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EL ESPACIO PÚBLICO Y LO URBANO COTIDIANO: IDEAS PARA UN PROYECTO RENOVADO

Authors:
EL ESPACIO PÚBLICO Y LO
URBANO COTIDIANO:
IDEAS PARA UN PROYECTO
RENOVADO
Juan Luis DE LAS RIVAS SANZ
Presentación
El presente artículo esboza una aproximación teórica al espacio público
desde dos vectores de interés: el espacio urbano cotidiano y la atención en el
diseño del espacio público que las ciudades y sus periferias ya tienen. En cierto
sentido, esta aproximación es incompleta, ya que no desarrollo con profundidad
todas las ideas. Sin embargo, sugiero un camino. La recomposición de lo público
en la ciudad contemporánea es una tarea permanente que no necesita de un
discurso grandilocuente, sino la reapropiación continua de los espacios existentes
por los ciudadanos desde el amplio espectro que proponen sus intereses
cotidianos. El diseño del espacio ha de facilitar esta reapropiación. En mi opinión,
el encuentro con la Naturaleza y la orientación sistémica de los espacios libres
públicos en la ciudad ofrecen una gran oportunidad que ha resolverse en cada
caso.
¿Espacios públicos excepcionales?
Explicar el éxito colectivo, el éxito de una ciudad, a través del éxito de su
espacio urbano significa vincular sociedad y espacio en sentido equívoco. Incluso
cuando se trata de casos muy conocidos y donde parece haber una relación casi
directa, como en la Barcelona de fin del siglo XX o en el Bilbao del “efecto
Guggenheim”. Los contextos sociales y culturales no pueden ser aislados ni
siquiera en estos casos, más allá de la propaganda, de las relaciones y
oportunidades que cada espacio urbano genera. En realidad, ¿qué es un espacio
urbano de éxito…?. Hay muchos lugares urbanos excepcionales, espacios
públicos en ciudades notables, donde no es sencillo establecer perfiles
generalizables que trasciendan lo estrictamente local o lo cultural específico. No
me refiero al espacio icónico del turista, el que puede ser parcialmente recogido
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por su cámara, ni siquiera al espacio –casi siempre histórico- que facilita la
identificación de la gente porque son espacios capaces de acoger parte de su
propia identidad. Sin duda, estos espacios son relevantes pero no son
problemáticos, y habitualmente son apenas unos pocos en cada ciudad.
Fig. 1. Crear un espacio
urbano público
significativo es un reto
permanente del urbanismo
contemporáneo, ¿cómo
cumplirlo? Circus y
Crescent en Bath, Reino
Unido.
El espacio público que me interesa no es el espacio público escaparate,
sino el espacio colectivo ordinario que, a escala de barrio o de ciudad, acoge la
vida urbana en su complejidad: ¿cómo afecta dicho espacio a quien lo habita?,
¿qué duración tiene este efecto?, ¿qué es un espacio público bien proyectado
capaz de enriquecer la vida urbana, ayudar a la gente que lo habita…?
No hay respuestas claras. Kevin Lynch en The image of the City, Gordon
Cullen en Townscapes, Christian Norberg Schulz en Genius Loci, Jan Ghel en
Life Between Buildings se han preguntado por ello de maneras diferentes. La
pregunta sobre el espacio público trasciende el interés por los espacios históricos,
aquellos que han sido resultado de acontecimientos singulares o del lento hacerse
en el tiempo, y desplaza su inquietud por los nuevos espacios asociados a la vida
cotidiana. ¿Qué ofrecen hoy los espacios públicos?, ¿cómo deben ser
proyectados? No es fácil articular respuestas objetivas aunque sabemos que la
ciudad necesita de un vigoroso sistema de espacios públicos que asociamos a la
vitalidad, diversidad y riqueza de la vida urbana. De hecho, los espacios públicos
son la puerta desde la que cualquier observador se acerca a las condiciones de
dicha vida urbana en cada caso.
En primer lugar, no deberíamos pensar sólo en espacios singulares
aislados: “No se reduce la sociedad a piezas sueltas sin perder algo: el ‘todo’, lo
que queda de él o lo que permite a dicha sociedad funcionar como un todo sin
caer hecha pedazos” (Lefebvre, 1972). La trabazón entre espacio público y vida
urbana no puede descansar sólo en un espacio singular, aunque este sea
El espacio público y lo urbano cotidiano: ideas para un proyecto renovado 143
excepcional, sino en un sistema articulado de espacios –ver Figura 1. Así ha
ocurrido en las ciudades donde el espacio público se ha convertido en un
argumento central de trabajo (Birmingham, Burdeos, Londres en torno al
Támesis, Lyon, Munich, etc.).
Ello nos lleva a pensar que es en lo cotidiano, y no ya en lo monumental,
donde encontramos una verdadera interacción entre espacio y vida urbana, es aquí
donde se hace posible “pensar” una y otra vez el espacio público.
