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Hacia una definición no culturalista o local del mito

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Abstract

Exposición de la concepción formal de Mito desarrollada por el antropólogo Guillermo Páramo, que plantea una alternativa al método comparativo en antropología y a la oposición moderna entre mito y ciencia.
Revista de Arte y Ciencia de la Universidad Jorge Tadeo Lozano
Hacia una definición no culturalista o local del mito
Franz Flórez Fuya
Universidad Jorge Tadeo Lozano
franz.florez@utadeo.edu.co
“Un hombre con una convicción es duro de cambiar.
Dígale que usted está en desacuerdo y él le volverá
la espalda. Muéstrele hechos o cifras y él discutirá
sus fuentes. Apele a la lógica y él será incapaz de
comprender su punto de vista”
1
.
Resumen
Este artículo constituye un acercamiento al tema del mito. Es una revisión del concepto desarrollado
por Guillermo Páramo para lo cual se utilizan ejemplos aleatorios que explican su particular noción
de mito; paralelamente se consideran algunas otras fuentes. Se toman elementos de la etimología,
la poética, la comunicación, la antropología, la lingüística y la religión, principalmente, para analizar
en profundidad la lógica subyacente del mito y su connotación entre la ciencia y la fe, en el marco de
la tradición occidental. Se trata de una concepción no racionalista del mito y de su trascendencia
cultural representada en la transformación (actualización) de paradigmas como, por ejemplo, los de
superhéroe-Jesús-terrorismo y el poder de su manifestación.
Palabras clave: Logos, metáfora, mito, principio de incertidumbre, tradición occidental.
Abstract
This article is an approach to the subject of the myth. It is a revision of the concept developed by
Guillermo Páramo for which random examples are used to explain his particular notion of myth; in
parallel some other sources are considered. Elements of etymology, poetics, communication,
1
L. Festinger, 1956; citado por Páramo (1989: 37).
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anthropology, linguistics and religion are taken, primarily, to analyze in depth the underlying logic of
the myth and its connotation between science and faith, within the Western tradition. This is a non-
rationalist conception of myth and its cultural significance represented by the transformation
(actualization) of paradigms, like the superhero-Jesus-terrorism, for example, and the power of their
manifestation.
Keywords: Logos, metaphor, myth, uncertainty principle, Western tradition.
Índice temático
(Desarrollo del artículo)
Referencias
OPCION: CLICK DIRECTO A CADA CAPITULO
Una manera común de intentar darle un significado preciso al término mito es acudir a la
etimología y recordar que esa palabra deriva del griego mythos, que significaba “palabra” o “historia”
(Philip, 1999). Un mito era, para el común de los griegos del siglo V a. n. e., una historia oral: las
aventuras de Aquiles en Troya narradas por Homero en la Ilíada. A ese significado preciso se llegó
como resultado de profundos cambios dentro de la sociedad griega que hablaba esa lengua. Antes
de que el mito se definiera, entre los siglos VIII y IV a. n. e., por lo que no le es propio (la coherencia,
el mito se supone que implica incoherencias), era comparable a la poesía, porque ofrecía maneras
de comprender el mundo a través de la metáfora.
Pueden usarse diferentes metáforas (“el tiempo es oro”, “el tiempo es un recurso”) como
pueden usarse diferentes mitos (“Ulises regresa a Ítaca en busca de Penélope, no de aventuras,
pero durante el viaje…”, “el agente John McClane
2
regresa a Los Ángeles a buscar a su esposa
ejecutiva, no aventuras, pero durante el viaje…”), que permiten entender realidades abstractas en
términos de tramas más concretas (Lakoff y Johnson, 2004). En el caso del tiempo, se entiende una
condición estructural compleja (la lógica de una sociedad industrial en la que todo recurso tiene un
fin productivo) desde una metáfora ontológica: el tiempo es un bien valioso por escaso y útil, tal
2
Personaje cinematográfico de la saga Die Hard (Duro de matar), representado por Bruce Willis. (Nota del Editor)
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como el petróleo. En el caso del viaje de regreso al hogar, se comprende el mito de la tensión entre
individuo humano y destino divino (hay dioses o leyes impersonales que protegen al individuo pero
es al último al que le corresponde salvarse) desde un relato antropomorfo con final feliz, un héroe
con características humanas, mortal, inteligente, que duda en cumplir su misión y se siente
incompleto sin su amada, que debe vencer y para lograrlo está justificado que sus opositores
mueran (Cano, 1999; Vernant, 2003a).
