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Mastozoología Neotropical, 19(2):359-366, Mendoza, 2012
©SAREM, 2012
ISSN 0327-9383
Versión on-line ISSN 1666-0536
http://www.sarem.org.ar
Recibido 8 setiembre 2011. Aceptado 27 octubre 2011. Editor asociado: UFJ Pardiñas
EL UCUMAR (Tremarctos ornatus), MITO Y REALIDAD
DE SU PRESENCIA EN LA ARGENTINA
Damián I. Rumiz1, Alejandro D. Brown2, Pablo G. Perovic3,
Silvia C. Chalukian4, G.A. Erica Cuyckens5, Pablo Jayat6,
Fernando Falke7 y Daniel Ramadori8
1 Wildlife Conservation Society, C.C. 6272, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia [correspondencia:
<confauna@scbbs.net>. 2 Fundación ProYungas, Yerba Buena, Tucumán. 3 Administración de Parques
Nacionales, Delegación Regional NOA, Salta, Argentina. 4 Proyecto de Investigación y Conservación
del Tapir NOA, Salta, Argentina. 5 Cátedra de Ecología de Comunidades, Facultad de Ciencias Agrarias,
Universidad Nacional de Jujuy, Jujuy, Argentina. 6 Instituto de Ecología Regional - Laboratorio de
Investigaciones Ecológicas de las Yungas (IER-LIEY), Facultad de Ciencias Naturales e Instituto
Miguel Lillo, Universidad Nacional de Tucumán, Tucumán, Argentina. 7 Los Toldos, s/calle, Salta,
Argentina. 8 Administración de Parques Nacionales, Buenos Aires, Argentina.
RESUMEN: Entre los numerosos inventarios faunísticos realizados en el noroeste argen-
tino, sólo un autor principal arma haber documentado la presencia actual de Tremarctos
ornatus. Nosotros examinamos los 34 reportes publicados de esta especie contra más de
800 puntos de relevamientos anes en Salta y Jujuy que registraron la presencia de jaguar,
tapir, monos y ataques de carnívoros al ganado, pero no de oso. Por nuestros estudios allí
y en Bolivia, creemos muy improbable la existencia de una población de osos en Argentina
y recomendamos mayor cautela en el uso de información anecdótica y rastros indirectos
antes de proclamar un hallazgo de tal importancia.
ABSTRACT: The Andean bear (Tremarctos ornatus): Myth and truth of its presence
in Argentina. Among the many faunal inventories conducted in Northwestern Argentina,
only one senior author claims to have found reliable evidence on the current presence of
Tremarctos ornatus. We assessed the 34 published records of this species against more
than 800 points of similar surveys which recorded the occurrence of jaguar, tapir, monkeys
and carnivore attacks on cattle in Salta and Jujuy, but turned negative for the Andean bear.
Based on our studies there and in Bolivia, we think it is most unlikely that a bear popula-
tion exists in Argentina, and recommend more caution in the use of anecdotic reports and
animal sign before proclaiming such a signicant nding.
Palabras clave. Evidencia anecdótica. Indicios. Noroeste argentino. Oso andino. Yungas.
Key words. Andean bear. Anecdotal evidence. Northwestern Argentina. Signs. Yungas.
