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Un currículum inclusivo en una escuela que asegure el éxito para todos

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RESUMEN Entendemos un currículum inclusivo en el marco de una educación equitativa para todos. Garantizar el éxito educativo para todos requiere repensar y diseñar los saberes indispensables que configuren la educación deseable para toda la ciudadanía. En este contexto las competencias clave (key competences) para la vida, debidamente contextualizadas, suponen un nuevo marco de referencia para la selección de lo que considera relevante, como se ha visto desde la propuesta francesa del "socle común" (BOLÍVAR, 2015a; DUBET, 2005). Una teoría de la justicia como equidad puede servir de fundamento a dicha propuesta. En tercer lugar, un currículum inclusivo no puede limitarse al nivel de aula, tiene que ser una respuesta conjunta de la escuela. Finalmente, una escuela para la inclusión debe movilizar el capital social al servicio de la mejora, en una perspectiva comunitaria.
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Revista e-Curriculum, São Paulo, v.17, n.3, p. 827-851 jul./set. 2019 e-ISSN: 1809-3876
Programa de Pós-graduação Educação: Currículo PUC/SP
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DOI http://dx.doi.org/10.23925/1809-3876.2019v17i3p827-851
UN CURRÍCULUM INCLUSIVO EN UNA ESCUELA QUE ASEGURE
EL ÉXITO PARA TODOS
Antonio BOLÍVAR
i
RESUMEN
Entendemos un currículum inclusivo en el marco de una educación equitativa para todos. Garantizar el
éxito educativo para todos requiere repensar y diseñar los saberes indispensables que configuren la
educación deseable para toda la ciudadanía. En este contexto las competencias clave (key competences)
para la vida, debidamente contextualizadas, suponen un nuevo marco de referencia para la selección de
lo que considera relevante, como se ha visto desde la propuesta francesa del “socle común” (BOLÍVAR,
2015a; DUBET, 2005). Una teoría de la justicia como equidad puede servir de fundamento a dicha
propuesta. En tercer lugar, un currículum inclusivo no puede limitarse al nivel de aula, tiene que ser una
respuesta conjunta de la escuela. Finalmente, una escuela para la inclusión debe movilizar el capital
social al servicio de la mejora, en una perspectiva comunitaria.
PALABRAS CLAVE: Currículum inclusivo; Justicia como equidad; Competencias clave; Éxito para
todos; Educación para la ciudadanía.
UM CURRÍCULO INCLUSIVO EM UMA ESCOLA QUE ASSEGURAO SUCESSO PARA
TODOS
RESUMO
Entendendo o currículo inclusivo no quadro de uma educação equitativa para todos, assumimos que
garantir o sucesso educacional para todos implica repensar e desenhar os saberes indispensáveis que
configuram a educação desejável para todos os cidadãos. Nesse contexto, as competências-chave para
a vida (key competences for lifelong learning), adequadamente contextualizadas, supõem um novo
quadro de referência para a seleção do que é considerado relevante, a partir da proposta francesa do
“socle commun” (BOLÍVAR, 2015a; DUBET, 2005). Uma teoria da justiça como equidade pode servir
de base para tal proposta. Em terceiro lugar, consideramos que um currículo inclusivo não pode ficar
limitado ao nível da sala de aula, tem que corresponder a uma resposta conjunta da escola. Finalmente,
uma escola para a inclusão deve mobilizar o capital social ao serviço da melhoria, numa perspectiva
comunitária.
PALAVRAS-CHAVE: Currículo inclusivo; Justiça como equidade; Competências-chave; Sucesso
para todos; Educação para a cidadania.
i
Doutor pela Universidade de Granada. Professor Catedrático na Faculdade de Ciências da Educação da
Universidade de Granada. Dirige a Revista “Professorado” e é membro de Comitês editoriais ou científicos de
várias revistas de reconhecido prestígio. https://orcid.org/0000-0001-8818-5799 Email: abolivar@ugr.es.
Antônio BOLÍVAR
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DOI http://dx.doi.org/10.23925/1809-3876.2019v17i3p827-851
AN INCLUSIVE CURRICULUM IN A SCHOOL FOR SUCCESS FOR ALL
ABSTRACT
We understand an inclusive curriculum in the framework of equity in education for all. Ensuring
educational success for all requires designing the indispensable knowledge that makes education
desirable for all citizens. In this context, the Key Competences for Lifelong Learning, properly
contextualized, suppose a new frame of reference for the selection of what is considered relevant, as
seen from the French proposal of the "socle commun" (BOLÍVAR, 2015a; DUBET, 2005). A theory of
justice as equity can serve as a basis for such a proposal. Third, an inclusive curriculum can not be
limited to the classroom level, it has to be a joint response of the school. Finally, a school for inclusion
must mobilize social capital at the service of improvement, from a community perspective.
KEYWORDS: Inclusive curriculum; Justice as equity; Key competences; Success for all; Education
for citizenship.
1 INTRODUÇÃO
El presente trabajo, tiene como objetivos, fundamentar un currículum inclusivo en una
teoría de la justicia, entendida como equidad y reconocimiento de las diferencias. En segundo
lugar, se propone argumentar que un currículum inclusive debe delimitar las capacidades o
competencias clave a asegurar para toda la población. El tercer objetivo es que, siendo la labor
de la escuela fundamental, no se puede olvidar que sola no puede, sin el apoyo de la comunidad.
Como estudio teórico, metodológicamente, realiza una revisión teórica de la literatura más
relevante, apoyándose en estudios previos del propio autor.
Con distintos cambios de acento (“currículo democrático”, “inclusivo” y “currículum
para la justicia social”) se viene a incidir en la dimensión central: una escuela justa lucha
denodadamente contra las barreras culturales, sociales y educativas que están en la base de
prácticas, dinámicas y estructuras que impiden progresar en su proceso de aprendizaje a todos
los alumnos. Como analizaremos en la parte última, lograr unas escuelas más justas e inclusivas
no es sólo una tarea escolar, dado que la reducción de las desigualdades no puede limitarse al
ámbito escolar, sino social (familia, barrio, municipio). Esto conlleva y exige un conjunto de
estrategias paralelas de carácter local, no limitadas al medio escolar, como redes entre escuelas
e incrementar la acción conjunta con la comunidad. Al fin y al cabo, es una tarea comunitaria.
Por eso, apostamos, al igual que Lumby (2014) por un “camino intermedio” entre el
necesario cambio social y cómo la escuela puede contribuir a una mayor justicia social. El
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primero, por ejemplo, el discurso reproduccionista de los setenta nos lleva a la inacción: “la
escuela no importa” (BOLÍVAR, 2005b). El segundo, es consciente del poder de la escuela,
pero también de sus limitaciones. El llamado “efecto Mateo” (“quien más tiene, más recibirá”)
puede ser contrarrestado en una escuela comprometida con mitigar la desigualdad, con un
liderazgo compartido por la justicia social puede contribuir decididamente a sociedades más
justas (LUMBY y COLEMAN, 2016).
Una educación inclusiva se tiene que inscribir en una teoría de la justicia relevante.
“¿Cómo puede preparar a las personas para vivir en una sociedad justa a menos que tenga una
idea clara de lo que es una sociedad justa? […] Por lo tanto, el currículum debe fomentar la
comprensión de la sociedad y sus principios y también cómo podría ser una sociedad que
promueva la justicia social(HIRST, 1990, p. 48 y 49). Sin embargo, esta no es una tarea
simple. Como hemos dado cuenta en sucesivas revisiones (BOLÍVAR, 2005a, 2012), en la
actualidad conviven diferentes gramáticas de la justicia escolar, que tienen muchas caras o
esferas y, aunque fuera deseable, no es posible una concepción unitaria que abarque (y explique)
todas las dimensiones. Como defiende Shaeffer (2019) el concepto de “educación inclusiva”
ahora se entiende de un modo más amplio, abarcando todos los obstáculos para acceder y
aprender más allá de un enfoque en los niños con discapacidades y otras necesidades especiales.
Entre estos obstáculos, además de las desigualdades socioecónomicas, están las nuevas
desigualdades, que Lumby y Coleman (2016) cifran en género, sexualidad, etnicidad, religión,
emigración, necesidades especiales, discapacidad y equidad. Esto obliga a que cuando
planteemos un currículum inclusivo no se limite a dimensiones equitativas, sino que tenga en
cuenta estas otras dimensiones. En este movimiento de una concepción más amplia de
inclusión, como defiende Shaeffer (2019), ahora responde a las diversas necesidades de todos
los niños, como puso de manifiesto el movimiento de “Educación para todos” y ahora se ha
reiterado en el 4º Objetivo de Desarrollo Sostenible.
2 CURRÍCULUM INCLUSIVO Y EQUIDAD
El reto de las sociedades actuales, la “nueva cuestión social”, es el grave riesgo de
exclusión (social y escolar) para una parte de la población. Lograr una educación inclusiva se
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juega en que los establecimiento escolares garanticen y hagan efectivo el derecho a la educación
de todos los estudiantes, que consiste en desarrollar todas sus posibilidades. No basta, pues, la
democratización escolar en el acceso, si no se entra además en otras dimensiones que
garanticen una equidad, mediante el acompañamiento y apoyo de las trayectorias escolares para
los que no tienen los mismos recursos. Una base común y dispositivos diferenciados para que
todo alumno pueda reencontrar sentido al aprendizaje escolar, con el fin de que todos se puedan
sentir verdaderamente “incluidos”. Además de la determinación de los aprendizajes esenciales,
requiere la implementación y desarrollo de las estrategias pedagógicas adecuadas que lo
“contextualicen” adecuadamente, entre otros, al lugar, estudiantes, diversidad, disciplina
(FERNANDES; LEITE et al., 2013).