Como la metáfora o el mito tratan de captar un isomorfismo o estructura común a entidades
diferentes (Millán y Narotzky, 2004), no tiene sentido pretender que el relato mítico ofrezca “un
mensaje único, claro y coherente, como no lo tendría intentar poner en prosa un soneto de
Shakespeare” (Philip, 1999: 6). Esa posibilidad de acceder a una comprensión más profunda o más
abstracta de la cultura que asumimos de forma mediata y no problemática es abordada por el
concepto de mito de Páramo, que identifica con un nivel cultural profundo
3
, aunque ocasionalmente
use la expresión mito como relato mítico, en el sentido occidental de raíz griega.
El concepto de mito que usualmente tiene la gente, aún los divulgadores de la mitología
grecorromana clásica, asume la oposición surgida entre los siglos VIII y IV a. n. e. en la lengua
griega, cuando se contrapuso el relato racional (logos), desprovisto de contradicciones, al lenguaje
propiamente mítico (mythos). Se asumió que los conceptos fundamentales del bien, el mal, la
belleza, la justicia o la verdad creados por cada cultura eran accesibles por medio del diálogo
racional entre individuos, más que a través de alegorías. Y la preocupación racional por encontrar el
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Una “propiedad estructural” en sentido lógico-matemático (Páramo, 2001).
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mito original o el verdadero contradecía la naturaleza misma de ese tipo de conocimiento de la
propia cultura, porque
Si los mitos pueden variar así de una versión a otra sin que ello afecte al equilibrio
del sistema general, es porque lo que importa no es tanto la afabulación, que puede
diferir en el curso particular que toma en un momento o en otro la historia contada,
como las categorías transmitidas implícitamente por el conjunto de los relatos y la
organización intelectual que subyace al juego de las variantes. Pero esta
arquitectura mental, esta lógica subyacente que el mito aplica al desplegar el
abanico de sus múltiples versiones y que cada niño aprende sin apercibirse de ello,
escuchando y repitiendo la tradición como aprende su lengua materna, son tanto
menos perceptibles cuanto más naturales, más inmediatas parecen […] a nuestros
hábitos de pensamiento (Vernant, 2003b: 188).
Cuando se destaca el mito como fenómeno literario o metafórico que no habla de una realidad
cultural en particular sino de mundos más allá de la experiencia, se encuentran definiciones como
las del Diccionario de mitos de Carlos García Gual, en donde se dice que “el mito es un relato
tradicional que refiere la actuación memorable y paradigmática de unas figuras extraordinarias
héroes y dioses en un tiempo prestigioso y esencial” (1997: 9); requisitos que cumplen los mitos de
Ícaro, Robinson Crusoe, Arturo, el rey de Camelot y Supermán (castellanizado) con residencia en
Metrópolis.
La antropología, más que la historia, la sociología o el psicoanálisis, se dedicó durante un
siglo (hasta mediados del XX) a recopilar y catalogar la tradición oral de diferentes sociedades
(principalmente primitivas o preindustriales) en el rincón de lo mítico, a partir de la definición
estándar heredada de la tradición occidental ya reseñada. De acuerdo con Ruck (2000), mito es un
término usado por antropólogos y público en general
[] para designar una narrativa puramente ficticia, que muchas veces involucra
personas, acciones o acontecimientos sobrenaturales, pero que también encarna
ideas populares acerca del mundo natural y de hechos históricos, en una cultura
determinada. En realidad implica que el grupo que cuenta el mito cree que es
verdad (Ruck, 2000: 358).
