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LOS ORÍGENES DEL LENGUAJE Puente Ferreras, Aníbal y Gabriela Russell Madrid, Alianza Editorial, 2006, 335 páginas.

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RESEÑA
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LOS ORÍGENES DEL LENGUAJE
Puente Ferreras, Aníbal y Gabriela Russell
Madrid,Alianza Editorial, 2006, 335 páginas.
Sebastián Agudelo
Universidad del Valle, Colombia
Cuenta Heródoto que el rey egipcio Psamético I (664 610 adC) encomendó
a un pastor la labor de cuidar a dos niños recién nacidos en aislamiento y sin
dirigirles palabra, con el propósito de que sus primeros vocablos fueran en la
lengua originaria. Con esto, Psamético I pretendía conocer cuál era el pueblo
más antiguo. Al cabo de dos años, el pastor advirtió que los niños a su cargo
habían hecho suya la palabra bekos. Indagando su procedencia, el rey egipcio
llegó a la conclusión de que el pueblo frigio era el más antiguo, pues con este
nombre llamaban al pan.
La idea de que habría un código originario que reposa en lo más profundo de
todo hombre es usual en muchos relatos –incluido el de la ciencia. Los mitos
han sido el lugar privilegiado para hacer del hombre el portador exclusivo del
mayor de los dones divinos. De entre ellos, el libro del Génesis ha sido el más
difundido en la sociedad Occidental y fue acaso el más aceptado hasta que el
proyecto moderno de la Ilustración emprendió la merecida inquisición de los
relatos bíblicos. Fitchte, Humboldt y Herder, entre otros, aportaron elementos e
hipótesis a las nuevas ciencias del hombre para tratar la naturaleza de su
competencia verbal.
Los nuevos esfuerzos fueron a menudo nuevos abusos a la materia. La
especulación fue casi tan abundante como el número de monografías, de suerte
que en 1866 la Sociedad Lingüística de Paris resolvió que en lo sucesivo no
admitiría « aucune communication concernant, soit l’origine du langage, soit la
création d’une langue universelle ».
Por cerca de un siglo la lingüística se encargó de temas diferentes y dio vía
libre a que otras ciencias expusieran sus conjeturas sobre los orígenes del
lenguaje. Teoría evolutiva, psicología, arqueología, paleontología y ciencias de
la información hacen parte de las disciplinas que se encargaron de este tema.
El veto afectó tanto los intereses de la lingüística que Bickerton (1994, vol. 5, p.
2881) escribió que “con muy pocas excepciones, solo a partir de principios de
los noventa han tenido los lingüistas el coraje de meterse con este tema. En
consecuencia la discusión ha estado estorbada por la ingenuidad lingüística de
los estudiosos de otras disciplinas que han abordado estas cuestiones”.
Praxis Filosófica
Nueva serie, No. 26, Enero-Junio 2008: 335-345 ISSN: 0120-4688
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La ingenuidad no fue, sin embargo, el único aporte de los estudiosos de las
otras disciplinas. Diferentes instrumentos, paradigmas y niveles de investigación
fueron implementados, permitiendo de esta manera que el estudio de los orígenes
del lenguaje fuera multidisciplinario por excelencia.
La proliferación de estudios es también una angustia para el neófito que se
interesa en el tema. A este público se encuentra dirigida la obra de Aníbal
Puente y Gabriela Rusell que aquí reseñamos. Puente, profesor e investigador
de la Universidad Complutense de Madrid y Rusell, profesora de la Universidad
de Quilmes de Argentina, han querido recoger las consideraciones, a su juicio,
más preponderantes para lograr introducir al público no especializado en los
ejes capitales del estudio de los orígenes del lenguaje.
Su libro, bien estructurado y escrito en un lenguaje sencillo, guía con destreza
al lector por las sendas fragosas de las ciencias del lenguaje. El índice es una
prueba del interés por alcanzar un estado de la cuestión por medio de un diálogo
crítico con el sinfín de autores que invitan en más de 300 páginas. Alcanzar un
estado de la cuestión no implica, claro está, la solución del problema. De hecho,
esto es lo que piensan Puente y Rusell cuando dicen creer que ninguna teoría
podrá jamás explicar con exactitud cómo evolucionó el lenguaje (p. 27). Su
veredicto no es, sin embargo, una censura, de tal suerte que su tarea es enriquecer
la reflexión.