Un currículum inclusivo queremos inscribirlo como parte central de la agenda de
demanda de una mayor equidad en educación. En general, el objetivo de mejorar el grado de
inclusividad en la educación debe entenderse como eliminar cualquier proceso de segregación
y exclusión en el marco educativo y social, especialmente centrada en los grupos más
vulnerables. Una educación inclusiva reclama luchar contra sistemas que, aun sutilmente,
perpetúan formas elitistas, así como contra el establecimiento de modalidades o diferencias
específicas (“educación especial”, “educación compensatoria”) en el interior de los centros
escolares. Por eso, cualquier análisis y propuesta sobre una escuela inclusiva debe partir por
reconocer los procesos de exclusión social presentes en nuestra sociedad, en los que está inserta
la escuela, por lo que su superación exigirá una actuación paralela en estos ámbitos externos a
la escuela, si no queremos quedar como una retórica.
Hemos tardado demasiado tiempo en darnos cuenta de que los tratamientos diferenciales
o especiales eran segregadores. Bajo el supuesto de programas especiales se quería decir
segregación, proporcionando un tratamiento educativo diferenciado. Una educación inclusiva
implica, por eso, un modelo global de escuela entendida una transformación del funcionamiento
ordinario para hacer efectivo de modo equitativo el derecho a la educación. Como tal, debe
suponer un proceso de transformación de las culturas, las políticas de escolarización y las
prácticas cotidianas de los centros educativos para eliminar las barreras que limitan el
aprendizaje y la participación de los alumnos que asisten a ellos, poniendo el énfasis en aquellas
poblaciones de contextos vulnerables o en riesgo educativo.
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Para nosotros, hablar de inclusión en educación es equivalente a equidad educativa. La
lucha por una educación más inclusiva es similar a una educación más equitativa, dado que
“hablar de ‘educación inclusiva’ no es sino una perspectiva desde la que analizar los desafíos
de la equidad en la educación escolar” (ECHEITA, 2017, p. 17). Se trata de asegurar que todo
alumno tiene garantizado el acceso, la participación, el reconocimiento y el aprendizaje,
independientemente de sus diferencias personales y su procedencia social y cultural. Por eso,
una escuela para la inclusión, bien entendida, centra sus esfuerzos, por un lado, en construir una
organización que aminore las desigualdades y, por otro, aspire a una sociedad más justa. En el
fondo, la práctica de la inclusión en la escuela es una forma privilegiada de promover la justicia
social. En esta perspectiva, capacitar a todas las personas para realizar sus potencialidades,
requiere una intervención activa de las políticas públicas sociales y educativas para garantizar
dicha capacitación.
Desde una perspectiva amplia de la educación inclusiva, como abogamos aquí, se trata
de garantizar a todos el derecho a la educación, sin ninguna clase de discriminación o exclusión,
con atención especial a los más vulnerables o marginados. Por tanto, estamos en el ámbito de
diseñar un horizonte de la educación deseable, más allá de las realizaciones concretas que haya
en un contexto. Es un ideal “contrafáctico”, en relación con el cual juzgar lo que sucede en la
medida que se acerque más o menos a dicho ideal (BOLÍVAR, 2012). Una educación inclusiva,
en sentido amplio, comprende todas las competencias clave que posibilitan realizarse
personalmente, integrarse socialmente y participar de modo activo en la vida pública. El
movimiento de educación inclusiva se vincula, así, con el derecho de todos los niños y jóvenes
a recibir una educación de calidad basada en los principios de equidad y justicia social. El
asunto es qué políticas, sistemas escolares, establecimientos, currículo, enseñanza, docentes y
otros profesionales se precisan para que nadie se quede fuera.
2.1 Reformular el currículum escolar para democratizar el éxito escolar
Logrado en muchos países el acceso a la escolarización escolar en la educación básica,
el drama que persiste es un fracaso escolar (es decir, una exclusión escolar y social) para una
parte sustantiva de la población escolar. No basta, pues, la democratización escolar en el acceso,
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si no se entra además en la determinación de un currículum relevante y accesible para todos.
Reformulando antiguas pretensiones igualitarias, hay que cifrar dicha democratización en una
igualdad de base: garantizar el acceso efectivo a la base común de competencias clave o
aprendizajes esenciales, como se afirma en el planteamiento francés del “socle commun”
(BOLÍVAR, 2015a); al tiempo que acompañar y apoyar las trayectorias escolares para los que
no tienen los mismos recursos. Una base común y dispositivos diferenciados para que todo
alumno pueda reencontrar sentido al aprendizaje escolar, con el fin de que todos tengan en
ese sentido verdaderamente “éxito”.
Más allá de una escolarización y un currículum común para todos, actualmente, se
estima que democratización pasa por poder garantizar unos aprendizajes esenciales,
fundamentales o básicos para todos. Limitada a la escolarización y a un currículum común,
como han mostrado hasta la saciedad los análisis de la sociología de la educación, se suelen
acabar imponiendo las desigualdades sociales y capital cultural de partida, como sucedió en
España con una ley “progresista” (BOLÍVAR, 2015b). La igualdad formal, en una trayectoria
escolar única, no garantiza una igualdad real. Por eso, precisamente, se requiere un modo de
organizar el currículum, que no deje su acceso al arbitrio del esfuerzo de cada uno o de su
capacidad de trabajo (es decir, mérito), al menos en la escolaridad obligatoria. Si tanto una
igualdad formal de oportunidades como la carrera meritocrática engendran desigualdades, se
puede proponer una igualdad de base, a garantizar para todos, independientemente de su mérito.
Es decir, ningún ciudadano debe salir del sistema escolar privado de aquellos recursos básicos,
bajo el pretexto de ser el culpable de su propio fracaso. Como señala Dubet (2004, p. 547):
É importante, inicialmente, definir esse nível garantido e, mais concretamente,
definir os conteúdos da cultura escolar comum, aquela que todos os alunos
precisam adquirir ao final da escolaridade obrigatória. Ora, os programas não
são concebidos dessa maneira […] Essa concepção da justiça implica, então,
uma mudança de perspectiva: os programas da escolaridade comum e
obrigatória devem ser definidos a partir das exigências comuns garantidas a
todos, os melhores alunos podendo, evidentemente, aproveitá-los muito
melhor e progredir mais depressa. Mas a qualidade do percurso dos melhores
não levaria os outros a serem totalmente abandonados.
No basta, pues, la democratización escolar en el acceso; si no se entra además en otras
dimensiones que garanticen una equidad, mediante el acompañamiento y apoyo de las
trayectorias escolares para los que no tienen los mismos recursos. Un modo para reducir la
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desigualdad fundamental es garantizar los conocimientos indispensables y competencias
mínimas a los más desfavorecidos, encontrando su propia vía de éxito y realización personal.
De acuerdo con la concepción de la justicia de Rawls (1978), las desigualdades
inevitables sólo pueden ser aceptables siempre que no empeoren las condiciones de los más
débiles. Lejos de la ingenuidad de querer para todos lo mismo, en que los más vulnerables
quedarán abandonados, un sistema escolar; si no más justo al menos más equitativo, es
aquel que puede garantizar (como el salario mínimo, la asistencia médica o las ayudas que
protegen a los más débiles de la exclusión total) las competencias básicas o clave, sin las cuales
no sería un ciudadano de pleno derecho. Sabemos que no todos pueden alcanzar los mismos
niveles de excelencia, pero todos deben tener garantizado unos umbrales básicos, por debajo de
los cuales quedarían excluidos. Se trata de asegurar una cultura común, como derecho básico
de la ciudadanía (BOLÍVAR, 2009).
2.2 Equidad en oportunidades educativas
El discurso de la equidad ha emergido con fuerza, a partir de la obra de Rawls (1978),
como una noción más compleja que trata de superar que una igualdad formal (o negativa) de
oportunidades sea justificable. En efecto, evocar la “equidad” (y no la igualdad) supone que
determinadas desigualdades sociales, además de inevitables, deben ser tenidas en cuenta, pues
como dice Sen (1995, p.13) el hecho de considerar a todos por igual puede resultar en que
se de un trato desigual a aquellos que se encuentran en una posición desfavorable”, por lo que
es preciso ir más allá de la igualdad formal. La equidad es, pues, sensible a las diferencias de
los seres humanos; la igualdad se refiere a iguales oportunidades a un nivel formal. Así, puede
haber una igualdad formal de acceso a la educación; pero, equitativamente, para garantizar una
igualdad de oportunidades se debe apoyar con mayores recursos a los grupos más vulnerables.
Cualquiera que sea el origen, una indiferencia a las diferencias reforzaría dichas desigualdades.
En este sentido, paradójicamente, puede haber “desigualdades justas”. Una justicia distributiva
en educación debe tender a la equidad (apoyar con mayores recursos a los desfavorecidos), no
a la distribución igualitaria de recursos entre todos los alumnos. En suma, la equidad en
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educación gira la cuestión de la justicia escolar a cómo resuelve la situación de los peor
situados, otorgando una prioridad a la tarea de mejorar a los más desfavorecidos.
