciones, van a
mantenerse durante estas tres décadas: el mantenimiento de la integridad territorial de Moldavia, la retirada del
XIV Ejército ruso de Transnistria, la protección de los derechos de las minorías eslavas en el enclave —garan-
tizando un estatuto territorial diferenciado con competencias especícas integradas en el marco constitucio-
nal— y la desmilitarización de la región3.
La aprobación de la Constitución moldava en 1994 signicó el n de cualquier posibilidad de reunicación
con Rumanía. El moldovanismo triunfó sobre el rumanismo, consolidando la estatalidad independiente de la
nueva república y la construcción de una identidad nacional moldava diferenciada. Garantizado un Estado
basado en el nacionalismo cívico que replicaba el modelo soviético, pero en un sistema democrático, el texto
constitucional reservaba en sus artículos 110 y 111 la inserción del nuevo estatus territorial para Gagauzia y
Transnistria. El artículo 11 recogía que Moldavia era un Estado neutral, otorgando una doble garantía a Trans-
nistria y al Kremlin de dejar al margen cualquier impulso irredentista y occidentalista. En denitiva, anulaba
los argumentos utilizados por los secesionistas para mantener el pulso independentista y los del Kremlin para
mantener sus fuerzas armadas y su “protección” de la minoría rusa en el enclave —mantra repetido en los otros
conictos sostenidos en el antiguo espacio soviético y en la actual agresión contra Ucrania—.
La sucesión de acuerdos incumplidos entre Moldavia y Rusia para la retirada denitiva de sus fuerzas arma-
das del enclave (1994, 1999, 2001) ha mostrado con claridad la posición de Moscú en el conicto: ha negocia-
do bilateralmente con Moldavia como si Transnistria fuese parte de su integridad territorial (Pacher, 2020); su
posición negociadora no hace concesiones y, más bien, intenta con éxito notable prolongar indenidamente el
conicto sin alcanzar ningún acuerdo sustancial en torno a la integridad territorial de Moldavia y, en denitiva,
ha conseguido que la OSCE no haya roto un bucle que, con numerosas rondas y formatos negociadores, esté
en el mismo punto treinta años después de la nalización de la fase militar del mismo, como lo atestiguan los
informes de uno de los jefes de la Misión OSCE en Moldavia (Neukirch, 2001).
Entre los numerosos acuerdos suscritos entre Moldavia y Rusia que, sin embargo, no han conseguido
desbloquear el inmovilismo, cabe citar la Declaración Conjunta sobre la Integridad Territorial de Moldavia
(1996) suscrita por Rusia, Moldavia y Ucrania, nuevamente incorporada como mediadora con Rusia y la pro-
pia OSCE; el Memorándum de Moscú sobre la normalización de relaciones Moldavia-Transnistria (1997); el
Acuerdo de Odessa (1998); o la Declaración Conjunta de Kíev (1999). La única propuesta novedosa por parte
de Rusia fue el Memorándum Kozak4 que, unilateralmente, rompía el marco negociador de la OSCE y plan-
teaba para Moldavia un federalismo asimétrico en el que las autoridades de Tiráspol tendrían un poder de veto
que podría bloquear el funcionamiento del Estado. El rechazo de la OSCE y de Moldavia interrumpió durante
dos años las rondas negociadoras.
La introducción a petición de Moldavia del formato 5+2 (Moldavia y Transnistria, con Rusia, Ucrania y
OSCE como mediadores y la incorporación de Estados Unidos y la UE como observadores) constituyó el úl-
timo intento de desbloqueo de las negociaciones. Desarrollado desde 2004, aunque con diferentes interrupcio-
nes, como la provocada entre 2014 y 2016 como consecuencia de la intervención rusa en Crimea y el Donbás,
ha terminado por perpetuar la situación del enclave como Estado de facto (con la aprobación de la Constitución
de 1995 de la autoproclamada República del Dniéster, las sucesivas declaraciones de independencia del encla-
ve y la celebración de un referéndum para su eventual unión con Rusia) y consolidar los intereses geopolíticos
2 Constitutia Republicii Moldavia, disponible en http://www.parlament.md/CadrulLegal/Constitution/tabid/151/language/ro-RO/Default.aspx; con-
sultado el 16 de marzo de 2023.