Las Yungas del noroeste argentino (NOA)
albergan una de las mastofaunas más diversas
y mejor caracterizadas de nuestro país (p.e.,
Olrog, 1979; Mares et al., 1981, 1996; Ojeda
y Mares, 1989; Heinonen y Bosso, 1994, Jayat
et al., 1999, 2009; Díaz et al., 2000; Gil y
Heinonen, 2003; Díaz y Barquez, 2007; Jayat
y Ortiz, 2010). A pesar de estos estudios, la
lista de taxones aun de presencia dudosa o
probable es numerosa, y la conrmación de
nuevas especies es frecuente (Jayat et al.,
2009). La más notable de estas, sin duda, es
el reporte del ucumar, oso de anteojos u oso
andino (Tremarctos ornatus) en Salta y Jujuy
Mastozoología Neotropical, 19(2):359-366, Mendoza, 2012
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DI Rumiz et al.360
según las publicaciones de Del Moral y Bracho
(2005, 2009), Del Moral (2008 a, b) y Del
Moral y Lameda (2011). Trabajos anteriores
y contemporáneos a estos han considerado
como probable la presencia de esta especie
en Argentina (p.e., Mares et al., 1989; Ojeda
y Mares, 1989; Díaz et al., 2000; Jayat et
al., 2009), principalmente por la cercanía de
registros en áreas vecinas de Bolivia (p.e., a
5-10 km de la frontera en Vargas y Azurduy,
2006), pero la falta de evidencia sólida ha
impedido su inclusión en listas formales de la
mastofauna nacional (e. g. Barquez et al., 2006;
Díaz y Barquez, 2007; Chebez, 2009). Solo los
citados trabajos de Del Moral indican haber
encontrado evidencia actual de la presencia del
oso en el NOA, con la que ineren una amplia
distribución de la especie en las provincias
de Salta y Jujuy. Dada la trascendencia que
tienen estas armaciones para la mastozoología
argentina y la conservación en general, en
esta nota examinamos la
localización y naturaleza
de las evidencias pre-
sentadas por Del Moral
y la comparamos con
nuestra experiencia de
campo en el NOA y en
Bolivia.
Los reportes de la
presencia del oso en
el NOA (34 registros
georreferenciados) se
extienden entre los 22º
21’- 24º 15’S y 64º 09’-
65º 12’ O (Fig. 1), área
donde también se han
realizado muchos otros
estudios de campo, pero
que no han encontrado
tal evidencia. De estos, examinamos 403 puntos
de relevamientos de signos, observaciones y
reportes locales de Panthera onca, Tapirus
terrestris, Cebus cay (=C. apella) y otros
mamíferos (Brown y Zunino, 1994; Perovic y
Herrán, 1998; Perovic, 2002 a, b; Braslavsky
et al., 2006; Taber et al. 2008; Chalukian et
al., 2009, Di Bitetti et al., 2011; Cuyckens y
Falke, datos no publicados), áreas de ganadería
trashumante basadas en 166 entrevistas (Falke
y Lodeiro Ocampo, 2008) y áreas de muestreo
con trampas cámara representadas por más
de 270 estaciones (Di Bitetti et al., 2011;
Cuyckens y Perovic, datos no publicados;
Chalukian y de Bustos, datos no publicados).
En el mapa (Fig. 1) también se muestra la
ubicación de parte de estos puntos y sitios
de estudio.
Los primeros 23 registros de oso publicados
por Del Moral y Bracho (2005, 2009) inclu-
yen avistamientos reportados por gente local
Fig. 1. Ubicación geográca
en la porción más austral
de Bolivia y en el noroeste
de Argentina de registros
positivos (según trabajos
de Del Moral) y negativos
(según el presente trabajo)
para Tremarctos ornatus.
¿Tremarctos ornatus EN LA ARGENTINA? 361
(1998-2006) y huellas, rasguños en árboles
y bromeliáceas comidas fotograadas por el
primer autor (2001-2006). Además, se muestra
el calco en yeso de una huella provista por otra
persona en 1993. Once registros adicionales
colectados en 2008 (Del Moral, 2008a, b; Del
Moral y Lameda, 2011) agregan un sendero,
huellas, rasguños en árboles, bromeliáceas
comidas y nidos o ‘encames’ sobre los árboles.