Dividido en 7 capítulos, a los que hay que sumar prólogo y epílogo, es de
notar que Puente y Rusell han tenido en cuenta aspectos biológicos, psicológicos
y lingüísticos en su compendio. En el primer capítulo, intitulado “Biología y
aprendizaje”, los autores discuten las relaciones que una especie mantiene con
otras especies y con su medio. Dos patrones antagónicos sirven para interpretar
la información: el que da exclusividad a la crianza y el que agota en la herencia
los recursos del comportamiento. El conductismo de B. F. Skinner es la base de
los discursos que mantienen la primera hipótesis. En The behavior of organisms
(1938), Skinner sostiene que sin importar su posición taxonómica todo organismo
es, en su umbral, una tábula rasa que selecciona comportamientos a partir del
tipo de incentivo que produce su práctica: si la experiencia es placentera el
organismo muy seguramente buscará la manera de volverla a vivir.
Una posición contraria, opinan Puente y Rusell, es la mantenida por la etología.
Para esta ciencia del comportamiento el concepto de instinto es elemental,
puesto que este es un mecanismo de programación genética que no solo
determina las conductas de un individuo (especie), sino también los tipos de
estímulos exteriores que le son significativos, es decir, de los que puede aprender.
La efectividad de un condicionamiento o de un aprendizaje depende tanto de si
“el estímulo y la respuesta [esperada]pertenecen al mismo campo o modalidad
sensorial” (p. 39) como de la acogida que pueden brindarle las estructuras
biológicas del individuo.
Si ni innatismo ni empirismo logran explicar por solos las disposiciones
motrices, ni que decir de sus intentos asilados por explicar la capacidad lingüística.
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El siglo veinte se ha batido en dos posiciones que se pueden simplificar, acaso
con abuso, en la sostenida por Chomsky, por un lado, y en la que desarrolla
Skinner, nuevamente, del otro. En Verbal behavior (1957), Skinner aplica su
método conductista al estudio del lenguaje toda vez que este es, a su modo de
ver, un comportamiento motor. De ahí que intente revelar el aprendizaje del
habla en el infante por medio del esquema estímulo-refuerzo-privación que
tiene lugar en un entorno particular. Chomsky (1959) consagró una reseña de
este libro a exponer las enormes lagunas del enfoque skinneriano en el estudio
del lenguaje y, más tarde enseñaría con detalle sus propios pareceres acerca de
la facultad lingüística humana. A pesar de las críticas de Chomsky, por muchos
años reinaron proyectos conductistas que buscaron enseñar diferentes códigos
de comunicación a chimpancés con el objeto de conocer si nuestra proximidad
era, además de zoológica, simbólica. Los avances en esta línea son ciertamente
modestos, aunque no desdeñables. Más adelante volveremos sobre ellos.
Puente y Rusell se permiten rastrear el espíritu dualista, que enfrentó las
tesis de Skinner y las de Chomsky, hasta los inicios de la época moderna y
recuerdan que la oposición entre memes y genes que se mantiene en la actualidad
no difiere en esencia de la que otrora mantuvieron empirismo y racionalismo. El
designio de los autores es, ante todo, bosquejar una síntesis muy general que
comprenda estas perspectivas; de no ser así la ciencia se verá dogmatizada, al
tiempo que justificará haberse convertido en la plataforma de muchos discursos
políticos malintencionados. Damasio (2000) es uno de los elegidos para cumplir
esta tarea. Puente y Rusell recuerdan las palabras de Damasio que versan que
un organismo posee un gran número de rasgos no determinados
epistemológicamente –sino estructuralmente, si se quiere- que se configuran
en relación con el ambiente; entre estos menciona los sectores modernos del
cerebro. A este tipo de dinámica entre genes y ambiente se le llama “radio de
reacción”. La prohibición del incesto, por ejemplo, es resultado de esta dinámica.
En ella participan aspectos de interrelación social, apego, canje y biología (De
Waal, 1993) que impiden reducir el problema a una sola variable.
En el segundo capítulo, “¿Somos los únicos que hablamos?”, Puente y Rusell
abordan los sistemas de comunicación humanos y los de los (demás) animales
desde el punto de vista de la lingüística. Hay que notar aquí la especial atención
que recibe la llamada paradoja de la continuidad, señalada por Bickerton
(1990), como prueba de la diferencia fundamental entre códigos humanos y
animales. La consideración de que el lenguaje humano sería el resultado de la
evolución paulatina de un código animal es paradójica toda vez que el código
que pudiese haber dado vida al lenguaje no ha sido encontrado; no hay por tanto
indicios para atribuir a ningún animal la paternidad de nuestro hablar . La diferencia
entre el lenguaje y los códigos animales es tanto cualitativa como cuantitativa.