3 CSCE, Report nº 13 by the CSCE Mission to Moldova, 13 de noviembre de 1993; disponible en https://www.osce.org/les/f/documents/4/b/42307.pdf
4 Presentado el 17 de noviembre de 2003 por el representante de Putin; está disponible en http://stefanwolff.com/les/Kozak-Memorandum.pdf
7López Jiménez, J. A. Polít. Soc. (Madr.) 60(3) e84412, 2023
de Moscú (Kosienkowski, 2019: 205). El balance sobre la intervención de la OSCE es muy negativo, tanto por
su incapacidad para situar a Rusia como mediador —en lugar de parte del conicto—, como por la habilidad
diplomática para congelarlo y mantener un statu quo favorable a sus intereses (López Jiménez, 2021: 13).
4. El intervencionismo ruso y sus principales instrumentos. La interpretación creativa” del derecho
internacional
La instrumentalización de la OSCE y de los procedimientos de solución pacíca de controversias de tipo po-
lítico-diplomático —porque las jurisdiccionales no se lo han permitido— no constituyen la única herramienta
que Rusia ha puesto al servicio de sus intereses geopolíticos desplegados en el ámbito de su política exterior. El
intervencionismo ruso en el espacio postsoviético ha desplegado todo un abanico de elementos que, de manera
muy similar, se han ido repitiendo, perfeccionando e intensicando en los diversos conictos en los que Moscú
ha participado de forma más o menos directa. La más inmediata fue la conguración de todo un conjunto de
organizaciones internacionales regionales que permitiesen mantener cierto nivel de control en las decisiones
de los Estados de reciente independencia en un marco formal de cooperación respetando —teóricamente— el
principio de igualdad soberana de los Estados. Desde 1992 la Comunidad de Estados Independientes (CEI)
y el Tratado de Seguridad Colectiva (TSC), convertido en Organización del Tratado de Seguridad Colectiva
(OTSC) en 2002, trataron de recomponer un mecanismo de control político, institucional y militar ruso sobre
las repúblicas menos reactivas a Moscú. En el plano económico se concretó en la Comunidad Económica Eu-
roasiática (CEE), posterior Unión Económica Euroasiática (UEE), desde 2015.
Aunque Moldavia solo perteneció a la primera, el intervencionismo militar de Rusia estaba presente en
Transnistria desde antes de su independencia. El argumento esgrimido para continuar —o establecer— fuerzas
armadas en el territorio de otro Estado, en abierta violación de los principios de no injerencia en sus asuntos
internos y de soberanía e independencia, no se ha ajustado a la realidad: la protección de la minoría rusa o
rusófona potencialmente perseguida por las políticas centrales de las diversas repúblicas. En ocasiones ocurrió
de manera preventiva (Moldavia) o reactiva (Georgia, Ucrania, Kazajistán —en el marco de la OTSC—) y
sin mandatos legales de Naciones Unidas, aunque el Kremlin sostuviese que en Transnistria operaban como
operaciones de mantenimiento de paz de la CEI —gura legal inexistente— (Kanet, 2012: 21).
Moldavia fue la primera república exsoviética sobre la que Rusia utilizó la presión energética como arma
geopolítica. Los suministros de gas y petróleo fueron interrumpidos con frecuencia y la política de precios
oscilaba en función del grado de colaboración de Chisinau con Moscú (Bruce, 2007: 30). Esta herramienta
continúa combinándose en la actualidad —durante la intervención rusa en Ucrania— con otros instrumentos
de soft power y hard power, mostrando el carácter híbrido del conicto con Moldavia por Transnistria (Cebo-
tari y Gutu, 2015: 130).
La hibridación y la congelación de los conictos en el antiguo espacio soviético siguió el modelo inicial de
Transnistria. Las acciones de desinformación, el uso de los medios de comunicación rusos, la enseñanza y la
política lingüística discriminatoria a favor del ruso, la manipulación de la historia y de forma más reciente —
desde el ataque generalizado a las estructuras del gobierno estonio en 2007— y los ciberataques, han formado
parte de la estrategia rusa de guerra híbrida (Fabian, 2019). Cabe diferenciar dos fases o periodos diferenciados
en la política intervencionista de Rusia en su vecindario próximo: hasta 2008, caracterizada por instrumentos
propios del soft power (presión energética, congelación de los formatos diplomáticos y negociadores), y con
posterioridad a la intervención en Georgia —Osetia del sur y Abjasia—, más próximo al hard power (uso de
la fuerza armada, ciberguerra) (Marsili, 2021).