Las fotos de rasguños y plantas no son claras
ni concluyentes, pudiendo representar signos
de otros mamíferos de la zona. Se hace men-
ción de heces y pelos colectados pero no se
incluye ningún diagnóstico morfológico del
pelo o análisis genético de pelo y heces que
los identique. La ubicación de puntos en los
mapas y el número de signos acumulados no es
consistente entre estas publicaciones y presen-
taciones de congresos, lo que impide vericar
el sitio y grado de certidumbre asignados por
los autores a algunas evidencias. Por ejemplo,
tres sitios con signos de diferentes años tienen
las mismas coordenadas (#7, 19 y 21, Tabla
1 en Del Moral y Bracho, 2009) y los once
signos del muestreo de 2008 presentan discre-
pancias de ubicación y tipo de evidencia en
sus dos reportes (Del Moral, 2008b; Del Moral
y Lameda, 2011). Por otro lado, las fotos de
una huella trasera sobre una playa en Orán
y de un calco plantar en yeso de Ledesma
(Figs. 3 y 4 en Del Moral y Bracho, 2009) son
muy sugestivas y no podrían ser producto de
una confusión con huellas de otro mamífero
silvestre. Sin embargo, por inconsistencias
morfológicas y/o descuido durante su registro
las hallamos poco convincentes. La foto de
la huella en la playa fue recortada de una
con mayor campo de visión enviada por Del
Moral a DIR en agosto 2004, y no muestra
otras pisadas que debería haber alrededor y
que fueron descriptas con sus medidas en el
texto. Además, la disposición de los dedos de
esta huella no concuerda con la morfología
del pie de Tremarctos. En el caso del calco en
yeso sorprende la falta de un dedo, que debería
haber estado al lado de la barra de escala ya
que se ve que dicha parte estaba dentro del
marco rectangular del vaciado, pero que no
dejó impresión. En ambos casos, la forma
ancha y redonda del talón es muy diferente
de la terminación en ángulo que tiene el pie
de esta especie.
Los reportes del extremo norte de Salta (alre-
dedores del Parque Nacional Baritú), provienen
de áreas con las mejores perspectivas para la
presencia del oso en Argentina dado el buen
estado del hábitat y la cercanía a registros
conrmados en Bolivia. Sin embargo, durante
inventarios de vegetación y fauna (Brown y
Grau, 1988; Ramadori, 1995; Ramadori y
Brown, 1997; Marconi et al., 1999), de ma-
míferos en general (Gil y Heinonen, 2003), de
felinos (Perovic, 2002 a, b; Braslavsky et al.,
2006; Cuyckens y Falke, datos no publicados),
primates (Brown y Zunino, 1990, 1994) y tapir
(Taber et al. 2008; Chalukian et al., 2009),
nunca se recogieron signos o reportes de esta
especie. Algunos de los sitios con signos de
ucumar coinciden con áreas visitadas por Del
Moral cuando era asistente de campo de PGP
en el proyecto de jaguar, y donde los inves-
tigadores no encontraron signos atribuibles al
oso. Estos registros incluyen a la localidad de
Los Toldos, donde autores de esta nota han
desarrollado relaciones de conanza por más de
dos décadas con ganaderos y agricultores que
conocen los grandes mamíferos de la región.
Biólogos y guardaparques que han atravesado
el Parque Baritú en repetidas oportunidades
durante los últimos 30 años nunca encontraron
estos rastros (G. Gil y F. Dobrotinich; com.
pers. a SCC), como tampoco durante los 20
días de práctica de la 13a promoción de guar-
daparques en 1981 en la que especícamente
buscaban signos del ucumar y otros mamíferos
grandes (S. Bikauskas; com. pers. a PGP).
Adicionalmente, estudios de los patrones de
movimiento de la ganadería en el norte de
Salta (Falke y Lodeiro Ocampo, 2008) y de
conictos con carnívoros (Perovic y Herrán,
1998; Perovic, 2002a, b) identicaron depre-
dación por puma y jaguar pero nunca por oso.
El P.N. Calilegua y sus alrededores también
soportan un frecuente tránsito de pastores
y agricultores entre los bosques montanos
y los pastizales de neblina que constituyen
un hábitat potencialmente adecuado para
el oso. Sin embargo, ni guardaparques (G.
Nicolossi, com. per. a SCC), ni biólogos (p.e.,
Ramadori, 1995; Perovic, 1993; Jayat et al.,
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DI Rumiz et al.362
2009; Jayat y Ortiz, 2010), han podido recoger
observaciones confiables de pobladores o
registrar signos de la especie. Igualmente, las
zonas de aprovechamiento forestal en las ncas
Alto Verde, Río Seco, Candelaria, El Carmen,
Pintascayo, San Andrés y Santiago tienen una
larga historia de uso pero ningún reporte del
oso (Ignacio Sosa y Soledad de Bustos, com.
pers. a SCC; Brown et al., 2007; Jayat et al.,
2009). Tampoco los estudios con trampas
cámaras realizados en diferentes localidades de
Yungas han registrado la especie, aunque sí una
gama muy completa de mamíferos conocidos
para la región (Di Bitetti et al., 2011; Cuyckens
y Perovic, datos no publicados; Soledad de
Bustos y S. Chalukian, datos no publicados).