El número de palabras de un hombre ordinario supera por miles el de un
chimpancé perspicaz y la estructura del lenguaje de aquel se distingue en términos
fonológicos, morfológicos, sintácticos, semánticos, pragmáticos y tecnológicos
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de la naturaleza de los códigos animales. Junto con este nivel lingüístico, los
autores destacan en su reflexión el hecho de que más que un sistema de
comunicación, el lenguaje es un sistema de representación. Sobre él
estructuramos nuestra consciencia y el mundo que nos rodea; tanto así que el
lenguaje determina la manera en que el mundo nos llega a los ojos. El lenguaje
es una interpretación del mundo (Lee Whorf 1941).
El tercer capítulo (“Biología del lenguaje”) se encarga de desarrollar algunos
elementos del lenguaje desde el punto de vista de la biología. La reflexiones de
Chomsky son nuevamente investidas de la mayor autoridad, más aún pues el
lenguaje es a su modo de ver una entidad propia, un órgano, más que un
instrumento del pensamiento. El lenguaje no es algo que se enseña formalmente.
Chomsky plantea que debe existir un dispositivo de adquisición del lenguaje
(LAD, por sus siglas en inglés), seguramente ubicado en el encéfalo (Chomsky
1968), que determina la manera en que un niño se hace de su lengua materna
independientemente del tipo o calidad de modelo verbal o estímulo que tenga.
Incluso si este es pobre, el niño logrará hacerse del código, siempre que no
supere el periodo crítico de aprendizaje. El LAD contiene los elementos
gramaticales universales que conforman, en diferentes configuraciones, todas
las lenguas existentes. El papel del niño consiste en develar los datos sensoriales
a partir de los conceptuales que le son inherentes. Con todo, la creatividad que
cada uno posee es responsable de que a partir de finitos elementos del corpus
gramatical universal, una lengua pueda engendrar infinitas configuraciones. La
sintaxis recibe gran atención en esta hipótesis porque explica que a pesar de las
ambigüedades que pueden resultar en el habla, es posible comprender el
significado de las oraciones. Con el objetivo de explorar más fondo las relaciones
semánticas con las sintácticas, Chomsky divide las ambigüedades en dos niveles
que reciben el nombre de estructura superficial y estructura profunda (bien
que su síntesis minimalista ya no sostenga este fraccionamiento). Otra división
fundamental de la lengua, que permite el estudio de los componentes innatos
del lenguaje, es la de competencia lingüística yladeactuación lingüística.
La primera es la que interesa a la gramática generativa. Ella se estudia a través
de la puesta en escena del discurso, o actuación, que lleva a cabo un hablante-
oyente ideal, a saber, un sujeto que no comete ningún tipo de errores en su
discurso. No hace falta aclarar que este es un concepto abstracto, pero que
de él depende que la intuición lingüística tenga más peso que los datos sensibles.
A pesar de haber dado pie a los estudios biológicos de la gramática, Chomsky
se abstuvo de desarrollar conjeturas con respecto a la emergencia filogenética
de esta facultad. Puente y Rusell recuerdan a algunos de los más osados
discípulos de Chomsky que no han atendido a su reserva, de entre los cuales
Pinker recibe la mayor atención. Pinker ha intentado una fisiología del lenguaje
que, además de tener como base los trabajos de Chomsky, se vale de los de
Dawkins para dotar a sus razonamientos de una perspectiva evolutiva
(ultradarwinista, habría que decir). Jenkis (2001) sigue a Chomsky muy de
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cerca y se impide, tal como este, tratar el tema. Bickerton, por otro lado, que
comparte con Pinker y Jenkins la ascendencia filosófica chomskiana, se vale
de la teoría de los equilibrios puntuados de Gould y Eldredge para afirmar
que el lenguaje emergió de un macromutación genética (“catastrofismo”).
Evitando profundizar en esta última línea, Puente y Rusell se proponen
demostrar con la ayuda de algunos de los autores que han analizado los trastornos
del lenguaje, la hipótesis innatista de Chomsky desde una perspectiva
ontogenética. Afasias, dislexias y lesiones del hemisferio izquierdo son
rápidamente miradas en aquello que pueden corroborar de la teoría de la
gramática generativa. Además de la figuración de un periodo crítico para la
adquisición del lenguaje, Lenneberg (1967) ha propuesto una serie de etapas o
hitos bien definidos que sistematizan los datos observados en el proceso de
adquisición de la primera lengua y que fortalecen en otro nivel lo que Chomsky
había dicho de la aptitud del niño para hacerse de un lenguaje. Estos hitos son
acompañados de un programa motor que se desarrolla paralelo al lenguaje y
que, tanto como aquel, es inmune a las influencias del ambiente.