Rawls ha establecido los dos principios siguientes como claves en una teoría de la
justicia como equidad:
a) cada pessoa tem o mesmo direito irrevogável a um esquema plenamente
adequado de liberdades básicas iguais que seja compatível com o mesmo
esquema de liberdades para todos; e
b) as desigualdades sociais e econômicos devem satisfazer duas condições:
primeiro, devem estar vinculadas a cargos e posições accessíveis a todos em
condições de igualdade eqüitativa de oportunidades; e, em segundo lugar, têm
de beneficiar ao máximo os membros menos favorecidos da sociedade (o
princípio da diferenta) (RAWLS, 2003, p. 60).
El primer principio (igualdad de derechos y libertades) tiene prioridad sobre el segundo,
y la primera parte del segundo principio (justa igualdad de oportunidades) tiene prioridad sobre
el principio de la diferencia, según el cual las desigualdades sólo se justifican en cuanto
beneficien a los más desventajados, de lo contrario no son permisibles. Dadas las desigualdades
de oportunidades en la vida en nuestra sociedad, una teoría de la justicia como equidad debe
incluir algún principio que limite las desigualdades. Desde una igualdad positiva (o “justa”
como la denomina Rawls) de oportunidades, es preciso que toda persona, cualquiera haya sido
su punto de partida en la vida, tenga las mismas oportunidades para desarrollar sus talentos
naturales hasta el nivel que sea capaz de alcanzar. Esta segunda interpretación, capacitar a
todas las personas para realizar sus potencialidades, requiere una intervención activa de las
políticas públicas sociales y educativas para garantizar dicha capacitación.
Las circunstancias desiguales en las que se ha nacido o vive no deben condicionar las
vidas de las personas: “Intuitivamente, a mais óbvia injustiça [...] é que ele permite que a
distribuição das porçôes seja influenciada por esses fatores tão arbitrários do punto de vista
ético”, afirmaba Rawls (2000, p. 76-77). Dado que estos condicionamientos no son fruto de
elecciones libres y, por tanto, inmerecidas, que no controlan los sujetos ni dependen de ellos
mismos, está justificado que deban ser compensadas, es decir el azar ha de ser rectificado. De
ahí “el principio de diferencia” antes enunciado: “las desigualdades deben redundar en un
mayor beneficio de los miembros menos aventajados de la sociedad”. Las políticas públicas,
particulamente a través de la educación, han de corregir o compensar estas contingencias
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sociales moralmente arbitrarias, pues es justo rectificar las desigualdades derivadas del azar
social y natural.
Suele estar normalmente aceptado que no basta una igualdad negativa de oportunidades
(ausencia de trabas, barreras, exclusión o discriminación), por lo que es preciso una igualdad
positiva de oportunidades o de posibilidades. Para esto, en nuestro caso, se requeriría garantizar
a toda la población un nivel que se considere aceptable de competencias, para poder moverse
(y competir, también) en la vida sin riesgo de exclusión, como capacitación o poderes básicos
de la ciudadanía. Las necesidades básicas han de ser satisfechas, en la medida en que su
satisfacción es una condición necesaria para que los ciudadanos entiendan y sean capaces de
ejercer fructíferamente los derechos y libertades básicos. Aquí es donde, en nuestro caso, se
sitúan las competencias básicas para todos, como necesidades básicas o bienes primarios. Por
tanto, un sistema educativo será más equitativo que otro si las desigualdades inevitables en el
ámbito educativo o social son ventajosas para los más desfavorecidos.
2.3 Un currículum inclusivo para una escuela más justa
Una escuela completamente justa está fuera del horizonte, más bien cabe plantearse
cómo el currículum escolar puede ser lo menos injusto posible. El modelo heredado y
dominante de justicia escolar ha sido la “igualdad de oportunidades”, entendida como una
escuela que neutraliza milagrosamente las desigualdades de origen social para tener en cuenta
sólo el mérito y esfuerzo escolar. Pero esta igualdad ha sido una “ficción”, un modo de producir
paradójicamente desigualdades “justas” (es decir, justificadas), aun cuando puede seguir
siendo necesario mantenerla, por los efectos movilizadores que suele conllevar. Para que el
modelo funcionase idealmente, las desigualdades sociales, culturales o de género no deberían
tener influencia alguna sobre la carrera escolar. Desde posiciones de partida desiguales, la
competición escolar por el mérito, no puede dar lugar a una sociedad igualitaria. Si la escuela
genera, fatalmente, desigualdades, éstas serán tanto más “justas” en cuanto menos afecten a los
más débiles. Una de las vías de salida es asegurar un currículum básico, una cultura común, a
todos, particularmente, a los que se encuentran en peores situaciones.
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Al igual que no se puede pretender, con un mínimo de realismo en el contexto actual,
que todos tengan el mismo sueldo o vivan en similares viviendas, una sociedad mínimamente
equitativa debe tener asegurado a toda la población un salario mínimo o renta básica que le
permita vivir razonablemente. Por eso, en lugar de definir lo que se aprende desde el punto de
vista de la excelencia, es preciso partir de aquello básico que toda población debe tener
garantizado. En este sentido, señala Dubet (2005, p.16):
Si adoptamos este punto de vista, la igualdad de oportunidades debe
ponderarse por un principio de garantía común, por la creación de un bien
escolar compartido por todos, independientemente del éxito de cada uno.
Antes de que comience la selección meritocrática, una escuela justa debe
ofrecer un bien común, una cultura común independiente de las lógicas
selectivas. Esto invita a actuar con firmeza a favor de una verdadera
secundaria común, una secundaria cuya función sea garantizar a todos, hasta
al más débil de los alumnos, los conocimientos y las competencias a los que
tiene derecho.
Una escuela justa es la que trata lo mejor posible a los más desfavorecidos. A fin de
garantizar la adquisición de una cultura común para todos, la lógica selectiva debe suspenderse
a esta nivel. Esto no tiene nada que ver, como a menudo se aduce, con una “bajada de nivel”,
siendo una tarea ambiciosa de justicia social conseguir para todos unos aprendizajes esenciales,
básicos para todos. Siendo preciso, además, reforzar la igualdad de la oferta escolar, lo que debe
conllevar una eficacia de la escuela, también se precisa de una equidad, que asegure lo básico
a todos.
Las competencias clave permiten recentrar el currículum en cuál es la cultura básica
que ha de asegurar la escolaridad obligatoria, al tiempo que pueda constituirse en la cultura
escolar común que comparte una ciudadanía diversa, es decir, lo que contribuye como público
a construir la ciudadanía en la escuela. De este modo, “la entrada simultánea por competencias
clave y por saberes fundamentales, asociados a las mismas, emerge así como otro de los
aspectos esenciales en los esfuerzos actuales por redefinir lo básico en la educación básica”
(COLL, 2006, p.12).
Al igual que, en otros ámbitos, se acepta la idea de un salario mínimo o una renta básica
de la ciudadanía, con el currículum de competencias clave estaríamos ante algo parecido. Ni se
trata, como antaño en estrategias conservadoras, de un regreso a lo básico (back to the basic
skills) de leer, escribir y contar; ni, menos, por el otro lado, de rebajar para todos los niveles,
puesto que se continúa pretendiendo la máxima formación. Digámoslo claramente, en este final
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de modernidad, la “nueva cuestión social” es la fragilidad y vulnerabilidad de un grupo de
personas, frente al grupo de integrados. Ese es el problema al que, desde el lado escolar, hay
que hacer frente.
El problema, pues, se sitúa de otro modo: no es un currículum establecido para, luego,
hacer adaptaciones o diversificaciones, al que no puede llegar. En este caso, esa norma de
excelencia se convierte en exclusora, como se ha mostrado en la aplicación de la LOGSE en
España (Bolívar, 2015b). Tampoco se pude tratar de establecer un mínimo obligatorio para
todos, bajando los niveles. Por decirlo en los términos de Dubet (2005, p. 60 y 68):
En realidad, se debe cambiar la norma de la escuela obligatoria, no para
disminuirla, sino para otorgarle otra función. En lugar de fijarla a través de un
programa que muy pocos alumnos cumplen, se debe definir aquello a lo que
cada uno tiene derecho, sobreentendiéndose que, una vez alcanzado ese
umbral, nada impide ir más lejos e incluso mucho más lejos [...] Pero no se les
pude ofrecer más, sin que nos aseguremos primero de que cada uno ha
adquirido lo que le corresponde en términos de conocimiento y de
competencias que se consideran indispensables para todos.
Pienso, como Linda Darling-Hammond, que una vez alcanzada la escolarización de
toda la población escolar nuestro reto para el siglo XXI “es que las escuelas garanticen a todos
los estudiantes y en todas las comunidades el derecho genuino a aprender”, lo que supone que
todos puedan comprender y manejar los instrumentos culturales. “Este nuevo desafío –continua
diciendo no requiere un mero incremento de tareas. Exige una empresa fundamentalmente
diferente. [...] Nos exige un nuevo paradigma para enfocar la política educativa” (DARLING-
HAMMON, 2001, p. 42). El planteamiento de las key competences o del “socle común” se
inscribe en esta dirección.