Se destaca en este reconocimiento del uso estándar del término, que con mito se nombra
tanto la narración como la particularidad de que esa narración sea “ficticia”, “sobrenatural”, a la par
que se ha usado para denominar creencias populares y locales. En este nivel del análisis, que se
apoya en la lógica clásica consistente, se asume que la narración es mítica en tanto se pasa de
creer en la misma a darla por sentada, es decir, no se cree que el hombre es mortal, se sabe que
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es mortal. Si alguien nos dice, por ejemplo, que no morimos sino que reencarnamos en algún animal
o resucitaremos algún día en “cuerpo y alma”, asumimos que ese alguien cree eso, no que lo sabe.
Lo que significa que no solo eso no es conocimiento (en el sentido de conocer de la lógica clásica),
sino que no es y no puede ser verdad, no es posible que tal cosa llegue a ocurrir en ningún mundo
en el que funcionen las leyes de la física o la biología, tal como se conocen.
Ese “concepto de mito” es el que Páramo plantea como “ligado a la tradición occidental”
(1991: 18). Es decir, no es un concepto universal sino producido al interior de una cultura: la
occidental de raíz grecolatina. La oposición en la lengua griega entre ese concepto de mythos y el de
logos, esto es, entre el pensamiento racional basado en la consistencia (y el conocimiento del
mundo natural) y el irracional o “mítico” en el que de una serie de axiomas o supuestos se deriva una
contradicción (creencia en lo sobrenatural) (Désveaux, 2000), surgió cuando se pretendió que el
lenguaje era autónomo con respecto a la política y el conocimiento o acceso a la realidad. Con lo
cual el lenguaje se procuró desligar de la red simbólico-religiosa que era propia del lenguaje mítico,
para usarlo como herramienta racional, el mythos dejó de tener un poder de acceso a las verdades
de la cultura para quedar reducido a una eficacia mágico-religiosa ajena al mundo político y técnico
del grupo social (Detienne, 1983).
Esa diferenciación entre un lenguaje objetivo que da acceso a la realidad y uno mágico y
contradictorio o “mítico” que habla de mundos ajenos a la experiencia cotidiana, es el contenido de
mito que se usa para cuestionar creencias (“mito de lo alto y lo bajo”) aceptadas por la literatura o el
arte (Hughes, 2000), creencias (“mito del yo”) sobre la autonomía personal (Llinás, 2003), supuestas
dificultades al intentar comprender algo exótico como la “danza de la lluvia” en términos racionales
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realistas (Duica, 2003), o malentendidos (“mito de la desnutrición entre los muiscas”) acerca de un
hecho histórico (Cárdenas, 1990), o político (Núñez, 2003).
En ese concepto de mito occidental las creencias se oponen a los conocimientos. Al respecto,
Páramo (1989) cita la distinción realizada por el antropólogo inglés Edmund Leach (1981), que aquí
se reproduce en extenso. Dice Leach:
Los enunciados religiosos tienen ciertamente sentido, pero es un sentido que se
refiere a una realidad metafísica, en tanto que los enunciados lógicos corrientes
tienen un sentido que se refiere a la realidad física. El mismo carácter no lógico de
los enunciados religiosos es “parte del código”, es un indicador de sobre qué
versan tales enunciados, nos dice que nos encontramos ante una realidad
metafísica en vez de una realidad física, ante una creencia en vez de un
conocimiento.
Esta distinción es importante. En el lenguaje corriente no decimos “creo que 3 x 3
= 9”. Tratamos la fórmula aritmética como un simple enunciado lógico de hecho.
Sabemos que deber ser verdadero. Por otro lado, cuando formulamos enunciados
religiosos, invocamos el concepto de creencia. “Creo en Dios Padre…”. El empleo
de la fórmula “creo en...” viene a ser una advertencia; es equivalente a: “las reglas
de la lógica ordinaria no se aplican a lo que sigue (Leach, 1981: 96-97).