El apartado cuarto lleva el título de “Lenguaje y cognición”. En este se
enfrentan de nuevo las hipótesis del innatismo y la que tiene al aprendizaje
como pilar, solo que esta vez la relación pensamiento-lenguaje es el telón de
fondo. Piaget, quien ha estudiado el desarrollo del habla en el niño, es contrapuesto
a Chomsky. La incompatibilidad entre ambos no es ciertamente trivial. Para
Piaget el lenguaje es un reflejo del pensamiento y de la capacidad simbólica
inherente al hombre y no su precursor. El pensamiento tiene también la forma
de la experiencia visual, auditiva, olfativa, etc., así como la marca de las acciones
vividas, pues estos son los elementos de que se vale la inteligencia práctica.
Dado que la experiencia sensorio-motriz es tan rica, ella, piensa Piaget, determina
la adquisición del lenguaje toda vez que las estructuras con que el niño organiza
el mundo físico y social son las mismas que estructuran el lenguaje. Si bien
Piaget acepta la existencia de una disposición congénita para tratar y organizar
la información que llega a través de los sentidos, esta no es una jurisdicción
única del lenguaje sino una facultad cognitiva general. Los estadios que Piaget
propone registran las habilidades adquiridas tanto en el terreno de la lengua
como en el del pensamiento y el del movimiento corporal.
Con base en los avances de la ciencia a propósito de la capacidad de
representación, Puente y Rusell desestiman el alcance actual de la epistemología
piagetiana. Piaget creía que la representación hacía parte de uno de los estadios
superiores del desarrollo, de suerte que no estaría fijada genéticamente. De allí
que su noción de “permanencia del objeto”, que se refiere a la competencia del
infante para saber de la existencia de un objeto ausente, no aparezca sino entre
los 12 y 18 meses (reacciones circulares terciarias del estadio sensorio-motor,
según la jerga de Piaget). De esta capacidad depende la posibilidad del lenguaje,
si entendemos este como una imagen, acción o concepto que se hace presente
en la palabra. Con todo, estudios posteriores a los de Piaget han demostrado
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que la habilidad de representación parece ser más una propiedad biológica que
una construcción. Puente y Rusell citan varios ejemplos para aclarar este punto.
El del neonato de dos meses que al ser apagada la luz continúa la búsqueda de
un objeto antes percibido, es uno de ellos. Se concluye en este capítulo, luego
de un buen ejercicio intelectual, que hay una recia disposición genética al lenguaje
(considérese ésta sintáctica con Chomsky o semántica con Bruner),
posiblemente organizada en ciertos estadios sensorio-motores y cognitivos que
controlan la información que llega al niño. La información y la experiencia son,
sin embargo, a menudo menospreciadas por Puente y Rusell quienes se basan
en estudios concernientes a la poca inherencia del habla maternés en el desarrollo
del habla del niño. El lenguaje es, según muestran, un órgano sin relación directa
con la inteligencia o con otros instrumentos del pensar, evidenciado de esta
manera el aprecio que tienen por Chomsky, por lo menos hasta aquí. Lo cierto
es que sólo llegado el Epílogo los autores harán clara su distanciación de la
gramática universal, dado que el aprendizaje por asociación y los procesos
generales del pensamiento pueden explicar bastante bien la estructuración de
las lenguas (Seebach et al. 1994). La paradoja de Chomsky es que la lingüística
algorítmica no ha podido siquiera describir las oraciones de una lengua específica
cualquiera.
El siguiente capítulo, “Cerebro y lenguaje”, explora diferentes hipótesis que
tratan con el umbral filogenético del lenguaje. El cerebro recibe mayor atención
en estas páginas que la industria prehistórica o la anatomía, pues a lo largo del
libro se ha querido insistir en la idea de que el lenguaje es ante todo un órgano.