La “interpretación creativa” que Rusia ha venido realizando del derecho internacional ha sido también un
instrumento básico al servicio de su política exterior y su despliegue en el antiguo espacio soviético, posi-
ción que se ha acentuado para justicar la agresión contra Ucrania. La actitud de una potencia refractaria al
ordenamiento jurídico internacional y al multilateralismo —como Rusia— contrasta con el relato que trata
de transmitir a la comunidad internacional, en un nuevo ejercicio de desinformación. Sus acciones exteriores
son justicadas permanentemente como ajustadas a los principios y normas cuando, de manera simultánea, se
comparan con ilícitos previos como el intervencionismo de la OTAN contra Serbia en el año 1999. Este marco
neorrevisionista que Estados Unidos y Occidente han planteado con escenarios como la intervención en Irak,
a favor de la independencia de Kosovo o en Libia ha supuesto la coartada instrumental para justicar ilícitos
posteriores por parte de Moscú (Sakwa, 2021: 343).
Mencionemos algunos ejemplos de este amplio acomodo normativo ad hoc. El derecho de autodetermi-
nación es el soporte jurídico internacional para los diversos secesionismos, incluido el de Transnistria. En
abierta oposición al principio de soberanía e integridad territorial de los Estados, su aplicación en contextos
muy diferentes a los recogidos por la Carta de Naciones Unidas y, en particular, la resolución 1514 (1960) de
14 de diciembre de la Asamblea General, ha sido la herramienta jurídica para amparar la anexión de Crimea en
2014 y el reconocimiento de la validez de los referéndums de autodeterminación —como el de 2006 en Trans-
nistria—. En conexión con esta norma de ius cogens (derecho reforzado de obligado cumplimiento y rango
8López Jiménez, J. A. Polít. Soc. (Madr.) 60(3) e84412, 2023
jerárquico superior), la protección de las minorías rusas residentes en otros Estados también se ha presentado
por el Kremlin como un elemento justicativo de sus acciones militares (conicto bélico en Transnistria en
1992). Una variante interpretativa es la más reciente doctrina internacionalista de la responsabilidad de pro-
teger, amparándose en un eventual peligro de esta población a manos de las autoridades estatales. El ejemplo
de Ucrania y la teoría del genocidio sobre la población rusa del Donbás y de Crimea ha constituido uno de los
argumentos esgrimidos para la agresión armada, vulnerando el principio de no intervención y la prohibición
general de la amenaza o uso de la fuerza. Un ejemplo más lo constituye el uso de contingentes armados rusos
bajo la cobertura de supuestas operaciones de mantenimiento de paz, sin ningún mandato legal por parte de
Naciones Unidas (Transnistria, Osetia del sur, Crimea, y Kazajistán en enero de 2022). La instrumentalización
de los formatos de resolución política-diplomática de los conictos en los que Moscú aparece en paralelo como
observador, mediador y parte del mismo ha sido fundamental como elemento de congelación de los diversos
procesos. La concesión ilimitada de pasaportes rusos a las minorías residentes en los enclaves secesionistas,
o la gura del reconocimiento internacional de Gobiernos y de Estados contraviniendo los requisitos del or-
denamiento jurídico internacional (doctrina Tobar) de entidades surgidas de forma violenta y vulnerando sus
principios estructurales (Osetia del sur, Abjasia) son algunos procedimientos que se han complementado con
los utilizados en Ucrania, como la realización de operaciones militares sin bandera (utilizando tropas sin dis-
tintivos de identicación). La aplicación de los tratados internacionales, como el de Unión entre Bielorrusia
y Rusia de 1999 que ha convertido a la primera república en un Estado cooperador con la agresión a Ucrania,
la revocación de la rma de la Corte Penal Internacional, la retirada del Consejo de Europa y de la jurisdic-
ción del Tribunal de Derechos Humanos, o el abuso de su membresía permanente en el Consejo de Seguridad
de Naciones Unidas para vetar cualquier resolución contraria a sus intereses completan un amplio abanico
de instrumentos jurídicos al servicio del Kremlin que, además, se apoya en un derecho interno que desde la
última reforma constitucional de 2020 sitúa al derecho internacional supeditado al ordenamiento interno ruso
(Aksenova y Marchuk, 2018: 1345).
En denitiva, más allá de las agrantes violaciones que se están cometiendo en Ucrania por parte del Kre-
mlin (derecho internacional, derechos humanos, derecho de los conictos armados, comisión de crímenes de
guerra y de lesa humanidad), la política exterior rusa se ha movido durante estas tres décadas desde la diso-
lución de la URSS en las denominadas zonas grises (Baqués Quesada, 2021; Jordán, 2018), tanto territoriales
como jurídicas, que caracterizan a los conictos híbridos desplegados por una potencia revisionista como
Rusia en todo un espacio geopolítico que considera dentro de su esfera de interés prioritario en todos sus do-
cumentos estratégicos (Concepto de Política Exterior de Rusia, 2016).