Páramo (1989) hace una revisión de mitos cristianos y otros reportados por el mismo Leach, y
da cuenta de lo simplista que resulta suponer la oposición entre racional o lógico (en el sentido de
“no contradictorio”) e irracional o mítico (en el sentido en que se espera que una narración mítica sea
autocontradictoria, fantástica o que en ella pueda ocurrir cualquier cosa). Eso llevaría a que la
ciencia, en tanto conocimiento crítico y no autocontradictorio sobre la naturaleza, no pudiera
considerarse como mítica. Pues, según Leach, la lógica incoherente del mito permite que ocurra
cualquier cosa, pues su sistema de referencia no es el mundo natural sino el sobrenatural. Esa
concepción occidental del mito dificulta acercase a una más universal o no local, en la cual lo mítico
no se define por ser inconsistente o autocontradictorio sino por la seguridad absoluta y total de que
lo sabido o lo que se conoce no puede tornarse antes o después en creencia. Esa seguridad es
condición del sentido común y es a lo que apunta el concepto de mito esbozado por Páramo.
Nuestra ciencia se reconoce a misma como provisional y fundada en principios
de incertidumbre. La actitud científica, por lo tanto, obliga a dudar de lo que la
ciencia dice. En este sentido, en cuanto se considera provisional y limitada, la
ciencia tiene que reconocer en ella lo que ha atribuido a los mitos. Aquel que no
duda de la ciencia, que encuentra en ella lo absoluto y eterno, asume una actitud
mítica ante esta modalidad del conocimiento […]. Ciencia, por oposición a mito,
según nuestro sistema de convenciones, es un conjunto de creencias que
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consideramos verdaderas y que nos describen el mundo. Si la ciencia fuera
apreciada como absolutamente verdadera, despojada de cualquier grado de
provisionalidad y completamente indubitable, entonces no aparecería como mito
sino como pura ciencia. Pero ello constituiría en realidad, el mito de la ciencia
(Páramo, 1991: 19; énfasis agregado).
De acuerdo con Ruck, esa actitud de total y absoluta confianza y seguridad en la ciencia se
puede describir como mítica, en el sentido occidental, puesto que son “ideas populares acerca del
mundo natural y de hechos históricos, en una cultura determinada [e implica que] el grupo que
cuenta el mito cree que es verdad” (2000: 358). Y ese asumir la verdad objetiva como lo indudable y
no provisional (porque no es subjetiva o relativa a una cultura), por oposición a las verdades de los
otros ha permitido descalificar a otros mientras se reafirman las creencias propias.
Los apologetas cristianos de la Edad Media llamaban ‘mitos’ a las creencias
‘paganas’ y asociaban al concepto de logos sus propias creencias. Tiempo
después, los filósofos racionalistas y los científicos positivistas de la Modernidad
encontraban absurdos los misterios e inverosímiles los milagros que aparecían en
las prédicas del cristianismo. Oponían la razón, la ciencia y la lógica a la fe, la
superstición y el mito, de manera análoga a como los apologetas habían opuesto la
fe cristiana y el logos a los mitos y divinidades paganas […]. Siempre se estaba con
el logos; el mito era el del otro (Páramo 1989: 42).
El mito, en la perspectiva de Páramo, no se puede reducir a una narración que cumple con
dar cuenta de sucesos fantásticos y seres sobrenaturales y ser autocontradictoria, porque esa es
precisamente una versión del mito occidental según el cual no es posible decir algo de la naturaleza
o del mundo o de la sociedad misma, desde un sistema de axiomas consistente del que se derivan
contradicciones.
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Se juzga como absurdo el hecho de que el adicto diga que sabe (y por lo tanto cree) que la
adicción es perjudicial para la salud, pero también sabe (y cree) que sigue fumando o aspirando o
inyectándose o bebiendo o apostando, y que el fundamentalista (musulmán, católico, capitalista o
comunista) sabe (y por lo tanto cree) que una serie de hechos (el fin del mundo no llega aunque está
profetizado, ni el intervencionismo de Estado ni el libre mercado generan la armonía social aunque
eso dice la teoría) contradicen la fe que ha organizado su vida, pero también sabe (y cree) que su fe
es verdadera.