3 UN CURRÍCULUM BÁSICO COMÚN EN UNA ESCUELA INCLUSIVA
La escuela continúa siendo una de las escasas instituciones que puede seguir ejerciendo
en su seno la labor de inclusión social, en un contexto de creciente diversidad social, identitaria
y cultural. Pues bien, en este contexto, un currículum común, representado por las competencias
clave, como la base de la educación de la ciudadanía, bien pudiera representar el núcleo de
cohesión social, en el sentido clásico destacado por la sociología, es decir aquello que permite
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mantenerse unida a una sociedad en otros aspectos escindida. En el fondo, como se plantea en
Francia, en un sentido ambicioso puede ser entendido como un modo de “refundar” la
educación pública. Así, en la presentación ministerial del “socle commun”, se dice que el
establecimiento de los conocimientos y las competencias que todos los alumnos tienen que
haber adquirido al acabar la escolaridad obligatoria, “reafirma el pacto entre la Escuela y la
Nación [...] constituye un acto refundador para nuestra escuela, un momento excepcional en la
historia escolar, sin par desde las leyes de Jules Ferry que instauraron la enseñanza gratuita,
laica y obligatoria y especificaron sus contenidos. [...] He aquí lo que la Nación se compromete
a enseñarles. [...] Esta base es el cimento de la Nación ” (MEN, 2006, p. 8-9).
Si bien, por un lado, se puede considerar un tanto excesivo; por el otro tiene una gran
parte de verdad: reactualizar y delimitar la misión y obligación de la educación pública. Una
tarea necesaria y de primer orden. Como ha señalado Antonio Nóvoa (2002), estamos ante de
una ruptura del pacto histórico que permitió la consolidación y extensión de los sistemas
educativos. Este pacto, una de las grandes marcas civilizatorias del siglo XX, se fundó en una
lógica pública, de integración de todos los niños en la escuela y de la construcción de una
ciudadanía nacional. Su cuestionamiento actual deriva de nuestra incapacidad para responder a
la multiplicidad de presencias (racial, étnico, cultural) que la habitan. Por otro, contrariamente
a sus pretensiones igualitaristas, la escuela está dejando de cumplir la misión: 30-40% sin el
nivel de aprendizajes esenciales deseable o que abandonan prematuramente la escuela privados
de todo.
Es preciso reconocer que actualmente, para muchos alumnos, lo que se aprende en la
escuela no tiene sentido, que provienen de “comunidades” que no se ven reconocidas en el
proyecto escolar o que son indiferentes al curso escolar de sus hijos. Estamos ante una realidad
nueva, sin paralelo en la historia. Como ha visto Francia, ¿pueden bien planteadas las
competencias básicas contribuir a “refundar” la educación pública? -Esta es una de las apuestas
que hemos defendido en un extenso libro (BOLÍVAR, 2010).
3.1 Reconocimiento de las identidades y currículum común
Lo justo ya no puede seguir identificándose con un universalismo homogeneizador, pues
exige ser compensado con el reconocimiento de contextos y culturas. En este caso el sistema
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menos injusto no es solo el que reduce la diferencia entre los más débiles y los más fuertes sino
el que garantiza a los menos favorecidos los aprendizajes indispensables. La equidad es, pues,
sensible a las diferencias de los seres humanos; la igualdad se refiere a iguales oportunidades a
un nivel formal. Al respecto Fraser (2008) ha distinguido tres facetas de justicia social: además
de la justicia distributiva, la más relevante, por la tradición histórica que la sustenta, centrada
en la equidad y redistribución equitativa de los recursos; ha surgido con fuerza la perspectiva
del reconocimiento de las identidades y las culturas propias. Sin embargo, los derechos de
determinadas minorías no se verían recogidos con igual dignidad en esta bivalencia de la
justicia, por lo que es defendible un tercer ámbito referido a la inclusión, referido a las
condiciones para que el ejercicio de esa igual dignidad sean efectivas en los diferentes ámbitos.
A este ámbito se le ha llamado desde Frazer también la justicia como representación para
preservar la aliteración con redistribución y reconocimiento (“tres rs”). Por eso, proponemos
pueda denominarse, con toda legitimidad, inclusión.
Lograr una nueva articulación entre el reconocimiento identitario cultural (y la propia
diversidad individual) con la cultura común, estimo, es una de las cuestiones más relevantes en
un discurso actual sobre la educación pública. En efecto, lo que da coherencia a la educación
pública es aprender a vivir en común, con el conjunto de conocimientos que posibilitan el
ejercicio activo, así como con “virtudes públicas” que dan estabilidad y vigor a las instituciones
democráticas. Por eso, la educación para la ciudadanía activa y responsable es hoy una
preocupación común en los sistemas educativos, situándose en la agenda actual de reformas
educativas. Pues bien, formando ese núcleo común que, más allá de las identidades culturales,
la educación pública debe promover, se encontrarían las competencias clave (más
particularmente la competencia referida al ámbito social y cívico).
Si el proyecto moderno fue subordinar la cultura individual a lo colectivo (por ejemplo,
a través de la moral cívica de la escuela), donde las identidades y creencias individuales
quedaban relegadas al ámbito privado, es evidente que ya no se puede plantear así. Los análisis
críticos y postcríticos pusieron de manifiesto que dicha lógica, no neutral en la práctica, se
subordinaba a la reproducción de la cultura dominante, pero también, como entrevió bien
entre otros Durkheim, sin cohesión social no cabe sociedad. Si lo individual tiene que
transformarse en colectivo, y sin esto no hay acción educativa, actualmente sólo se puede hacer
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a través del reconocimiento de la diferencia. Este reconocimiento ha de entenderse desde un
pluralismo y una ciudadanía compleja, más que desde la reafirmación de cada cultura en
currículos diferenciados (multiculturalismo postmoderno).
La educación de la ciudadanía, históricamente, ha formado parte del núcleo de la escuela
pública, que ha considerado que una de las tareas básicas de la escuela es preparar a las jóvenes
generaciones para vivir y ejercer el oficio de ciudadano en una comunidad configuradora de la
nación (BOLÍVAR, 2009). Esta formación de la ciudadanía, en el imaginario liberal de la
escuela pública, se asienta en la socialización en valores comunes y universales, que están por
encima de las pautas culturales específicas de los distintos grupos sociales que componen un
país. Según este legado liberal, se ha de pretender compartir unos conocimientos y valores
comunes; aun reconociendo dentro de un pluralismo la cultura y valores diferenciales,
siempre que no se opongan o se enfrenten con dichos valores comunes. Sin embargo, es
evidente, este proyecto moderno de educación se encuentra hoy claramente debilitado. La
escuela ahora se ve obligada a reconocer, y no sólo respetar, las diferencias religiosas, culturales
o étnicas. Lo que está en juego es, por tanto, un trabajo de reconfiguración del proyecto de
socialización y de educación de la ciudadanía, tanto en un nuevo modo de concebir el
currículum como en la organización del trabajo escolar.
Más que añorar modos de funcionar propios de la “primera modernidad”, precisamos, a
largo plazo, respuestas proactivas que hagan posible que los centros educativos sean “escuelas
de ciudadanía”, vocación originaria de la escuela pública. En este sentido, una educación
intercultural puede ser entendida y practicada como una educación para la ciudadanía, que
posibilite la convivencia en un marco común. Esto impone, como exigencia educativa y social,
además de apoyos y recursos complementarios, transitar desde la multiculturalidad (fáctica)
hacia la interculturalidad, desde la pluralidad cultural como hecho al pluralismo como valor. La
educación pública ahora no puede dejar fuera las culturas, entran dentro de la propia institución,
reconociendo la identidad como un derecho y defendiendo en la acción educativa la creación
de una ciudadanía, como ámbito de participación común y solidaridad.
La cuestión central en educación, como hemos apuntado antes, es cómo la ciudadanía,
debidamente reformulada hoy, pueda ser un modo de conciliar el pluralismo de la escuela
común y la condición multicultural. Entre la Escila de una ciudadanía homogénea
(asimilacionismo) y la Caribdis de una ciudadanía diferenciada (segregación o
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marginalización), la educación intercultural de la ciudadanía busca compatibilizar un núcleo
ético y cultural común con el reconocimiento de las diferencias de cada grupo y con los
contextos locales comunitarios. Además de la lengua propia, el currículum ha de ser rediseñado
de manera que incluya también los saberes, conocimientos y valores de la cultura originaria.
Esto no excluye incorporar los elementos y contenidos de la cultura mayoritaria y de la
universal.
Lo que se discute y está en juego, en la misión de la educación pública, es pues
contribuir a construir un espacio público con ciudadanos que comparten un núcleo cultural
común lo que, además, les posibilita participar activamente en dicho espacio público. Qué
currículum y qué formas organizativas son más adecuadas para hacer frente a los desafíos
presentes y futuros en la formación de las nuevas generaciones es lo que nos fuerza a repensar
el papel de la escuela en este nuevo contexto. La escuela tiene una función irrenunciable para
que las diferencias culturales y el pluralismo democrático se informen y conjuguen
mutuamente. Conjugar los principios normativos unitarios de justicia y el reconocimiento de
los distintos proyectos de vida culturales es, pues, el dilema actual de la educación pública.
3.2 Un currículum común para la inclusión
La herencia de la escuela pública moderna es, pues, que la formación de la ciudadanía
se asienta en la socialización en una cultura común, que está por encima de las pautas culturales
específicas de los distintos grupos sociales que componen la nación. Este proyecto ha sido
cuestionado desde que, como sabemos, la sociología crítica de la educación documentó cómo
la cultura escolar, bajo su presentación universalista, no ha sido neutra, sino una construcción
que ha legitimado una perspectiva cultural particular, al servicio del grupo social dominante.
Fracasado el proyecto ilustrado moderno, como salida, acorde con nuevas sensibilidades, se
apuesta por el desarrollo de la cultura propia de cada comunidad. ¿Puede, en este contexto, el
currículum básico representar ese núcleo cultural mínimo y común?