El reporte del avistamiento por un guía
local en la serranía de Maíz Gordo (Del Moral
y Bracho, 2005), en un escenario de bosque
pedemontano con deforestación y agricultura
mecanizada, parece aún más inverosímil. Las
serranías cercanas con bosques más húmedos
y menos intervenidos, como la Reserva Las
Lancitas en Jujuy, no cuentan con ningún
reporte o indicio de este oso (Malizia et al.,
2010), y el P.N. El Rey en Salta tampoco.
En el P.N. El Rey se han realizado estudios
de vegetación, ecología de monos, crácidos y
bromeliáceas epítas (Chalukian, 1985; Brown,
1986; Brown et al., 1986; Chalukian, 1997),
distribución y uso de hábitat por ungulados
y ganado cimarrón (Chalukian et al., 2004;
Chalukian, 2008; Giménez et al., 2010), du-
rante los cuales por los métodos empleados y
el área recorrida se habrían detectado signos
de oso, si los hubiera.
En Bolivia, la distribución y ecología del
oso andino han sido estudiadas en base a
entrevistas, registro de indicios, análisis de
heces, y más recientemente con radio teleme-
tría, trampas cámara y modelos geográcos
de aptitud de hábitat (Velez-Liendo y Paisley,
2010). Las entrevistas son un método válido
para estimar la presencia de especies cono-
cidas e inconfundibles para la gente local y
para recoger percepciones sobre el daño que
causan a las actividades productivas. En las
yungas bolivianas habitadas por el oso, los
campesinos pueden describirlo correctamente,
relatar avistamientos, ataques a cultivos o al
ganado (Eulert, 1995; Paisley, 2001; Ríos et
al., 2006), y mostrar evidencias de rastros
o individuos cazados tan al sur como Tarija
(Brown y Rumiz, 1989; Vargas y Azurduy,
2006). En el NOA, en cambio, la realidad
zoológica se mezcla con el mito y el ucumar
representa un ser sobrenatural, cuyo aspecto
no siempre concuerda con el del oso, y que
protagoniza historias, generalmente oídas de
terceros, sobre gritos escuchados en el bosque,
piedras empujadas pendiente abajo, y perso-
nas secuestradas y atacadas sexualmente por
este ser (Lameda y Del Moral, 2008; Brown,
2010). La gente local disfruta haciendo esos
relatos y responde de manera positiva, y a
veces exagerada, al visitante ávido por conocer
más de esta historia. La información puede
tergiversarse aún más cuando el interés de
encontrar al ucumar está explícito y el pago
a un guía local es el incentivo para que los
signos o reportes de avistajes ocurran de una
forma u otra. En entrevistas más objetivas sobre
presencia de fauna en el NOA, los reportes de
monos, tapir, jaguar, puma y otras especies
han sido útiles y corroborables en el campo,
pero en nuestra experiencia el ucumar nunca
fue mencionado como un animal silvestre que
la gente reconociera.
Si bien la Reserva de Biosfera de las Yungas
constituye un importante núcleo de conser-
vación de biodiversidad, es un área que ha
sido utilizada intensamente durante siglos por
culturas campesinas instaladas en el ecotono
bosques-pastizales montanos (Grau y Brown,
2000; Brown et al., 2001) y donde probable-
mente sólo las leyendas de la presencia del
oso subsisten en la actualidad. Los modelos de
distribución del oso en Bolivia muestran que
sus poblaciones desaparecen de lugares con
intenso uso humano y en el caso de mantenerse
en áreas marginales originan conictos con la
agricultura o ganadería que son evidentes para
la gente local (Velez-Liendo, 2010). Recientes
visitas a sitios del sur de Tarija en las cercanías
del límite con Argentina (Velez-Liendo, 2011;
GAEC y FF, pers. obs., 2011) no han podido
encontrar evidencias del oso donde antes se
las había reportado (Vargas y Azurduy, 2006).