Sería preciso diferenciar una lógica epistémica (saber algo) de una doxástica (creer u opinar
algo). En el primer caso es posible conocer algo, pero no decir que se conoce la nada o que se
conoce lo que es imposible. En el segundo caso se puede creer algo y decir a renglón seguido que
no se toma en cuenta la consecuencia lógica de esa creencia. Esto vuelve inmune a la crítica esa
creencia, puesto que enunciados consistentes (“X cree que fuma”) estarían asociados con
enunciados inconsistentes (“X cree que no debería fumar”) y el mito cumpliría el papel de
“proporcionar un modelo lógico para resolver esa contradicción” por medio de términos mediadores
entre aparentes opuestos (según Lévi-Strauss, 1994; también citado en Páramo, 1989: 31). Así, para
resolver el problema de que si “Dios está en otro mundo, ¿cómo se hace posible su relación con el
hombre?” (Páramo, 1989: 31), surgirían madres vírgenes u hombres dioses que resucitan.
Se plantea como alternativa a la oposición consistente/inconsistente
4
la noción de disonancia
cognitiva (Páramo, 1989), definida de la siguiente manera:
Dos opiniones, o creencias, o aspectos del conocimiento son disonantes si no
encajan entre sí; o sea, si son inconsistentes, o si al considerarlos solo a ellos dos
en particular, uno no se sigue del otro (Festinger; citado en Páramo, 1989: 36).
Las contradicciones presentes en las narraciones míticas podrían ser disonancias o bien
inconsistencias reales (Páramo, 1989). Es decir, no todo lo que nos parece absurdo (“mítico” en su
sentido occidental de sobrenatural o fantástico) tiene el mismo nivel, pues es tenido por más
inconcebible un absurdo lógico que uno físico o biológico. Por ejemplo, entre la fauna de Estados
Unidos, según la mitología de los hacheros de Wisconsin y de Minnesota, se encuentra el pájaro
Goofus Bird, conocido por construir su nido al revés y volar para atrás, porque “no le importa a
dónde va, sino dónde estuvo”. Animal que parece menos absurdo que escuchar o leer acerca de la
4
Sabemos que somos mortales y sabemos que no somos inmortales, pero no podemos saber las dos cosas al tiempo.
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existencia del pez Goofang, que “es del tamaño exacto del pez rueda, pero mucho más grande
5
(Páramo,1989: 28). Y si bien el primero contradice a la biología de las aves tal y como se conoce en
el presente, el segundo cuestiona el sistema de referencia que tenemos sobre tiempo y espacio, lo
que lo hace impensable. En el caso del misterio de la Trinidad, se dice que “una, efectivamente, es
la persona del Padre, otra la del Hijo, y otra la del Espíritu Santo []. El Padre es Dios, el Hijo es
Dios, el Espíritu Santos es Dios. Y, sin embargo, no hay tres dioses sino un solo Dios” (Páramo,
1989: 29); lo cual es inconsistente con la noción básica de identidad: no es posible pensar A = A al
tiempo que se dice que A = B, A = C y A ≠ B C. Y al no ser válido pensarlos no es posible
representarlos o visualizarlos, y el papel del misterio de la Trinidad no es “resolver el problema”, sino
hacer posible la mediación entre los resultados de diferentes corrientes teológicas que dieron
nacimiento al cristianismo.
Y cuando se dice que Jesús al descender a los infiernos ascendió a los cielos y está a la
diestra del Padre, se contradice en algún grado la diferencia entre arriba y abajo, pero al mismo
tiempo se da cuenta de un sistema espacial en el que hay un arriba, un abajo, una izquierda y una
derecha, supuestos espaciales que son familiares a la cultura occidental (Páramo, 1989).