De allí justamente que se preste tanto cuidado a las variaciones encefálicas
sufridas en tiempos pretéritos; una suerte de paleoneurofisiología, si se puede
utilizar el término. Fácil sería suponer, como sucede en la opinión popular, que a
mayor tamaño cerebral, mayor inteligencia y, en consecuencia, la presencia de
un lenguaje. De cualquier modo, Puente y Rusell examinan la postura antípoda
y concluyen que “cada vez hay más pruebas de que el cerebro de nuestra
especie Homo sapiens era de mayor tamaño en el pasado que en la actualidad”
(p. 181). Pero la reducción de tamaño es un proceso moderno y si en algo es
enfático este capítulo es que la evolución del hombre se ha dado primordialmente
en términos de un crecimiento encefálico. El volumen cerebral de nuestra
especie es tres veces mayor que el de un chimpancé de la misma talla. Más
importante que el tamaño es, sin embargo, la organización cerebral. Conforme
a la transformación anatómica de los homínidos, el cerebro Homo fue perdiendo
mecanismos que trataban con la información sensorial (salvo la audición) y las
habilidades cinéticas y fue ganando en capacidades intelectuales. Esto es al
menos lo que indica el particular desarrollo del neocórtex.Allí se han desarrollado
los dispositivos de asociación de las facultades motrices más finas y las
actividades cognitivas de nivel superior.Ahora bien, al entrar en materia de los
módulos cerebrales del lenguaje, Puente y Rusell exponen lo dificultoso que
resulta atribuir a ciertas áreas precisas la habilidad lingüística. Las áreas de
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Broca y Wernicke no agotan las funciones del lenguaje y la plasticidad cerebral
revela que el programa lingüístico que determina la conducta del hombre es tan
general que, de ser necesario y de encontrarse aún dentro del periodo crítico, el
hemisferio derecho puede suplir al izquierdo en la administración del lenguaje
(hipótesis de la equipotencia de Lenneberg). Aparte de los diferentes tipos de
afasias, esta sección se ocupa de introducir los temas de la lateralización, las
asimetrías de los hemisferios y el del predominio del uso de la mano derecha en
el hombre. Este último aspecto es sin duda esencial y apenas comienza a recibir
la atención que merece. La hegemonía del hemisferio izquierdo en las actividades
motrices y lingüísticas es también la predominancia de la mano derecha en las
actividades técnicas. Según estudios, los esquemas que Homo habilis seguía
para la fabricación de sus utensilios enseñan que era diestro, lo cual es
confirmado por los trazos que un área de Broca considerablemente desarrollada
ha dejado al interior de su cráneo. Acaso sea esta la prueba de que el lenguaje
ha sido la principal estrategia de supervivencia del hombre por al menos un
millón de años. Aun así, hay que hacer notar que el proyecto de Puente y Rusell
cede por momentos a las técnicas de la frenología. Su sentencia es la siguiente:
“la cámara craneal se desarrolla de manera tal que asume la forma que el
cerebro quiere adquirir; por lo tanto, la forma externa del cráneo reproduciría la
forma interna cerebral” (p. 202). Tiempo atrás, no obstante, la paleoantropología
ha desechado la hipótesis de que la masa cerebral tenga alguna influencia sobre
la forma de la estructura corporal. Antes bien, el crecimiento del cerebro ha
dependido del espacio que, producto de la disminución dental y de la bipedestación,
ha quedado libre en la bóveda craneal. El tamaño del cerebro es un epifenómeno
de la verticalidad (Leroi-Gourhan 1965).
Lo cierto es que no está claro quién fue el primer primate en hacerse de la
palabra. La herramienta, alguna vez considerada el punto de ruptura de este
enigma, parece haber perdido hoy su valor heurístico. Las pruebas de datación
han mostrado que antes de que emergiera Homo habilis, el “hombre capaz de
construir objetos”, ciertos artefactos rupestres eran ya parte de la economía de
otros individuos. Probablemente pertenecientes a una variedad moderna de
australopitecinos o, habría que agregar, a una especie de primate que siguió una
línea evolutiva diferente a la nuestra. En efecto, en nuestros días se sabe que la
fabricación y uso de herramientas no es una destreza exclusiva del hombre
moderno o arcaico. No obstante, la estereotipación de la industria es un hecho
al que solo Homo sapiens logrará imponerse. Ni Homo habilis ,niHomo erectus
en más de un millón de años han logrado el despliegue técnico que Homo
sapiens ha alcanzado en cuarenta mil. Este despliegue súbito en la producción
de artefactos y materiales simbólicos fundamenta la idea desarrollada por Gould
(1989) y Bickerton (1990) de que el lenguaje es un acontecimiento genético
repentino. De acuerdo con Puente y Rusell, el lenguaje es el resultado fortuito
de la conjunción entre el incremento cerebral y la nueva disposición del tracto
respiratorio.
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El capítulo sexto, que lleva por título “El mono gramático”, abandona
temporalmente el estudio del cerebro para introducirse en el de la consciencia
y la inteligencia que exhiben los comportamientos comunicativo, social y técnico
de algunas aves y primates no humanos. El cometido es estimar qué pueden
aportar otras especies a la reflexión sobre el origen de la conducta lingüística
humana. La fórmula que se examina aquí es la siguiente: si la selección natural
tiene algo que ver con el desarrollo de la facultad de lenguaje, debe existir algún
precursor a partir del cual esta se ha desarrollado. Los chimpancés, entonces,
nuestros parientes vivos más cercanos, deben dar cuenta de un dispositivo similar .