5. La agresión rusa a Ucrania y sus implicaciones para Transnistria y Moldavia: ¿Novoróssiya en marcha?
Desde una perspectiva histórica Rusia ha tenido la percepción del rechazo occidental al reconocimiento de su
carácter como genuinamente europeo (Sergunin, 2016: 15). Sin embargo, con Putin se ha acentuado desde el
Kremlin esa diferenciación unilateral reclamando una especicidad de principios y valores que demandan que
sean respetados, aunque cuestionen abiertamente el marco de los derechos humanos fundamentales. La política
exterior rusa se ha ido impregnando paulatinamente de un discurso civilizatorio que reivindica la recuperación
de su “espacio natural” a través del denominado síndrome del nacionalismo imperial (Pain, 2016: 47).
En la agresión contra Ucrania están presentes alguno de esos rasgos: un nacionalismo de base étnico-
cultural que reclama el retorno al núcleo duro eslavo (ruso, ucraniano y bielorruso); un proceso recoloniza-
dor (ruso, soviético) que recupere las fronteras de la civilización rusa; un discurso teórico que encarna en el
liberalismo de Occidente todos los peligros, sustentado en una mezcolanza ideológica: el eurasianismo de
Alexander Duguin (neotradicionalista, ultraconservador, imperialista), el totalitarismo de Iván Ilyín, el misti-
cismo cristiano-ortodoxo, o las ideas del historiador Lev Gumilev, así como el fantasma neonazi y su presencia
en Ucrania (Clover, 2016). Durante 2014, tras los acontecimientos de Maidán y la anexión ilegal de Crimea,
la intervención en la región del Donbás resucitó el proyecto de Novoróssiya (Nueva Rusia) entre los grupos
insurgentes prorrusos y los círculos ultranacionalistas rusos. Recrear el expansionismo ruso de Catalina II, que
conectó esta región con Crimea y Odesa con la frontera más occidental del imperio, a nales del siglo xviii,
sobrevoló hasta la aprobación de los Acuerdos de Minsk I y II. Sin embargo, con las operaciones militares
en curso, este proyecto geopolítico y geoestratégico parece factible, extendiendo el amplio corredor hasta el
enclave secesionista de Transnistria. El control de los mares Azov y Negro estrangularía la salida de Ucrania y
asxia económica y comercialmente a Kiev. Además, proporcionaría al Kremlin el control fronterizo casi total
de Ucrania —en el norte a través de un Estado marioneta, como Bielorrusia—.
La teórica exclusión de la población rusa de los centros de decisión de los nuevos Estados independientes
ha creado un mito como el de Novoróssiya, construido sobre una base que mezcla elementos muy conectados
entre sí: imperialismo, conservadurismo y autoritarismo, reparación de injusticias históricas, sentimiento de
humillación y revanchismo neosoviético (Minakov, 2018: 283). La inclusión de Transnistria en esta ofensiva
militar es factible (Budurina, 2022: 154), ya que reforzaría la nueva frontera occidental de Rusia, ampliando
9López Jiménez, J. A. Polít. Soc. (Madr.) 60(3) e84412, 2023
notablemente su búfer securitario. Completaría un corredor muy amplio que uniría diversas entidades sece-
sionistas (Osetia del sur, Abjasia, Donbás, Crimea y la propia Transnistria) y accedería a las pretensiones de
Tiráspol de reconocimiento internacional de su independencia y de su eventual unión con Rusia. No obstante,
exigiría como paso previo el control militar ruso de Odesa, lo que no es sencillo. No parece que el Gobierno
prooccidental de Maia Sandu —presidenta de Moldavia— facilite ninguna acción que provoque a Moscú en
Transnistria. Tampoco la reciente enmienda constitucional del 16 de marzo de 2023, que sustituye la denomi-
nación lingüística del moldavo por rumano, tiene como intención revertir la independencia del Estado o una
eventual reunicación de la república moldava con Rumanía. Tan solo traslada la aplicación de una sentencia
del Tribunal Constitucional de Moldavia, de 5 de diciembre de 2013, en la que se recogía que ningún acto
jurídico, incluida la propia Constitución de 1994 en su artículo 13, podía contradecir el texto de la Declara-
ción de Independencia del 27 de agosto de 1991, que reconocía al rumano como idioma del nuevo Estado. El
Partido que lidera (Acción y Solidaridad) no tiene en su programa político ninguna propuesta al respecto, y su
ideología es liberal y europeísta, muy apartada del nacionalismo radical (Programa del PAS, 2019). Aunque su
candidatura a la membresía en la Unión Europea (UE) no se extienda a la OTAN —salvo cambio en su neu-
tralidad constitucionalmente recogida— sigue dependiendo energéticamente de Rusia. A pesar de ser un es-
cenario improbable y complejo, el eventual descongelamiento del conicto de Transnistria desde 1992 podría
estar cercano, y no parece que sea mediante un acuerdo político-diplomático entre las partes que signicase su
reintegración en la integridad territorial de Moldavia (Potter, 2022: 186).