En el lenguaje corriente, al decir que una narración (oral, escrita, cinematográfica) es
autocontradictoria se está diciendo que es trivial (Páramo, 1989). Es una versión formal del lema de
la Chimoltrufia
6
de que “así como dice una cosa dice la otra”, por lo que en realidad no dice nada.
Sin embargo, eso presupone que una teoría científica no ha de contener ninguna contradicción, lo
5
Según el Libro de los seres imaginarios, de Jorge Luis Borges.
6
La esposa del Botija, en el sketch “Los caquitos, de la comedia televisada mexicana Chespirito, representada por Florinda Meza.
(Nota del Editor)
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cual revela más una idea decimonónica de la ciencia, que la práctica científica desde la década de
1930, cuando se dieron a conocer los teoremas de la incompletitud de Gödel sobre la indecibilidad
de la teoría aritmética (Páramo, 1989). Esto es, que hay en la aritmética afirmaciones verdaderas
que jamás podrán demostrarse (Casanovas, 2005) o, dicho de otra forma, que no todo problema
puede ser resuelto porque en las matemáticas, como en las demás ciencias, no es posible estar
completamente seguros de que lo que se está haciendo es correcto (Stewart, 1998).
La ciencia desarrollada después de las geometrías euclidianas, después de Gödel,
de Einstein y de Heisenberg, extiende su programa de trabajo más allá del objetivo
de construir teorías que den cuenta de lo que pasa en el mundo exterior; la misión de
la ciencia del presente se ha extendido hasta proponerse el reconocimiento de sus
propias fronteras: la del último siglo es una ciencia de principios de incertidumbre, de
teoremas limitativos, de ‘modelos’ de interpretación provisionales y relativos. La figura
del científico capaz de revelar la única y completa verdad de un particular proceso o
cosa parece ser un arquetipo, un mito del pasado […]. El científico contemporáneo
que no comprenda el carácter relativo de su saber, o no es plenamente un científico,
o no es plenamente contemporáneo… (Páramo, 1990: 7).
Recapitulando, definir el mito desde la tradición occidental supone definir también la
racionalidad. Un relato mítico sería irracional según esa tradición. Y un relato sin contradicciones o
inconsistencias no se consideraría mítico. Así, ser un sujeto moderno implicaría tener acceso y
control sobre el entorno gracias a una forma de pensar autocrítica y objetiva o ajustada a la
evidencia empírica. Pero ese tipo de sujeto ha sido historizado para mostrar que no es un fenómeno
universal sino europeo y que requirió de una fase conquistadora y dominadora (ego conquiro) de
indios americanos, negros africanos y mestizos descendientes de europeos y nativos (siglos XVI y
XVII). A lo cual siguió el colapso de la España monárquica y la autorrepresentación de la “única”
modernidad basada en el desprejuiciado y objetivo ego cogito, buscador de la eficacia
administrativa, el control higiénico de las poblaciones y el control de las pasiones y excesos del
individuo en función de su productividad (Castro, 2005). Así las dificultades del diálogo entre
herederos de tradiciones culturales diferentes (“racionalista” y “mítica”) suponen que quien asume
relatos míticos al tratar de pensarse a mismo o a su cultura (“el petróleo es sangre de la madre
tierra”), puede comprender al racionalista por el mero hecho de que el racionalismo es universal y los
relatos míticos son locales (Uribe, 2002). Nuevamente, el logos o pensamiento racional, es el del
sujeto moderno, en tanto que el otro habla en términos contradictorios o míticos, no apegados a la
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evidencia objetiva (“la tierra es un ser inerte, la metáfora de que es una madre es un idea mítica,
contradictoria e irracional”).