Pero aquel espíritu particular de los años setentas y ochentas que llevó a que un
gran número de primatólogos e investigadores entrenaran chimpancés en
diferentes códigos simbólicos comprobó la distancia entre especies. Primero se
ensayó un condicionamiento que esperaba respuestas orales. Luego, al
comprobarse las limitaciones fónicas de los chimpancés, se decidió por instruirles
en una lengua de señas o de códigos visuales artificiales. Pese a que los resultados
fueron variables, ningún chimpancé sobrepasó el dominio de 700 signos y la
comunicación lograda entre mascotas y entrenadores no superó, salvo ciertos
casos excepcionales, el umbral instrumental y contextual. Pero la distancia entre
especies no impide reconocer los puntos de encuentro (que son más) y los
autores dejan claro que “nuestras capacidades lingüísticas están profunda y
sólidamente arraigadas en las facultades cognitivas observadas en el cerebro
de los simios” (p. 239). Una de estas facultades es la inteligencia técnica. Ella
enseña que los animales son capaces de resolver problemas inéditos e, incluso,
transmitir las soluciones a otras generaciones, forjando así fraccionamientos
entre diferentes comunidades que se pueden tildar de culturales. Parece ser,
según precisan Puente y Rusell, que el tamaño del neoestriato y el hiperestriato
determinan las competencias de invención en las aves (Lefebvre 2002), y el del
neocórtex las de los primates. La psicología ha logrado demostrar que los animales
establecen mapas mentales que les permiten proceder en situaciones de la
vida diaria. El mapa mental es una imagen global de la situación específica que
permite hacer el cálculo de las alternativas. El conocimiento de lo exterior como
una realidad implica, por lo demás, una división con lo interior. El animal no es
más el representante de una simple acción instintiva y maquinal, es un ser que
logra distanciarse para tomar decisiones sobre sus prácticas (que están
ciertamente encaminadas a satisfacer necesidades orgánicas muy precisas).
Podría aplicársele al animal, con cierta reserva, el axioma cartesiano cogito
ergo sum.Laprueba del espejo es, por ejemplo, una evidencia contundente
de la autoconsciencia animal, al menos entre aquellos que son tan visuales
como nosotros. Esta consiste en situar al animal frente a un espejo tras haber
pintado una marca sobre su rostro; si el animal se detiene ante la marca y no
asume su reflejo como la presencia de otro individuo, se deduce que es consciente
de mismo.
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La inteligencia social de los primates, junto con la técnica, ha recibido gran
atención en el ámbito académico. Al interior de los grupos de la gran mayoría
de primates se manifiestan jerarquías, alianzas, luchas por el poder, etc. Incluso
Premack y Woodruff (1987) insisten en la existencia de una teoría de la mente
en los chimpancés; atribución con la que Dennet (1999) no está de acuerdo y
prefiere llamar “sistemas intencionales de segundo orden”. Puente y Rusell
agregan al conjunto de las inteligencias sociales, la inteligencia maquiavélica,
que además de ayudar a explicar el gran tamaño del cerebro de los primates
antropomorfos, aclara una de las conductas sociales más importantes: el engaño.
Esta conducta está asociada con las alianzas que se establecen en el interior de
una comunidad y su propósito es lograr un equilibrio entre los requerimientos
del grupo que benefician la supervivencia y los designios individuales. Justamente,
el hecho de que ciertas llamadas, gestos o comportamientos de los primates no
sea puedan descontextualizar, es el fundamento del engaño. Es el caso del
macaco que hace un llamado de peligro para ahuyentar a un congénere que ha
encontrado comida con la intención de apropiársela. El llamado de peligro
requiere una reacción que no se puede postergar, so pena de convertirse en
alimento de otro. De allí que facilite el timo. Entre las llamadas de los primates,
las más estudiadas son las de los monos vervet. Estos monos tienen sonidos
específicos para manifestar la presencia de predadores que atacan desde el
aire, reptan o caminan. Una de las conclusiones más substanciales de las que
dan cuenta Cheney y Seyfarth (1986, 1990) es que los monos vervet no emiten
las llamadas en ausencia de compañeros o en presencia de un rival. También se
le presta atención en este capítulo a la teoría del despulgamiento como
comportamiento que cultiva la cohesión social en los primates (Dumbar 2001)
más que una mera rutina de higiene. El lenguaje, propone Dumbar, es nuestro
modo de despulgar.
“Itinerarios del lenguaje”, es el capítulo final del libro.Allí se trata la hipótesis
de la divergencia lingüística a partir de un protolenguaje originario. Ciertamente
este capítulo destaca por su disimilitud metodológica. Ello se debe a que tiene
como base la lingüística comparativa y la clasificación de las lenguas. Pese a
esta especificidad, también se comentan diferentes contribuciones realizadas
por la genética (Cavalli-Sforza), la arqueología (Renfrew y Bellwood), el estudio
de los topónimos (Bynon) y la comparación multilateral (Greenberg) al
esclarecimiento de cómo se dio la expansión de las lenguas y cuál fue la primera.