En estos momentos asistimos con fuerza a lo que algún autor ha denominado como “la reverberación de las
narrativas de la era soviética” (Lutterjohann, 2022: 3). En virtud de este fenómeno las partes en conicto en
Transnistria niegan mutuamente la existencia identitaria del otro, lo que conduce a un enquistamiento crónico
de las posiciones y a un bloqueo de cualquier solución negociada. Desde 2014, con la experiencia de la inter-
vención rusa en Ucrania, las autoridades secesionistas han intentado articular otros ámbitos de cooperación
(UE principalmente) que redujesen su relación clientelar con el Estado patrón que garantiza su supervivencia
como Estado de facto, al margen de Moldavia. Sin embargo, el grado de asimetría entre ambos ámbitos de
relaciones, conectado por la extrema dependencia de Moscú, hace inviable cualquier intento de relaciones
multivectoriales por parte de Transnistria. La combinación de los múltiples apoyos rusos (suministro de gas y
petróleo prácticamente gratis, pago de pensiones a la población rusa del enclave, ayudas nancieras directas
para sostener a la moneda local, proyectos comerciales, en la construcción-hospitales, escuelas, viviendas so-
ciales) con políticas como la pasaportización —cerca de 200.000 habitantes de Transnistria poseen pasaporte
ruso— pueden ser fundamentales en el curso actual de la agresión a Ucrania. Así, el deseo expresado en el
referéndum de 2006 de unirse a la Federación Rusa podría activarse, continuando el proceso de integración eu-
roasiática enunciado por el presidente de Transnistria —Yevgueni Shevchuk— en 2011, y siguiendo el modelo
de Crimea en 2014 (Istomin, 2015). De esta manera el Kremlin podría concretar sus aspiraciones geoestratégi-
cas que mantiene sobre la franja territorial desde la independencia de Moldavia, conectando el enclave con el
resto de secesionismos en el espacio postsoviético y las conquistas derivadas de su invasión militar a Ucrania,
mostrando la vertiente imperialista de la política exterior de Putin (Telenko y Prysiazhniuk, 2021: 229).
6. Conclusiones
Moldavia, como privilegiado espectador de la agresión rusa a Ucrania, está experimentando una inseguridad
máxima con respecto a una potencial extensión del conicto hasta su territorio. Durante los primeros meses
de 2022 parecía que Rusia intentaba recrear el proyecto de Novoróssiya, incluyendo a Transnistria entre sus
objetivos. En un intento de maximizar su poder y su búfer securitario, el Kremlin ha aplicado a la política ex-
terior sobre Ucrania un modelo paradigmático propio del neorrealismo ofensivo. Por el contrario, Moldavia ha
optado por un modelo netamente defensivo en el que el mantenimiento del actual statu quo en Transnistria se
aprecia como un mal menor. Mientras tanto está buscando fortalecer los lazos con la UE, más allá del Acuerdo
de Asociación en vigor. En estas circunstancias, las posibilidades de descongelar el conicto a través de una
resolución político-diplomática que acabase con el Estado de facto y del secesionismo apoyado por Moscú
resulta un escenario poco factible.
Desde el paradigma constructivista, la consolidación de la identidad étnico-nacional moldava, que res-
pondía a un constructo soviético para justicar la incorporación de la Besarabia rumana como una república
federada en la Unión Soviética, constituyó un instrumento en manos de las élites políticas republicanas para
consolidar la estatalidad independiente y su posición jerárquica. El rumanismo fue un elemento rupturista con
la URSS; el moldovanismo fue la respuesta del etnonacionalismo cívico para responder a los secesionismos de
Gagauzia y Transnistria. Constituyó una alternativa a los argumentos que, frente al irredentismo prorrumano,
presentaban los líderes separatistas de Transnistria. La consolidación del nuevo Estado independiente moldavo
anulaba cualquier potencial intento de reunicación con Rumanía y, como consecuencia, intentaba ofrecer un
modelo republicano inclusivo en el que las minorías étniconacionales pudiesen encontrar un encaje adminis-
trativo territorial en la Constitución de 1994, respetando la soberanía e integridad territorial de Moldavia.