Con el fin de no asumir las limitaciones inherentes al uso del racionalismo moderno fundado
en el supuesto de una ciencia objetiva, consistente y libre de incoherencias, Páramo (1989, 1991,
2001) propone la noción de mito definida desde la matemática (“propiedad estructural”) y
comprendida desde la lógica paraconsistente. A diferencia de los relatos míticos griegos o aztecas o
muiscas, la matemática no fue creada por una única cultura sino que ha sido un descubrimiento en
paralelo de diferentes culturas. Y la lógica clásica basada en la consistencia ha dado paso a lógicas
que introducen la incertidumbre o la paraconsistencia, en función de comprender creencias que de
otra manera se descartarían como irracionales, inconsistentes y, por ende, “míticasen un sentido
peyorativo.
Para que esa concepción no racionalista del mito sea accesible para el análisis de situaciones
concretas (poemas, filmes, telenovelas), es preciso reconocer que la experiencia cotidiana y
sensorial trata con un mundo provisional, limitado e imperfecto. Si a partir de eso ordinario o
cotidiano (un cepillo de dientes, un olor, una escena de película, un poema) se accede a
preocupaciones fundamentales por lo perfecto, ilimitado o atemporal, el sentimiento de estar en
contacto, de forma indirecta, con algo trascendente es entonces cuando se estaría revelando el
poder del mito (Páramo, 2002). Así como al estar en contacto con una puerta se está ante la versión
provisional de un rectángulo, y el hecho de que se destruya esa puerta no implica que desaparezca
la noción pura e idealizada que tenemos de rectángulo, así mismo estar en contacto con un poema,
un dibujo animado, la escena de una película o un estilo arquitectónico puede permitirnos acceder a
la noción pura o mítica de belleza, modernidad o maldad que ha estabilizado la cultura en que
vivimos, y que nos permite a su vez alcanzar un momento de trascendencia al contemplar esas
manifestaciones estéticas.
Ahora bien, puede ser que ciertos dibujos, estilos arquitectónicos, personajes de la literatura,
poemas o canciones hagan más accesible que otros una propiedad estructural o mito de
determinada cultura. En las barajas se han refinado ciertos paradigmas o modelos idealizados a
partir de accidentes históricos, pues ya no importa cuáles eran los monarcas que inspiraron los
cuatro reyes del naipe, pues se han depurado de su existencia provisional y efímera para llegar a ser
entes perfectos y atemporales. Esos modelos idealizados permiten ingresar a los supuestos
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culturales o principios estructurales que se manifiestan a través de esas cartas, personajes o
fragmentos de poemas y canciones.
En el estudio del mito (y la poesía), cuando se tiene un ejemplo o modelo
idealizado, preciso, económico y claro de algo, se suele decir que es un paradigma;
especialmente cuando, además, el ejemplo se ha hecho típico dentro de cierto
ámbito cultural (Páramo, 2001).
El mito, en tanto principio estructural, no está presente o consciente al momento de estar ante
un paradigma o escena típica que encarna un supuesto cultural trascendental. No es un recurso
intelectual para organizar el mundo, sino un trasfondo sobre el que es posible la organización
misma. No puede ser lo que creemos conscientemente en determinado momento, porque eso
implicaría el dominio de lo ordinario o cotidiano. Creer en milagros no es una actitud mítica, sino el
hecho de que se asuma implícitamente que hay un más allá (el azar, la suerte) que controla la vida
cotidiana al que no tiene acceso la ciencia tal como la conocemos. No es inusual que haya gente
que confía en que un animal prediga el clima, el resultado de un partido de fútbol o el número de la
lotería, aunque no se pueda explicar cómo lo hace. Eso es una actitud mítica, puesto que se asume
que hay algo más allá de ese hecho puntual, ininteligible a los sentidos y el sentido común cotidiano,
que le posibilita hacer esas predicciones y que le estaría negado a otros animales.
El hecho de que un judío llamado Judas se haya ahorcado no tiene mayor repercusión si no
se accede al mito de que la traición es indeseable. Decir que alguien es un Judas es depurar al
Judas histórico (si es que existió) de su historia personal y convertirlo en modelo puro de lo que
significa traicionar la fidelidad que se le tiene a un superior (Páramo, 2002).