A estos propósitos se encaminan las definiciones de las diferentes variedades
lingüísticas, tales como la estandarizada, artificial, pidgin, vernácula, criolla
y dialecto, así como los atributos de historicidad, vitalidad y autonomía. Los
autores hacen notar la relevancia de los aspectos económicos (el inicio de la
agricultura) y políticos (guerras e invasiones) que atraviesan no solo las
definiciones sino también los impulsos que dieron lugar a la dispersión y
enriquecimiento de las lenguas. Los criterios de clasificación pueden restringirse
a dos: el genealógico y el sintáctico. Ambos han dado origen a escuelas aisladas
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que, sin embargo, comparten el mismo problema: la mutabilidad de las lenguas
y la insuficiencia de documentos históricos escritos. Con relación al origen del
lenguaje Bickerton (1990) opina que ha sido súbito. Para ello hace una analogía,
quizá extremada, entre la ontogenia y la filogenia del lenguaje. Si como nos
muestra el cruel ejemplo de la esclavitud del siglo pasado, cuando gentes de
diversas procedencias han sido juntadas en torno a un trabajo, han debido crear
lenguas con elementos prestados de los códigos maternos de los expatriados y
del lugar al que llegan para poder comunicarse. Estas lenguas son llamadas
pidgin. Tras unas cuantas generaciones estas lenguas gramaticalmente pobres,
se convierten en lenguas criollas que son lenguas propiamente dichas. Bickerton
sostiene que algo similar sucedió en el origen del lenguaje. De un no-lenguaje
se pasó rápidamente a un protolenguaje, así como de un pidgin se pasa a un
creole. Se presume que este protolenguaje emergió hace un millón y medio de
años con Homo habilis y Homo erectus, homínidos cuyo cerebro y
comportamiento fueron muy similares a los nuestros. Ahora, si bien la aparición
del protolenguaje fue repentina, la del lenguaje fue un proceso lento de
acumulación de palabras, nombres, pronombres, marcadores de tiempo, etc.
Así pues, a modo de conclusión general, podemos decir que Puente y Rusell
han logrado mostrar con lucidez la ardua labor detectivesca que implica la
búsqueda del origen de aquella facultad que nos hace humanos. Mucho camino
se ha recorrido desde los tiempos del rey egipcio Psamético I, pero la pregunta
sigue sin respuesta.
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PRAXIS FILOSÓFICA
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Article
Full-text available
An individual has a theory of mind if he imputes mental states to himself and others. A system of inferences of this kind is properly viewed as a theory because such states are not directly observable, and the system can be used to make predictions about the behavior of others. As to the mental states the chimpanzee may infer, consider those inferred by our own species, for example, purpose or intention, as well as knowledge, belief, thinking, doubt, guessing, pretending, liking, and so forth. To determine whether or not the chimpanzee infers states of this kind, we showed an adult chimpanzee a series of videotaped scenes of a human actor struggling with a variety of problems. Some problems were simple, involving inaccessible food – bananas vertically or horizontally out of reach, behind a box, and so forth – as in the original Kohler problems; others were more complex, involving an actor unable to extricate himself from a locked cage, shivering because of a malfunctioning heater, or unable to play a phonograph because it was unplugged. With each videotape the chimpanzee was given several photographs, one a solution to the problem, such as a stick for the inaccessible bananas, a key for the locked up actor, a lit wick for the malfunctioning heater. The chimpanzee's consistent choice of the correct photographs can be understood by assuming that the animal recognized the videotape as representing a problem, understood the actor's purpose, and chose alternatives compatible with that purpose.
Book
The coming of language occurs at about the same age in every healthy child throughout the world, strongly supporting the concept that genetically determined processes of maturation, rather than environmental influences, underlie capacity for speech and verbal understanding. Dr. Lenneberg points out the implications of this concept for the therapeutic and educational approach to children with hearing or speech deficits.
Article
The behavior through which the individual deals with the surrounding environment and gets from it the things it needs for its existence and for the propagation of the species cannot be forced into the simple all-or-nothing formula of stimulus and response. The effects of intermittent reinforcement have been extensively studied in the laboratory. A common sort of intermittency is based on time. Reinforced responses can be spaced, say, ten minutes apart. The scales and a few representative speeds are shown in the lower right- hand corner. The experimental session begins at a. The first reinforcement will not occur until 10 minutes later, and the bird begins at a very low rate of responding. As the 10-minute interval passes, the rate increases, accelerating fairly smoothly to a terminal rate at reinforcement at b. The overall rate under variable-interval reinforcement is a function of the mean interval, of the level of food-deprivation, and of many other variables.