10 López Jiménez, J. A. Polít. Soc. (Madr.) 60(3) e84412, 2023
La construcción identitaria del moldovanismo recogía así el testigo soviético, tras un breve interregno de
recuperación de la memoria histórica rumana y de su abrupta ruptura desde 1940 protagonizado por el FPM y
su etnonacionalismo de corte irredentista. Este movimiento protagonizado por las élites políticas republicanas
en la fase inicial de construcción estatal independiente respondía a un doble objetivo. En primer término, la
consolidación de la posición hegemónica de su liderazgo político en las nuevas instituciones estatales. Ante
una potencial reunicación con Rumanía, la asunción de los resortes del poder hubiera recaído en las élites del
Estado matriz, diluyéndose la antigua nomenklatura republicana en las estructuras unicadas. Sin embargo,
la consolidación de un Estado independiente sobre la base de una identidad cívica moldava podría reconducir
el secesionismo de Transnistria, aunque para ello se realizó un complejo proceso de transición identitaria de
la nación mediante la defensa progresiva de identidades alternativas en poco más de cinco años (soviética,
rumana y moldava).
El proceso de destrucción del rumanismo y de construcción del moldovanismo intentó también restablecer
la convivencia interétnica que, más desde un punto de vista político-ideológico y circunscrito a Transnistria, no
había sido muy conictiva. En un corto periodo de tiempo se pasó de la política lingüística de diferenciación
entre el moldavo y el rumano en el sistema educativo, el retorno a la manipulación de la historia a través de los
libros de texto y las diversas políticas articuladas por la nueva nomenklatura en torno a la mayoría parlamenta-
ria del PAD y del presidente Snegur, que ejemplica a la perfección la evolución político-ideológico del PCM
y la defensa del sistema soviético, al nacionalismo rumanista, rupturista e irredentista y —nalmente— a la
defensa del moldovanismo. El referéndum celebrado en 1994 consolidó el triunfo de la tesis moldovanista y
de la independencia denitiva de Moldavia como Estado diferenciado de Rumanía. Sin embargo, no consiguió
la resolución del conicto de Transnistria que consolidó sus dos rasgos esenciales. En primer lugar, su carácter
esencialmente político-ideológico en detrimento de su potencial enfrentamiento identitario. En segundo térmi-
no, su conexión directa con los intereses en el ámbito de la política exterior rusa, que comparte con el resto de
conictos que se están desarrollando en el espacio postsoviético desde hace tres décadas.
Resulta en cierto modo una paradoja histórica que la disolución de la federación soviética, producto de la
implosión y desmembramiento de las quince repúblicas, haya nalizado en el caso de Moldavia con el triunfo
de una creación identitaria como la moldava, inexistente con anterioridad a la URSS y fruto del constructi-
vismo étnico-nacional del sistema político. Para el estalinismo —igual que ahora para el putinismo con la
identidad ucraniana—, la única manera de justicar la anexión de Besarabia en 1939 fue mediante la creación
de distinciones lingüísticas, históricas o territoriales con el objetivo de construir identidades étnico-nacionales
que avalasen la creación de naciones y su encaje en la estructura política y administrativo-territorial de la
URSS. Este proceso propició la deconstrucción de identidades y la construcción o recuperación de otras en el
contexto de transición hacia la estatalidad independiente de la República de Moldavia y su compleja construc-
ción nacional y estatal. Así, la pugna entre los partidarios del sovietismo, los nacionalistas prorrumanos, los
defensores de las identidades minoritarias (gagauzes, rusos, ucranianos) y hasta aquellos que, por cuestiones
puramente ideológicas, defendieron una eventual identidad transnistriana, acabaron por apuntalar al moldova-
nismo cívico como nacionalismo de Estado.
En el actual escenario de expansión militar de Rusia en Ucrania, se muestra con claridad el despliegue de un
paradigma neorrealista de carácter ofensivo en su política exterior hacia el “extranjero próximo” que pretende
ser incorporado directamente a su soberanía territorial (como en el caso de Crimea) o tutelado con la creación
de territorios neocoloniales o Estados de facto títeres al servicio del Kremlin. Además, la fusión por absorción
de Bielorrusia utilizando las estructuras del Tratado de Unión entre ambas repúblicas de 1999 y el vasallaje de
Lukashenko hacia Putin, sin cuyo apoyo habría caído después de las protestas masivas tras las elecciones de
agosto de 2020, le permite a Rusia recuperar el control del núcleo eslavo que pretende completar con Ucrania.
No hay que olvidar la venganza histórica que supondría devolver a Kiev —aunque fuese parcialmente— a la
supervisión de Moscú después del papel esencial que jugó el nacionalismo ucraniano en la disolución de la
URSS mediante el Tratado de Belavezha, el 8 de diciembre de 1991 (los mismos bosques bielorrusos que pre-
sidieron los primeros y fracasados intentos de alcanzar un acuerdo que paralizase la agresión rusa en Ucrania).