Páramo usa metafóricamente otros términos como arquetipo o modelo (Páramo, 2001, 2002),
para expresar el mismo concepto del paradigma como perfeccionamiento de una tipicidad, donde
intervienen “valores heurísticos y estéticos como los de capacidad explicativa, simplicidad,
perspicuidad, armonía y elegancia” (Páramo, 2001: 58; cfr. Páramo, 2000: 486).
Ese procedimiento es el que parece seguir el periodista Antonio Caballero (1999) al tratar de
“abarcar en toda su complejidad y simplicidad igualmente pasmosas, a Estados Unidos, República
Imperial del siglo XX”, basada en sus mitos: el “sueño americano” o el ser un país nacido con
inmigrantes que llegaron sin nada y triunfaron, donde “la fuerza puede servir a la justicia, o más
exactamente, a la policía”, donde cada inmigrante tiene la posibilidad del “sueño americano”, es el
éxito en el que predomina la “confianza en la tecnología”, el “recurso a la hipocresía” (se castiga a
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Cuba por violar los derechos humanos de sus propios ciudadanos, pero no a Estados Unidos por
hacer lo propio con ciudadanos de otros países en Guantánamo), y la creencia naturalizada de que
su debilidad no es interna sino que proviene de una droga del exterior: la coca. El paradigma (su
vera efigie, dice Caballero) que nos pone en contacto con esos mitos es Supermán: un inmigrante
del planeta Krypton, con súper-poderes físicos pero no intelectuales (no descubre la cura del sida o
el cáncer), que oculta su identidad y que es inmune a las armas terrícolas pero no a la extraterrestre
kryptonita.
Ese superhéroe lo cimentó el guionista Jerry Siegel en otro paradigma: Jesús. En la narración
mítica cristiana, Dios envía a su hijo a salvar a la humanidad con su sacrificio físico, mientras este
último se daba a conocer por sus poderes curativos y la posibilidad de vencer a la muerte terrenal.
Relato creado por un pueblo convencido de que su Dios era el único dios posible, que los había
escogido y que enviaría algún día un mesías para rescatarlos de la opresión sufrida en diferentes
imperios (de los egipcios a los romanos). Estados Unidos también es el pueblo elegido que ha de
llevar ya no la salvación sino la libertad y la democracia a los pueblos oprimidos por el comunismo.
Una vez acabado el comunismo ha sido preciso buscar otros oponentes para ese destino libertario:
el terrorismo, Irán o Corea del Norte.
El hecho de que en Arabia Saudita no haya democracia no implica que sean invadidos para
imponerles la libertad, puesto que se quedarían sin petróleo, lo mismo que ocurre con la democracia
formal o dictadura tácita de Venezuela, segundo proveedor de petróleo de Estados Unidos.
Denunciar la contradicción entre pregonar la libertad democrática y aceptar dictaduras de sus
socios comerciales ha sido denunciado en diferentes filmes (Syriana, 2005; Leones por corderos
[Lions for lambs], 2007; Red de mentiras [Body of lies], 2008). Pero fue el espectáculo televisivo de
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la vulnerabilidad de Estados Unidos en su propio territorio, el 11 de septiembre de 2001, el que
cuestionó el mito de su invulnerabilidad. No estaban ahí ni Supermán ni Rambo para protegerlos. La
pregunta no era por qué los habían atacado, pues la respuesta era tan obvia como superficial y
apresurada: porque hay terroristas; el interrogante real del común de la gente era cómo habría de
ser castigado “el mal”. Fue en ese momento que se actualizó el mito de usar la fuerza para imponer
la justicia, o más bien, la vigilancia policial en Afganistán y en Irak.
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El autor retoma las normas dramáticas clásicas y plantea su importancia y vigencia en la escritura para cine y televisión. Tras definir los géneros clásicos y mostrar su pervivencia como prototipos, el autor expone específicamente el modo de escritura, la acción, la trama, la organización del texto, los caracteres, papeles y personajes para cada género.
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