Article
This book investigates the nature of human language and its importance for the study of the mind. In particular, it examines current work on the biology of language. Lyle Jenkins reviews the evidence that language is best characterized by a generative grammar of the kind introduced by Noam Chomsky in the 1950s and developed in various directions since that time. He then discusses research into the development of language which tries to capture both the underlying universality of human language, as well as the diversity found in individual languages (Universal Grammar). Finally, he discusses a variety of approaches to language design and the evolution of language. An important theme is the integration of biolinguistics into the natural sciences - the 'unification problem'. Jenkins also answers criticisms of the biolinguistic approach from a number of other perspectives, including evolutionary psychology, cognitive science, connectionism and ape language research, among others.
Chapter
There will probably be general assent to the proposition that an accepted s of our community predispose certain choices of interpretation.pattern of using words is often prior to certain lines of thinking and forms of behavior, but he who assents often sees in such a statement nothing more than a platitudinous recognition of the hypnotic power of philosophical and learned terminology on the one hand or of catchwords, slogans, and rallying cries on the other. To see only thus far is to miss the point of one of the important interconnections which Sapir saw between language, culture, and psychology, and succinctly expressed in the introductory quotation. It is not so much in these special uses of language as in its constant ways of arranging data and its most ordinary everyday analysis of phenomena that we need to recognize the influence it has on other activities, cultural and personal.
Article
Skinner outlines a science of behavior which generates its own laws through an analysis of its own data rather than securing them by reference to a conceptual neural process. "It is toward the reduction of seemingly diverse processes to simple laws that a science of behavior naturally directs itself. At the present time I know of no simplification of behavior that can be claimed for a neurological fact. Increasingly greater simplicity is being achieved, but through a systematic treatment of behavior at its own level." The results of behavior studies set problems for neurology, and in some cases constitute the sole factual basis for neurological constructs. The system developed in the present book is objective and descriptive. Behavior is regarded as either respondent or operant. Respondent behavior is elicited by observable stimuli, and classical conditioning has utilized this type of response. In the case of operant behavior no correlated stimulus can be detected when the behavior occurs. The factual part of the book deals largely with this behavior as studied by the author in extensive researches on the feeding responses of rats. The conditioning of such responses is compared with the stimulus conditioning of Pavlov. Particular emphasis is placed on the concept of "reflex reserve," a process which is built up during conditioning and exhausted during extinction, and on the concept of reflex strength. The chapter headings are as follows: a system of behavior; scope and method; conditioning and extinction; discrimination of a stimulus; some functions of stimuli; temporal discrimination of the stimulus; the differentiation of a response; drive; drive and conditioning; other variables affecting reflex strength; behavior and the nervous system; and conclusion. (PsycINFO Database Record (c) 2012 APA, all rights reserved)
Article
Cheney and Seyfarth enter the minds of vervet monkeys and other primates to explore the nature of primate intelligence and the evolution of cognition. "This reviewer had to be restrained from stopping people in the street to urge them to read it: They would learn something of the way science is done, something about how monkeys see their world, and something about themselves, the mental models they inhabit."—Roger Lewin, Washington Post Book World "A fascinating intellectual odyssey and a superb summary of where science stands."—Geoffrey Cowley, Newsweek "A once-in-the-history-of-science enterprise."—Duane M. Rumbaugh, Quarterly Review of Biology
A Review of B. F. Skinner's Verbal Behavior
  • D Bickerton
BICKERTON, D. (1994). "Origin and Evolution of Language". En ASHER, R. y J. M. SIMPSON (eds.). The Encyclopedia of Language and Linguistics, vol. 5. Oxford: Pergamon. -----. (1990). Lenguaje y especie. Madrid: Alianza Editorial. CHOMSKY, N. (1959). "A Review of B. F. Skinner's Verbal Behavior". Language, 35, No. 1, pp. 26-58. -----. (1968; 1977). Lenguaje y entendimiento. Barcelona: Seix Barral. -----. (1965; 1975). Aspectos de la teoría de la sintaxis. Madrid: Alianza Editorial.
El inteligente seso de los pájaros
  • L Lefebvre
LEFEBVRE, L. (2002). "El inteligente seso de los pájaros". Mundo Científico, 230, IV.
El poder y el sexo entre los simios
  • F Waal De
WAAL De, F. (1993). La política de los chimpancés. El poder y el sexo entre los simios. Madrid: Alianza Editorial.