El Kremlin ha intentado, sin embargo, trasladar a la comunidad internacional una visión defensiva (que
intentaba encajar igualmente en el paradigma neorrealista) de su intervención militar. El expansionismo de
la OTAN en su esfera de interés y de seguridad ontológica han sido los principales argumentos. No obstante,
de forma simultánea, ha incluido razones político-ideológicas (la desnazicación del régimen) e identitarias
(el paneslavismo ruso que incluye la identidad ucraniana como una mera variante cultural y lingüística) para
terminar con lo que Putin considera un error histórico (la desaparición de la URSS y, entre sus consecuencias,
la creación de un Estado ucraniano independiente cuya existencia no obedece a ninguna lógica).
¿Qué escenario se dibuja en torno a Transnistria? La evolución del secesionismo se torna compleja. La
transición desde un conicto enquistado, congelado, sin una solución denitiva en cuanto a la denición de
su estatus territorial solo puede darse hacia alguna de estas opciones, que no ha conseguido eludir la posición
defensiva (que encaja igualmente en el neorrealismo en política exterior) de Moldavia: el encaje constitucional
—como Gagauzia— en la soberanía de Moldavia con una amplia autonomía. Resulta la salida más compleja
porque no se ha consolidado durante tres décadas, con una política exterior rusa menos agresiva. El manteni-
11López Jiménez, J. A. Polít. Soc. (Madr.) 60(3) e84412, 2023
miento de tropas rusas en el enclave lo impide y, además, anularía las sinergias que podría conseguir la candi-
datura de adhesión de Moldavia a la UE entre Chisinau y Tiráspol. El mantenimiento del statu quo actual sería
otra de las posibilidades, aunque conseguir que tanto Moldavia como Transnistria no se vean afectadas por las
consecuencias de la agresión armada de Rusia a Ucrania es muy complejo. Un tercer escenario podría suponer
que Moscú reforzase el control de Transnistria mediante diferentes mecanismos: propiciando una declaración
de independencia y otorgando su reconocimiento internacional al enclave (como en Osetia del sur y Abjasia);
reforzando el contingente militar ruso en el territorio secesionista, o bien prolongando las acciones militares
hasta Odesa y conectando todo un corredor territorial desde el Donbás y el sur de Ucrania hasta Transnistria
(Novoróssiya). En este periodo tan convulso y plagado de incertidumbre lo que sí parece evidente es que la
renuncia identitaria del rumanismo y la consolidación de la creación de una identidad cívica moldava (refor-
zando el constructivismo identitario soviético) no ha sido suciente para resolver el conicto de Transnistria,
ni para garantizar la soberanía e integridad territorial del nuevo Estado independiente moldavo.
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Article
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Despite nearly three diplomatic decades of tracks and negotiations, the Georgian-Abkhaz and Moldovan-Transnistrian conflicts have remained unresolved. While the article identifies that a part of the intransigence of the conflict parties’ positions exists in the effect of different layers of competing narratives that have created static positions, I argue that still more attention needs to be paid to the layers of the competing narratives by addressing two underlying themes: imagined victimhoods and alienated identities. The article thematises subtle and hidden aspects that have accompanied the negotiations but have not been addressed clearly, yet hold the potential for change.
Article
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The article outlines cursory viewpoint on Transnistria as the focus of the Russian Federation policy. Russia pursues political interests in Transnistria connected with its geostrategic ambitions on the post-Soviet state. It is revealed that Moscow has a great impact on the life of Transnistria and cooperates with Tiraspol in political, military, social, cultural, and economic spheres. It is discussed that Russian military presence in this de facto state helps not only to control Transnistria but also Moldova concerning its geopolitical choice. In the article Russia’s activity concerning conflict resolution in Transnistria is shown. A special attention is paid to the Kozak Plan aiming at unification of Transnistria and Moldova, according to which too-extensive rights to Transnistria had to be given. Although this plan was not implemented, in fact now its idea is promoted gradually through convergence of Moldova and Transnistria. In the article it is stressed that russification of the region influences on the mood of the population concerning the future status of the region. Social and economic relations between Russia and Transnistria are researched. It is revealed that all three presidents of this de facto state had close ties with the Russian government and coordinated their politics with it. It is discussed that officially Russia supports territorial integrity of Moldova but at the same time it gives comprehensive support of Transnistria. Although it is not declared in the documents, now the Russian Federation favours status quo in Transnistria.