Sin cultura pública común no hay educación para la ciudadanía y se esfuma el sentido
mismo de escuela pública. La herencia moderna e ilustrada es que la vida en sociedad no es
posible a menos que existan un conjunto de conocimientos, destrezas y valores compartidos por
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los ciudadanos. El asunto es qué haya de constituir dicha “cultura”, de forma que no niegue las
identidades culturales primarias ni queden relegadas al espacio privado, pero tampoco que su
reafirmación impida dicha cultura común. La escuela tiene una función irrenunciable en educar
en valores comunes para que las diferencias culturales y el pluralismo democrático se informen
y conjuguen mutuamente. El respeto a la diferencia no es un principio absoluto, como si todo
fuera relativo, ni tampoco un modelo cultural hegemónico, en nombre de supuestos principios
universales de igualdad, puede pretender anular lo culturalmente propio. Conjugar los
principios normativos unitarios de justicia y el reconocimiento de los distintos proyectos de
vida culturales es, pues, nuestro problema moral y político.
Como comenta el pensador argentino Carlos Skliar (2017), la palabra “diversidad” (que
no “diferencia”, tan querida por Derrida) ha sido impuesta por el discurso político y educativo
como aquello que ha de tener un nombre para ser excluido o incluido y luego, otra vez,
ignorado. Enunciar la “diversidad” para, de ese modo, ocultar la radicalidad que suponen las
diferencias. Diversidad en este sentido no, diferencias de todos los alumnos, sí. Para que esto
no vuelva a suceder con el (nuevo) discurso de la inclusión, conviene hacer un uso crítico de su
empleo, en especial porque “inclusión y liderazgo son términos escurridizos como las
anguilas”, señalan al inicio de su libro Mac Ruairc et al. (2013). Este último autor, desde una
perspectiva postmoderna, habla de la necesidad de “deconstruir” la inclusión, pues su existencia
deriva de considerar que hay un “centro” a partir del cual se incluye o, en su caso, se excluye:
“lo que se requiere es hacer visible y deconstruir el centro del que derivan las diferentes formas
de exclusión y prácticas excluyentes. […] Para ello, es necesario deconstruir la norma, cuya
construcción ha proporcionado el contexto para la diferenciación, categorización y
espacialización de los individuos” (McRUAIR, 2013, p. 12-13).
Educar para una ciudadanía activa como hemos defendido (BOLÍVAR, 2009) no
se reduce a la competencia social y cívica; en sentido amplio e inclusivo, comprende todas ellas,
en la medida que posibilitan realizarse personalmente, integrarse socialmente y participar de
modo activo en la vida pública. No cabe, pues, considerar que se ha integrado a un alumno
inmigrante si no posee, al final de la escolaridad obligatoria, el capital cultural mínimo
necesario para moverse sin problemas en la vida colectiva. Este debiera ser el objetivo primero
de la educación pública. Esta no es, como se suele sobreentender, la que depende
administrativamente de los poderes públicos o es financiada por ellos sino, más radicalmente,
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la que contribuye a formar “público”, esto es ciudadanos capacitados para participar en el
espacio público, porque poseen el activo competencial tanto para saber convivir como por no
tener riesgo de verse excluido o con una ciudadanía negada. En fin, si queremos educar
ciudadanos, se debiera garantiza la adquisición del currículum común, básico o indispensable
para promover la integración activa de los ciudadanos (inmigrantes o no) en la vida social.
Los principios de equidad obligan a que todo individuo (muy especialmente, los
alumnos y alumnas en mayor grado de dificultad) tiene derecho a esa base cultural común,
suprimiendo la selección en este nivel, lo que no impide que posteriormente pueda ir más lejos
en los diversas posibilidades de desarrollo. El derecho a la educación no puede quedar limitado
a la mera “escolarización”, es preciso garantizar a cada uno el máximo de formación de que sea
capaz y, en los casos más problemáticos, los aprendizajes básicos. Por tanto, todo ciudadano
tiene que adquirir y poseer dicha cultura común, justamente porque es la que le permite ejercer
la ciudadanía. En lugar de distraernos con el reconocimiento cultural de las minorías
inmigrantes, el modo primero para reducir la desigualdad que les pueda afectar es garantizar
los conocimientos indispensables y competencias mínimas a los más desfavorecidos, de modo
que puedan encontrar su propia vía de éxito y realización personal. Una tarea posterior es qué
desarrollo curricular y qué formas organizativas sea más adecuadas para lograr dicho objetivo,
que tendrá que verse paralelamente apoyado por políticas sociales compensatorias.
La escuela comprehensiva, en este sentido, es la escuela de formación de la ciudadanía:
abierta a todos los alumnos y alumnas sin discriminación, conjuga la diversidad sociocultural y
diferencias individuales, contribuye a una socialización intercultural. Se pretende construir
ciudadanos iguales en derechos y reconocidos en sus diferencias, que tienen capacidad y
responsabilidad para participar en el campo político y social, revitalizando el tejido social de la
sociedad civil. Queremos entender dicha educación para el ejercicio de la ciudadanía, en un
sentido amplio, y no referido a alguna materia dedicada específicamente a ello. La educación
para el ejercicio del oficio de ciudadano comienza, entonces, con el acceso a la escritura,
lenguaje y diálogo; continúa con todo aquello que constituye la tradición cultural y alcanza sus
niveles críticos en la adolescencia, con el aprendizaje y práctica de contenidos y valores
compartidos. Por eso, la ciudadanía comprende también, el dominio de unos conocimientos de
base y una formación cultural amplia que permita al ciudadano analizar, pensar y criticar las
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propuestas sociales y políticas. Aprender a vivir juntos supone, entre otras cosas, capacidad
para intercambiar ideas, razonar, comparar, que una escuela inclusiva debe activamente
promover.
En el escenario social y educativo actual, con una sociedad informacional que divide,
unos contextos familiares desestructurados y una población con capitales identitarios y
culturales diferenciados, la escuela sola no puede satisfacer las necesidades de formación de
una ciudadanía. Por eso, dado que asegurar estos objetivos no depende sólo del sistema escolar
sino de todo el sistema social y que acontece a lo largo de la vida, en un sistema económico y
social desigual y altamente diferenciado, se requerirán poticas amplias acerca de un entorno
material, institucional y social favorable y formalmente equitativo. La escuela, en conjunción
con las familias, servicios sociales y municipales están llamados a recorrer un camino
compartido.
4 UNA EDUCACIÓN INCLUSIVA TIENE QUE SER COMUNITARIA
Cumplir el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 4 de las Naciones Unidas
(garantizar una educación inclusiva y equitativa de calidad y promover oportunidades de
aprendizaje permanente para todos) requiere una responsabilidad compartida. Como señala la
UNESCO en su informe de 2017 sobre el Seguimiento de la Educación en el Mundo
“Garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad es, a menudo, una empresa
colectiva en la que todos los participantes hacen un esfuerzo concertado para cumplir con sus
responsabilidades” (UNESCO, 2017, p. 8).
Si las políticas educativas tienen un papel de primer orden, concierne a todos los actores
(las escuelas, los docentes, los padres, los estudiantes, las organizaciones internacionales, los
prestatarios del sector privado, la sociedad civil y los medios de comunicación). Un buen
camino para lograrlo es crear espacios para la participación de todas las partes interesadas a fin
de suscitar confianza y una comprensión compartida de las respectivas responsabilidades con
todos los actores del ámbito de la educación.
Lograr unas escuelas inclusivas, como ya se ha resaltado, no es sólo una tarea del
currículum escolar, dado que la reducción de las desigualdades no se limita al ámbito escolar,
sino social (familia, barrio, municipio). Al menos, tres ámbitos interrelacionados condicionan
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la (des)igualdad: intraescolares (prácticas existentes y cultural institucional), interescolares
(sistemas escolares locales); y extraescolares (contexto social y cultural). Esto conlleva y exige
un conjunto de estrategias paralelas de carácter local, no limitadas al medio escolar, como redes
entre escuelas e incrementar la acción conjunta con la comunidad. En nuestro contexto, entre
otros, Angeles Parrilla et al. (2013, p. 16) han defendido que un planteamiento correcto de la
educación inclusiva conduce al establecimiento progresivo de redes educativas y sociales en las
que convergen los distintos miembros de la comunidad. De este modo señalan:
La orientación comunitaria plantea el rol de la escuela situándolo en el
contexto más amplio de los problemas y prioridades de la comunidad. Este
foco en la comunidad tiene como objetivo no solo hacer frente a las
desigualdades en los resultados educativos, sino también afrontar las
desigualdades e inequidades de la sociedad.
Abordar esta problemática desde las teorías del “capital social” provee de un marco útil
para renovar el tejido social de las escuelas, dentro de una movilización de la sociedad civil por
una mejora de educación para todos. Alo han hecho recientemente Hargreaves y Fullan (2014,
p. 119) en su conocido libro sobre el capital profesional, que incluye el capital social. Estos lo
entienden como “la cantidad y calidad de las interacciones y relaciones sociales entre las
personas afecta a su acceso al conocimiento y a la información”. Por eso, un buen capital social
incrementa el conocimiento, expande la red de influencias y oportunidades.
Además de la confianza, expresada en normas de reciprocidad, las redes comunitarias
de intercambio social son origen y expresión del desarrollo del capital social, al tiempo que un
medio para el compromiso cívico, donde los ciudadanos aprenden a colaborar y a actuar
democráticamente. Estamos convencidos que el grupo es más importante que el individuo.
Como señalan Hargreaves y Fullan (2014, p. 23): “el sistema no cambiará, de hecho los
individuos no cambiarán en gran número, salvo que el desarrollo se convierta en una empresa
colectiva persistente”. Algo similar podemos decir la educación inclusiva.