El oso es un animal grande que usa repetida-
mente las mismas sendas, destroza bromelias y
¿Tremarctos ornatus EN LA ARGENTINA? 363
otras plantas cuando se alimenta y deja marcas
de rasguños en árboles que pueden durar por
años. Donde hay osos, estos signos son nota-
bles y permiten hacer inferencias sobre el uso
del hábitat y la dieta en combinación con el
análisis de heces (p.e. Peyton, 1986, Rumiz et
al., 1999; Ríos et al., 2006; Goldstein et al.,
2008). Sin embargo, otras especies pueden de-
jar signos similares (p.e., sendas de ungulados,
huella plantar de oso hormiguero, marcas de
garras de jaguar y puma, restos de bromelias
comidas por monos o ramas partidas por tapir)
y la asignación de tal signo al oso debe ser
respaldada con experiencia previa, evidencias
adicionales (heces, pelos, observaciones di-
rectas, etc.) y criterios de precaución según el
contexto del caso. Por ejemplo, el hallazgo de
algunos rasguños parecidos a los del oso en
serranías del Darién no fue evidencia suciente
para declarar la presencia de la especie en
Panamá (Goldstein et al., 2008).
Para sustentar la presencia de especies antes
consideradas ausentes o extintas en un área,
McKelvey et al. (2008) sugirieron como están-
dar contar con fotos o videos que muestren los
caracteres diagnósticos del animal, evidencias
de ADN o especímenes colectados, ya que la
información anecdótica no corroborada puede
generar conclusiones erróneas y malas deci-
siones de conservación. Los reportes de Del
Moral llevaron a mencionar una población de
unos 400 osos en Argentina en la evaluación
de IUCN de 2008, aunque esto luego fue
eliminado en su siguiente versión. En base
a la información examinada, los autores de
esta nota sostenemos que no existe evidencia
suciente para armar que T. ornatus está
presente en Argentina. Los relatos no corro-
borados de informantes locales, los signos
indirectos escasos e inciertos y la falta de
análisis conclusivos de heces, pelos y huellas
no permiten sustentar tal armación. Por otro
lado, la dispersión de los supuestos registros
sugeriría la existencia de una población de
osos ampliamente distribuida en Salta y Jujuy,
pero que ningún investigador, guardaparque o
cazador ha detectado antes. Ante la cobertura
de estudios de fauna y vegetación realizados
por décadas en el NOA resulta altamente im-
probable que los escasos relevamientos de Del
Moral hayan sido los únicos que encontraron
signos del oso.
Las Yungas contienen ecosistemas de gran
valor para la diversidad biológica y cultural del
país, y que son los únicos que podrían albergar
al oso de anteojos. Es por lo tanto de interés
para biólogos y conservacionistas conrmar la
presencia de esta notable especie, ya que esto
incrementaría el valor de las áreas naturales que
la alberguen, la responsabilidad para protegerlas y
la posibilidad de obtener más apoyo para estudios
y acciones de conservación. Sin embargo, la falta
de rigor para juzgar determinadas evidencias
como concluyentes y su uso imprudente, así sea
para promover la conservación, puede poner en
riesgo la credibilidad de cualquier otro estudio
basado en entrevistas o en signos de animales.
Resaltamos por lo tanto la importancia de res-
petar los principios éticos y de objetividad en la
colecta de datos, y la necesidad de documentar
la evidencia probatoria con técnicas adecuadas
y vericables por otros investigadores (p.e., foto-
grafía y video original, ‘tracks’ de gps, análisis
de ADN de pelos y heces).
También recomendamos mayor rigurosidad
en la revisión de manuscritos y presentacio-
nes para congresos cuando la conclusión de
estos trabajos sea de tal trascendencia para
las políticas de conservación a nivel nacional
e internacional. Nos preocupa que la difusión
de estos reportes y la repetición de estas citas
por autores incautos conduzcan por inercia a la
aceptación de una armación equívoca como
un hecho real, y confundan las prioridades de
nanciamiento para los limitados fondos de
conservación disponibles.
Agradecimientos. A todos los que aportaron datos de
relevamientos (especialmente Fernando Dobrotinich, Gui-
llermo Nicolossi, Soledad de Bustos y Flavio Moschione),
a Leónidas Lizarraga que colaboró en su sistematización, y
a Silvia Pacheco y Karina Buzza que elaboraron el mapa.
Isaac Goldstein, Ximena Velez y dos revisores anónimos
contribuyeron con importantes comentarios al manuscrito.
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