Article
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A LA INDEPENDENCIA. V. CONCLUSIÓN. RESUMEN: Treinta años después de la desaparición de la Unión Soviética, el espacio post-soviético presenta un escenario complejo. Los procesos de construcción estatal de los quince Estados independientes afrontan importantes desafíos que afectan a un conjunto de ámbitos: económicos, sociales, institucionales, convivencia inter-étnica, conflictos territoriales, secesionismos, transición y consolidación democrática e inserción en la comunidad internacional. Un importante número de conflictos de diversa tipología se están desarrollando en este amplio espacio que, además, forma parte del vecindario compartido entre la Unión Europea (UE) y Rusia. La importancia geoestratégica y geopolítica del mismo, así como su reciente evolución histórica hace que Rusia lo considere como un objetivo esencial en su política exterior. La participación de la Conferencia sobre la Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) como principal organización regional (OSCE desde 1995) ha sido fundamental en la prevención y resolución de conflictos. Sin embargo, un análisis detallado de los principales procesos de negociación abiertos arroja sombras sobre la consecución de los objetivos planteados en sus respectivos mandatos. El objetivo esencial de este estudio se centra en la realización de un balance crítico de tres procesos coliderados por la OSCE: dos relativos a conflictos iniciados antes de la disolución de la Unión Soviética (Transnistria y Nagorno-Karabaj) y uno desde el año 2008, tras la intervención rusa en Georgia (Osetia del sur y Abjasia).
Article
La construction de la nation dans la République post-soviétique de Moldavie et dans la région sécessionniste de Transnistrie a été l’objet d’étude privilégié de l’approche constructiviste du nationalisme. Cependant, un première vague d’études menées par des historiens, des linguistes et des politologues au milieu de la décennie 1990 suivie d’une deuxième série de travaux d’anthropologues au cours des cinq dernières années ont tenté de donner du sens à ces nationalismes en conflit. Si la distinction entre nationalismes ethnique et civique est porteuse de sens pour les chercheurs occidentaux, ce n’est pas le cas pour les « entrepreneurs ethniques » moldaves et leur base. Cela vaut également pour la distinction entre le nationalisme comme projet émanant des élites et les identités nationales revendiquées par des citoyens et des groupes sociaux.
Chapter
This chapter pursues three aims: it provides a literature synopsis on the study of Russian nationalism in Western scholarship; offers a brief historical overview over the development of Russian nationalism; and outlines in broad terms the trajectory of Russian nationalism from statist to ethno-centrist positions. In the first decade after the Soviet collapse, nationalist sentiment in Russia continued to be dominated more by empire-nostalgia than by ethnonationalism. The new turn towards ethnonationalism came only after the turn of the millennium, spurred by two issues in particular: concern for Russian co-ethnics abroad, ‘stranded’ in the other former Soviet republics; and the influx of non-Russian migrants from the Caucasus and Central Asia into Russian cities. The chapter concludes that the ethnification of Russian nationalism seems to stem from below, driven by opposition activists rather than by the regime, but that it also to some extent reverberates in official Russian rhetoric.
Article
Since 1993 the Republic of Moldova has been challenged by separatist pressure from the Pridnestrovian Moldavian Republic (PMR), known as Transnistria, a parastate within its borders. An uneasy status quo has developed. Russian troops stationed illegally inside Transnistria embolden the dissident government to resist meaningful reintegration with Moldova. Current Moldovan leadership seeks membership within the European Union (EU) and have again called for the removal of unauthorized Russian troops. Coverage of the situation in Transnistria tends to focus on the policies of Russia, the United Nations (UN), and the North Atlantic Treaty Organization (NATO) as sole deciding factors, overshadowing the significance of local culture in determining the future stability of the region. An examination of Transnistrian local culture, including an assessment of narratives that have surfaced across local and regional media, offers insights on the pressures surrounding the removal of Russian troops and foreshadows hurdles to reintegration with the Republic of Moldova.
Chapter
The collapse of the Soviet Union has been followed by a series of conflicts between the Russian Federation and its neighbours. Although some of these conflicts have been fought at the kinetic level, they were justified by Moscow through information warfare activities and supported by influence operations. This chapter, which includes an extensive survey of the literature on the topic, aims to investigate the hybrid warfare strategy carried out by the Russian Federation in its “sphere of influence” over the last three decades—the Baltic states (Estonia, Latvia, and Lithuania), Ukraine (Crimea and Donbass, i.e., Donetsk and Luhansk People’s Republics), Georgia (South Ossetia and Abkhazia) and Moldova (Transnistria)—and to assess the effectiveness of the Russian (dis)information strategy. The essay focuses on the nationalist discourse and the pro-Russia narrative.