Ainscow, Dyson, Goldrick & West (2013) defienden que, para desarrollar sistemas
educativos inclusivos, se requiere una estrategia en tres áreas interrelacionadas que abarquen
los distintos ámbitos:
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-- Factores internos a la escuela. Desarrollar prácticas inclusivas que promuevan la
Justicia Social por el modo como se enseña y se organiza el aprendizaje, según las formas y
relaciones sociales dentro de las mismas, con las familias y comunidades locales.
-- Factores entre escuelas. Formar redes entre escuelas fortalecen los conocimientos y
experiencias entre el profesorado que trabaja en unas mismas condiciones. Como indican los
autores, es el medio más decisivo para promover la mejora en escuelas desfavorecidas. Si bien,
en estos dos aspectos mencionados cobra una importancia decisiva el equipo directivo de los
centros educativos, son necesarias también otras medidas.
-- Factores más allá de la escuela. El contexto político más amplio en el que operan las
escuelas; los procesos familiares y recursos que conforman el modo en que los niños aprenden
y se desarrollan; los intereses y comprensión de los profesionales que trabajan en las escuelas;
y la demografía, economía, cultura e historias de las zonas a las que dan servicio las escuelas.
Más allá de esto, se incluyen los procesos sociales y económicos subyacentes a nivel nacional
y en muchos aspectos a nivel global, de los cuales surgen las condiciones locales.
Por eso, la equidad en la escuela requiere de estrategias multidimensionales.
Particularmente, poco se puede lograr al margen de la comunidad. Incrementar el capital social
al servicio de la educación conjunta de la ciudadanía supone, en primer lugar, conexionarla con
la acción familiar, pero también extender sus escenarios y campos de actuación al municipio o
ciudad, como modo de hacer frente a los nuevos retos sociales. Establecer redes interescuelas,
con las familias y otros actores de la comunidad incrementa el capital social, fortalece el tejido
social y facilita que la escuela pueda mejorar la educación de los alumnos, al tiempo que todos
se hacen cargo conjuntamente de la responsabilidad de educar a la ciudadanía. Comunidades
locales y los barrios de las grandes ciudades, las escuelas y el profesorado están llamados a
establecer acuerdos y lazos para configurar espacios mancomunados de educación inclusiva.
Por eso, un buen capital social incrementa el conocimiento, expande la red de
influencias y oportunidades educativas. Además de la confianza, expresada en normas de
reciprocidad, las redes comunitarias de intercambio social son origen y expresión del desarrollo
del capital social, al tiempo que un medio para el compromiso cívico, se aprende a resolver de
cómo colegiado lo problemas. Establecer confianza entre familias, centros y ciudadanos en
general, promover el intercambio de información son formas de incrementar el tejido social y
la sociedad civil. El problema de partida es, en general, el escaso stock de “capital social”
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comunitario que, en general, suelen contar los centros escolares. Así, el aislamiento de los
colegas, reticencias entre familias y profesorado, limitaciones de tiempo, estructuras
fragmentadas o aisladas para coordinar actividades o intercambiar aprendizajes, falta de
conexión entre escuela y comunidad, limitan gravemente el desarrollo de una comunidad. No
obstante, cabe actuar en dicha línea, como señalan en su Proyecto Parrilla et al. (2013, p. 18):
Común en todos estos proyectos es un interés y compromiso con el trabajo en
colaboración entre las escuelas, las comunidades y diversas instituciones
sociales para apoyar mejor las necesidades de los estudiantes y jóvenes
vulnerables, así como de los adultos que viven en las comunidades atendidas
por la escuela.
En este contexto, trabajar de modo conjunto, dentro de la escuela y con las familias y
otros actores de la comunidad, facilita la inclusión por la escuela de todo su alumnado, al tiempo
que se promocione un reconocimiento mutuo entre familias y profesorado. El capital social se
desarrolla a través de la confianza, en la familia y en la educación, por medio de redes
comunitarias que comparten y refuerzan valores comunes. Establecer confianza entre familias,
centros y ciudadanos en general, promover el intercambio de información y consolidar dichos
lazos en redes sociales, son formas de incrementar el tejido social y la civil.
5 CONCLUSION
Como hemos escrito en otro lugar (BOLÍVAR, 2005b), aun cuando los márgenes de
acción de las escuelas como es obvio tengan sus limitaciones y por sí sola no puede lograr
una inclusión educativa, frente al diagnóstico pesimista de los setenta, una cosa parece clara:
cuanto más eficaz sea una escuela más justa podrá ser y, mayor aún, si la eficacia redunda en
beneficio de los alumnos en desventaja social o escolar. Por eso, lleva poco lejos enfrentar
eficacia y equidad, dado que no cabe que una escuela sea equitativa cuando funciona mal.
En segundo lugar, construir capacidades en las escuelas para ser llegar a ser cada día
más justas e inclusivas no puede lograrse a falta de un liderazgo pedagógico. Toda una
literatura, que hemos revisado en un libro reciente (BOLÍVAR, 2019), recoge, por ello, el papel
estratégico clave que juega la dirección escolar para lograr escuelas más inclusivas. Una escuela
inclusiva se juega, no sólo en las prácticas individuales docentes en las aulas, sino en la cultura
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escolar compartida en la escuela y entre esta y la respectiva comunidad. Es aquí donde cabe
hablar de un liderazgo para la inclusión. Este liderazgo para la inclusión no va unido a ocupar
una posición formal en la dirección, más bien el poder está distribuido entre todos los miembros
(liderazgo distribuido) de la escuela u otro tipo de liderazgos intermedios, dentro de una
“gestión basada en la escuela”. Hacer escuelas inclusivas exige un liderazgo múltiple y
compartido del profesorado. Un liderazgo colectivo tiene un potencial para el cambio en los
centros escolares y ofrece nuevos modos de pensar y hacer acerca del liderazgo.
Transformar las culturas de las escuelas, particularmente en las escuelas de secundaria,
con una fuerte tradición selectiva, por comunidades de inclusión exige rediseñar los lugares de
trabajo, alterando los roles y estructuras, así como un liderazgo pedagógico compartido por
otros liderazgos intermedios en una cultura profesional más colaborativa, en unos modos de
organización donde todos se sientan crecientemente protagonistas incluidos.
Frente a los discursos de integración de la diversidad y a las estrategias de las
necesidades educativas especiales, centradas en las intervenciones en el aula, abogamos
actualmente por una perspectiva de la escuela como conjunto donde tiene sentido un currículum
inclusivo, al tiempo que obviamente se interviene en el contexto sociocultural y político más
amplio. Una inclusión no puede florecer sino en el seno de una cultura escolar favorable, por
lo que las acciones didácticas un aula particular, aun siendo relevantes, por sí solas, poco lejos
pueden ir. Expandir la visión del aula a la escuela como conjunto es un paso necesario, En fin, el reto
que tenemos delante, como afirmaba Echeita (2017, p. 19) es “crear las condiciones para que
los centros educativos sean capaces de iniciar y sostener sistémicos procesos de mejora e
innovación educativa para trasladar la educación inclusiva del olimpo de los deseos a la realidad
de las aulas”.
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Antônio BOLÍVAR
Un currículum inclusivo en una escuela que asegure el éxito para todos
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Enviado em: 07/07/2019
Aprovado em: 04/08/2019
... de sentido pedagógico que supone un modo organizado y sistemático para apropiarse de los conocimientos, lo cual permite reflexionar en torno a la forma como se ha construido el saber pedagógico (Bolívar, 2019). Mientras algunas posturas la conciben y contextualizan como una actividad casi exclusiva para enseñar a investigar científicamente en la universidad, otras centran la atención en resaltar que ella no se reduce a generar conocimientos, sino a la forma de adquirirlo, como sugiere Regondi (2022). ...
... Se articulan entonces en diferentes rutas y con distintas intencionalidades a los docentes y los estudiantes, como actores educativos que en el desarrollo del currículo incorporan metodologías de investigación científica para lograr determinados fines escolares y científicos. Otras perspectivas menos instrumentalistas señalan la importancia de la investigación como herramienta de naturaleza reflexiva que permite a docentes y estudiantes resignificar las prácticas y el saber pedagógico, así como transformar la praxis educativa, los actores sociales y las comunidades (Bolívar, 2019). ...
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El presente estudio explora y analiza las percepciones sobre investigación formativa que elabora un grupo de estudiantes de las carreras de inicial y primaria del Instituto Superior Pedagógico. Con este objetivo, se aplicó una entrevista semiestructurada a diez estudiantes de las carreras señaladas anteriormente, organizada alrededor de las categorías teóricas de práctica investigativa, práctica pedagógica y saber pedagógico. Los resultados muestran formas de vinculación entre práctica pedagógica y saber pedagógico a través de las prácticas de investigación formativa en las trayectorias de formación de los estudiantes, permitiendo reflexionar sobre la investigación como eje de articulación entre saber y práctica en la comprensión de la identidad profesional como maestros y maestras en formación.
... Un estudio de Friesen y Cunning, (2020), sobre las habilidades y competencias del profesorado en educación inclusiva, concluye que es muy interesante y deseable centrar el aprendizaje en el alumnado y en las prácticas inclusivas dentro del aula, para así mejorar una enseñanza más participativa y de calidad. Para ello, los docentes deben estar equipados con diferentes recursos y estrategias que permitan atender a todos los estudiantes, sin exclusión (Arnaiz y Escarbajal, 2020;Bolívar, 2019). Si el proceso educativo no responde adecuadamente a las características del alumnado, en vez de favorecer una educación inclusiva, potencia todo lo contrario. ...
... Solo de esta manera se tendrá consciencia de la existencia de esas malas prácticas y se podrán planificar y llevar a cabo medidas que las hagan desaparecer, transformando positivamente la realidad del centro. Esto supone un compromiso y una implicación real hacia el cambio, no solo de los docentes o el equipo directivo, sino también de todos los miembros que integran la comunidad educativa (Bolívar, 2019;López, 2011). Todos tienen que colaborar conjuntamente y participar de forma democrática en este proceso de autoevaluación, que se lleva a cabo en beneficio de todos y cuyos resultados están enfocados a la mejora de la calidad de la educación . ...
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El presente estudio tuvo como propósito conocer la capacitación de colegios de Educación Infantil y Primaria para atender a la diversidad de su alumnado. Se empleó un diseño cuantitativo no experimental de carácter descriptivo transversal, con la administración de un cuestionario a los profesionales de tres centros educativos públicos. De los resultados obtenidos se puede afirmar que los centros elegidos están capacitados para atender a la diversidad de sus estudiantes, puesto que presentaron puntos fuertes de carácter inclusivo en sus procesos educativos y la mayor parte de las prácticas desarrolladas se consideraron adecuadas hacia el objetivo de la educación inclusiva.
... Certain factors at the institutional level can help keep students in school, including policies and legal regulations, resources (Alvariño et al., 2000), and school governance that determine how schools are organized and managed (Ball, 2000). In turn, school-level management determines educational practices and nurtures environments that benefit learning and help keep students on their educational pathway, albeit not always with the same level of success (Bolívar, 2019). Important factors include physical arrangements (Veiga-Neto and Noguera, 2010), the availability of learning means and resources, the size of the school, the number of people it can accommodate, the opportunities it provides for gathering and participation, and even the educational practices, including whether they enable personalized work that emphasizes recognition and representation (Belavi and Murillo, 2020). ...
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Introduction School dropout is an increasing worldwide phenomenon, marked by inequality and educational exclusion. In Chile, many students who have dropped out of regular schools attempt to reenter youth and adult education (YAE). However, some of them drop out again from YAE. Objective The aim of this study was to identify and jointly analyze school and individual factors that influence dropout in YAE. Methods This secondary multilevel analysis of official datasets from Chile’s Ministry of Education focused on students enrolled in YAE (N = 10,130). Results According to the findings, YAE dropout can be explained by the individual risk factors of age (19–24 years), low academic achievement, and school-level factors such as number of teachers (raw and student-to-teacher ratio), economic resources, and school management quality. Discussion We discuss the need to develop school-level protective factors that build connections, foster student engagement, and ultimately, promote students’ permanence and progress in YAE.
... Este derecho no puede medirse solo cuantitativamente (por ejemplo, el número de estudiantes que acceden a la escuela) sino que debe efectuarse desde la calidad de los aprendizajes que reciben los estudiantes, que debe ser igual para la totalidad del alumnado, en términos de equidad (Escudero, González & Rodríguez, 2013). Por tanto, se debe garantizar un currículo básico para que todo el alumnado haya conseguido los mismos objetivos y contenidos al finalizar la educación secundaria obligatoria, sin que eso suponga menoscabar las potencialidades de cada estudiante (Bolívar, 2019). Esta pretensión choca con la creación de itinerarios alternativos, como los programas de segunda oportunidad a los que nos referimos en este estudio, que incluso no son suficientes y conducen a formas de exclusión social más severas que ponen en cuestión el derecho a la educación como puente de acceso a otros derechos básicos del ser humano. ...
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El objetivo de este estudio es conocer la percepción que tiene el alumnado de periferias escolares sobre las ciencias sociales. Para ello se ha diseñado y validado un instrumento, con la pretensión de que 120 estudiantes de centros escolares públicos de educación secundaria de la Comunidad Valenciana puedan aportar información sobre su aprendizaje de las ciencias sociales, las estrategias de enseñanza desempeñadas por el profesorado y su valoración de la formación ciudadana de esos proyectos didácticos que trabajan los problemas socialmente relevantes. La percepción de las ciencias sociales es óptima y con diferencias más significativas entre los dos cursos analizados.
... Este derecho no puede medirse solo cuantitativamente (por ejemplo, el número de estudiantes que acceden a la escuela) sino que debe efectuarse desde la calidad de los aprendizajes que reciben los estudiantes, que debe ser igual para la totalidad del alumnado, en términos de equidad (Escudero, González & Rodríguez, 2013). Por tanto, se debe garantizar un currículo básico para que todo el alumnado haya conseguido los mismos objetivos y contenidos al finalizar la educación secundaria obligatoria, sin que eso suponga menoscabar las potencialidades de cada estudiante (Bolívar, 2019). Esta pretensión choca con la creación de itinerarios alternativos, como los programas de segunda oportunidad a los que nos referimos en este estudio, que incluso no son suficientes y conducen a formas de exclusión social más severas que ponen en cuestión el derecho a la educación como puente de acceso a otros derechos básicos del ser humano. ...
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El objetivo de este estudio fue incorporar los principios del Diseño Universal para el Aprendizaje (DUA) en las asignaturas de Diseño y Evaluación Curricular y Producción de Materiales Didácticos de la carrera de enseñanza de la matemática de la Universidad Estatal a Distancia. La investigación se enmarcó en el paradigma cualitativo y se realizó durante el I y II semestre de 2022, con la participación de 14 personas estudiantes. Los resultados revelan que la implementación del Diseño Universal para el Aprendizaje en las asignaturas, favorece la comprensión de los contenidos. Las personas participantes evidencian interés para la puesta en práctica del Diseño Universal para el Aprendizaje en la elaboración de recursos materiales y la concientización sobre cómo este genera mayores oportunidades de aprendizaje. Se concluye que incluir el DUA en estas asignaturas brinda herramientas a las personas docentes para atender su práctica profesional, por lo que se recomienda considerarlo como parte del currículo
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El arduo recorrido hacia la inclusión supone uno de los objetivos esenciales para la educación actual, por ello, el presente artículo plantea una intervención didáctica para quinto de Primaria cuya finalidad consiste en la búsqueda de la inclusión en un grupo-clase a través de tres sesiones, cada una dirigida a una rama específica de la misma que fomente el respeto y la tolerancia hacia el grupo de iguales, personas con diversidad funcional y de otras culturas. Su puesta en práctica se ha llevado a cabo en un Colegio Público de Infantil y Primaria de la Región de Murcia. El hilo conductor de dicha propuesta se enfoca en el movimiento y la danza, debido a las posibilidades inclusivas que presentan. Las conclusiones obtenidas de este estudio suponen destacar el papel crucial de la danza como elemento de acercamiento entre personas diversas. La música, como lenguaje universal, demostró ser un puente efectivo entre diferentes culturas y capacidades, contribuyendo al logro de los objetivos propuestos. En la discusión de los resultados, se enfatiza la importancia de no abordar estas sesiones de forma aislada, sino de integrar de manera continua la visibilización de realidades ajenas en esta etapa educativa.
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La investigación formativa es un método educativo que involucra a los sujetos en su propia formación en investigación. Este estudio explora el desarrollo y perspectivas de la investigación formativa en universidades peruanas a través del análisis de informes de tesis de posgrado. Utilizando la cartografía conceptual como método de análisis, se identifican conceptos clave, categorías y diferencias conceptuales, revelando el panorama de la investigación formativa y sus desafíos en la universidad peruana. Se destaca la creciente emergencia de estudios sobre este tema en diversas áreas de formación profesional y académica, enfocados en clarificar sus nociones, características y aplicaciones.
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Este trabajo sintetiza los aspectos más relevantes de una investigación de tesis doctoral en curso, cuyo objetivo general es caracterizar y analizar el papel del currículo como factor de exclusión/inclusión educativa en Andalucía. Determinar los componentes de un currículo inclusivo, las metodologías y estrategias didácticas coherentes con el mismo y conocer relatos de experiencias de buenas prácticas inclusivas en esta línea, supondrán el eje vertebrador sobre el que se desarrollará esta investigación desde un enfoque cualitativo. El trabajo de campo parte de un estudio exploratorio inicial donde se recaba información mediante entrevistas a cinco expertas y expertos en educación inclusiva de España, de cara a desvelar los aspectos clave que permitan centrar el marco teórico, así como determinar las principales dimensiones de indagación sobre la temática. La recogida de información continúa con informantes pertenecientes a la administración educativa, especialistas en metodologías didácticas inclusivas y tres estudios de caso de buenas prácticas curriculares en centros que favorecen entornos inclusivos en las etapas obligatorias. Finalmente, se cerrará el trabajo de campo devolviendo la información recabada a grupos de docentes universitarios que forman al futuro profesorado de las etapas estudiadas, para así indagar sobre la temática también desde esta perspectiva. Explicar cómo afrontaremos cada una de estas etapas es el objeto del relato que articula este trabajo, que tendrá como colofón el avance de resultados de un análisis preliminar de la información recabada hasta el momento y las conclusiones que se derivan del proceso de planificar e iniciar una investigación de tesis doctoral.
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Este artigo aborda a temática da inclusão, a partir de um trabalho colaborativo com a gestão pedagógica do professor. A metodologia utilizada será um estudo de caso, tendo como base uma turma do Colégio Sinodal da Paz, do 2º ano de Ensino Médio, onde se encontra incluído um estudante com o diagnóstico de Síndrome de Down. Para apresentar o desenvolvimento deste trabalho, serão consideradas as atividades desenvolvidas em disciplinas, durante o presente ano letivo [...]
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La dirección escolar desempeña un papel de primer orden en una escuela que funciona bien. En particular cuando, en lugar de limitarse a la gestión, se centra en hacer de la escuela o el instituto un proyecto de acción colectiva al servicio de proporcionar la educación deseable para todos. En conjunto, el libro se propone analizar y describir, desde la mirada del papel del liderazgo, los procesos y condiciones para configurar las escuelas como espacios de aprendizaje y desarrollo profesional de los docentes, con el propósito de mejorar la educación de los estudiantes. En este contexto, nos importa mostrar cómo la capacidad de un centro escolar para crecer depende, en modos significativos de líderes que contribuyan activamente a dinamizar, apoyar y animar a que su escuela aprenda a desarrollarse, haciendo las cosas progresivamente mejor. Los distintos capítulos que lo componen formulan una propuesta coherente para que la dirección escolar pueda tener una capacidad de liderazgo pedagógico.
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¿Qué factores en la escuela afectan, de modo más importante, en los resultados de los estudiantes? Parece que los cambios en las facililidades y el currículum de las escuelas importan relativamente poco en los resultados de los estudiantes. En su lugar, los rendimientos de los estudiantes están fuertemente relacionados con sus condicionamientos sociales y con las aspiraciones de los otros estudiantes en la escuela. En 2006 se cumplieron 40 años de la publicación del famoso Informe Coleman (1966), titulado ofi-cilamente "Equality of Educational Opportunity" (EEO Study) que, además de su relevancia como la primera gran investigación educativa, podemos considerarlo punto de partida de lo que han sido los sucesivos estudios y abordajes sobre cómo lo-grar la mejora de la escuela. En efecto, la cuestión inicial que se planteó el estudio dirigido por Coleman fue explicar las desigualdades persistentes en educación y, en función de lo anterior, sugerir dónde situar los esfuerzos para mejorar la educación de las minorías étnicas para integrarlas en la sociedad moderna. A partir de su diagnóstico y conclusiones, va a cambiar nuestra mirada de lo que la educación puede hacer en la mejora de la educación. Por eso, este aniversario me va a servir de motivo para trazar un panorama de cómo hemos pasado de que la escuela no importa, al centro escolar como base del cambio educativo y de la mejora. A mitad de los sesenta, uno de los supuestos ilustrados (la escuela como instrumento de igualdad para la mejora de la sociedad) es cuestionado o, al menos, seriamente resituado con la prueba de los hechos (Informe Coleman en USA y sociología de la educación en Europa). El sueño liberal en esos años de desarrollo del capitalismo y del Welfare State, tras la Guerra Mundial, con fuertes inversiones en educación para integrar a grupos marginados sufre, pues, un serio cuestionamiento.
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The purpose of this study is to describe, analyse and evaluate the successive comprehensive reforms in Spain as a paradigmatic example of the emergence, evolution and crisis of the comprehensive school. In the first part, we describe the development of the comprehensive school project (1970–2013), using the image of the life cycle, with its corresponding turning points. The second part consists of a diachronic and retrospective critical review of why a progressive educational reform like the one passed in 1990, which was intended to be comprehensive, has paradoxically led to high rates of academic failure and early school leaving. What factors managed to undermine the proposal, leading to the current return to less inclusive solutions? From the perspective of a certain change in cycle, a more objective view is possible.
Research
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La educación para la ciudadanía se ha establecido en España y en los países europeos como una materia con la finalidad educar a los estudiantes, como ciudadanos, para convivir en el espacio publíco. No obstante es algo más que una asignatura, pues concierte a toda la escuela y a la comunidad. Ejercer activamente la ciudadanía precisa de una cultura comun, que debe asegurar para todos la escolaridad obligatoria. El artículo analiza la propuesta de la Unión Europea de las competencias básicas, sus posibles críticas y aboga por un uso alternativo que posibilite una equidad, asegurando su adquisición por todos los estudiantes
Article
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A central issue to agree on education is, to say the French wording, “what is it that children should definitely learn during compulsory education?” .This question, simple but fundamental, has not always been the core of the educational reforms and possible agreements on education. A favorable opportunity, which would have allowed overcoming looks homemade and interests, which could have represented the European Reference Framework (Key Competences for Lifelong Learning), around which articulate a core curriculum. Has been lost, as on other occasions, the opportunity. However, as the output to the expected repeal of the LOMCE, can be nothing new alternative Act, perhaps the opportunity to retake it. The French case, which will follow up is a good example.
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RESUMEN. En este artículo se propone avanzar desde los modelos institucionales de respuesta a la diversidad, hasta el llamado modelo comunitario. La primera parte revisa y organiza los conceptos y propuestas incluidos bajo esta denominación en torno a dos enfoques que conciben de distinta manera y en distinto grado el tipo de metas, relaciones y vinculación entre escuela y comunidad. Para ejemplificar esta orientación general, el artículo describe y analiza el Proyecto de investigación "A Estrada Inclusiva" orientado a la construcción de un Plan de educación inclusiva local a través del establecimiento progresivo de redes educativas y sociales en las que convergen los distintos miembros de la comunidad implicados en el proyecto. PALABRAS CLAVE: Educación basada en la comunidad; Escuelas con orientación comunitaria; Desarrollo comunitario; Educación Inclusiva. ABSTRACT: This article raises the need to move from institutional models of response to diversity, to the so called Community based education model. The first part reviews and organizes concepts and proposals included in this model, around two approaches that conceive in a different way and degree goals, relationships, and links between school and community. To illustrate this general approach this paper describes and analyzes a research project "A Estrada Inclusiva" aimed at building an inclusive education local plan through the progressive establishment of educational and social networks in which the different members of the community involved in the project converge.
Article
Whether education fosters equity and social justice, as it is said to do, is a matter of debate. Whatever the outcome of the debate, education has a better chance of succeeding in this process if it is delivered through a national system and through schools which are genuinely inclusive in nature—welcoming difference and diversity; attempting to fulfil the rights for education of good quality; and targeting both out-of-school children and children in school but not learning. But many education systems still have large numbers of children who are not achieving minimum expected levels of learning—usually because of neglect, disinterest, discriminatory policies, and/or a lack of resources and data about who are excluded, where they live, and why they are not in school. The concept of “inclusive education” now has a wider definition encompassing all obstacles to access and learning beyond a focus on children with disabilities and other special needs. It is therefore concerned with increasing enrolment, attendance, and completion; reducing repetition/drop-out/push-out rates; reducing disparities in provision and student; and celebrating diversity and promoting cohesion. This, in turn, requires an analysis of what causes exclusion; “sharing the blame” for failure; and the searching for, and targeted support to, those excluded. Exclusion can be based on many factors: e.g. migration and refugee status, conflict, natural disaster, income, linguistic/cultural status, location (e.g. remoteness), sex, and ability. A range of policies and practices, at both the school and Ministry level, can be put in place to make schools more inclusive: legislative mandates and whole-school reform; targeted responses to excluded groups; pedagogies which strengthen social-emotional learning and celebrate difference and diversity; the promotion of inclusive teaching–learning strategies and practices; and good quality, inclusive early childhood care and development (ECCD) programmes. In the best of worlds (where factors outside of education which sustain inequality are not insurmountable), and assuming that the education provided meets established standards of quality, children leaving an inclusive education system should be able not only to develop themselves to their fullest potential but also to play a useful role in local and national economic, social, and political development leading to a more just, equitable, and cohesive society.
Book
Disentangling the concept of equality in schools can be a tricky task for those in senior, middle or classroom leadership. This book will unpack ideas of equality, equity, diversity and social justice, providing practitioners and those training to teach with an understanding of equality in order to address educational values and practice. The authors explore these key areas: · Socio-economic class · Gender · Sexuality · Ethnicity · Religion · Migrant children · Special learning needs and disabilities This book will serve as a handy guide for postgraduate and undergraduate students on Education Leadership and Inclusive Education courses.
Article
Despite a reasonably substantial research base suggesting those policy and practice steps that might be taken to achieve greater equity, progress is disappointing. Large disparities persist in the achievement of pupils which are not explicable by differences in innate ability or background. Gaps in attainment are widening. Discrimination is a daily experience for many students. In this context, this presentation considers how leaders and policy makers together might further develop the will to strive for greater equity and the capacity to achieve it. In policy and practice there is a general trend to highlight groups of learners who are perceived as in deficit and consequently require remediation, and to use tightening accountability as a means to focus on these groups in order to reduce attainment disparities. This presentation argues that both of these strategies are fundamentally flawed. Trying to change the situation is perceived to carry a risk of alienating many in the school community. Current national policies in many cases discourage radical action. Consequently the will to effect change to achieve greater equity is weak in many schools. Capacity is also lacking. Leaders' aims and practice are constrained by widely held cultural beliefs about learners and learning, detailed in the presentation. The cultural shift that is needed is one for which leaders are currently ill-prepared by their training. To support school leaders to achieve equity and learning requires moral as well as technical effort from both policymakers and principals, transforming both beliefs and practice in multiple arenas including initial preparation programmes and the ongoing support given to leaders. Policymakers could lead in changing the dominant narrative that locates the cause of inequity with the deficit of various groups and focus attack on the causes of inequity in attitudes, structures and actions in education. School leaders might then be empowered to change schools in order to achieve greater equity and thereby to secure a valued social and economic future for all.