Michel de Certeau en su The Practice of Everyday Life (1984) hizo
accesible una poderosa reflexión desde lo cotidiano1 sobre la crisis en la
percepción de lo urbano, de erosión y degeneración de lo singular y de lo
extraordinario en las grandes urbes, temas que habían detectado antes dos
vieneses ilustres, Musil en su Hombre sin atributos y Freud en La civilización y
sus descontentos y en El futuro de una ilusión, con los que el propio Certeau
introduce su texto. El trabajo de Certeau devuelve el interés por la “filosofía del
espacio cotidiano” cercana a la interpretación del uso de los espacios urbanos que
hace Henri Lefebvre en La production de l’espace: “el mundo que habitamos y
que percibimos está configurado por decisiones de las que sabemos muy poco”
(Lefebvre, 1974)2.
Lo urbano y sus rutinas: un teatro de lo cotidiano de dimensiones humanas
La ciudad ofrece a los grupos sociales y al individuo tanto un espacio de
encuentro como un espacio de manifestación. Es verdad que el “espacio público
urbano” es cada vez más un espacio intermedio de tránsito desde el que se accede
a lugares más o menos cerrados. Es también un espacio de ocio y servicio para
diferentes personas y grupos que encuentran en el espacio público oportunidades
de disfrute de su tiempo libre. Por ello, la vida urbana en su función básica de
intercambio “tiene lugar” o necesita del espacio público, incluso encuentra en él
su medida.
Sin embargo, este intercambio ha ido adquiriendo a lo largo del siglo XX
un perfil estrictamente funcional, dominado por las exigencias de la ciudad
especializada. Pensemos también en los sistemas de transporte público: allí
convergen multitud de personas sin apenas interacción entre ellas. No hay
encuentro.
A ese perfil funcional, contribuye sobremanera una de las características
fundamentales del espacio contemporáneo: su discontinuidad. No se trata sólo de
discontinuidad de los espacios, en una ciudad cada vez más extensa y menos
1 El antecedente de The Practice of Everyday Life es L’invention du cotidien (De Certeau, 1980), pero
fue su trabajo en América el que alcanzó mayor difusión.
2 La production de l’espace, texto de gran intuición aunque difícil, propone una interpretación general
del espacio urbano contemporáneo. Las aportaciones de Lefebvre hoy se recuperan con intensidad.
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densa, sino la discontinuidad que surge de la propia percepción del espacio. Ello
es resultado de que la mayoría de los movimientos se realizan “dentro” de
vehículos de transporte. Como alguien ha dicho, nos movemos en la ciudad
“encápsulados”. Y desde estas cápsulas –autobuses, taxis, coches, incluso
ferrocarriles urbanos- la percepción del espacio urbano está distorsionada por los
trayectos, por la velocidad y por lo poco que se puede observar “desde” las
ventanas de cada cápsula. Hay un sinfín de espacios urbanos “apenas transitados”.
Gran parte de la ciudad es invisible. Los americanos hablaron en los setenta de las
by-passed areas, enfatizando la invisibilidad de las coronas urbanas de pobreza.
En cierta medida, sólo desde la percepción del peatón es posible cierta
consciencia y “atención” por el espacio urbano.
La ausencia de encuentro y el incremento de la percepción distraída
caracterizan la comprensión del espacio urbano contemporáneo. Además, se trata
de un espacio caracterizado por la acumulación de significados dispares.
Efectivamente, en nuestra sociedad urbana compleja y competitiva, y también
conformista en muchos sentidos, el individuo vive inmerso en rutinas cotidianas,
en estilos de vida y modelos de comportamiento que son condicionantes pero que
también están abiertos y sometidos a cambios en entornos cada vez más
cosmopolitas.
Algunos autores han insistido en la fragilidad del espacio público cuando
éste queda sometido a los ritmos indiferenciados de lo social colectivo o
estructurado exclusivamente por los intereses del consumo (fig. 2).
La analogía con el teatro y la propuesta de una “reapropiación de lo
urbano” pueden, sin embargo, establecer un marco diferente de reflexión. El
individuo, el grupo y lo público entrañan una compleja y conflictiva confluencia
de intereses. Aunque no quepan perfiles absolutamente abiertos, cuando el
espacio público deja de ser un “teatro” solvente para la vida cotidiana, cuando lo
urbano se aleja de lo “humano” y de sus dimensiones, sólo cabe el refugio en lo
privado.
El individuo debe presentarse a sí mismo y presentar su actividad ante
otros en un contexto social concreto. En éste, procura guiar y controlar la
impresión que los otros se forman de él, y decidir lo que puede o no puede hacer
ante ellos. Estamos ante una interferencia entre la educación individual y la
cultura colectiva que caracteriza la grandeza de la vida común de una sociedad.
Ervin Goffman introdujo una explicación desde la perspectiva de la actuación,
aunque su “representación teatral” estaba centrada en el espacio de trabajo. Pero
puede ser útil la analogía con la vida urbana en general. La colaboración laboral
basada en la lealtad y en la disciplina, se apoya en lo que se espera de uno, en la
“puesta en escena”. Goffman afirma:
El espacio público y lo urbano cotidiano: ideas para un proyecto renovado 145
Fig. 2. El espacio público es un espacio de flujos y de encuentros imprevistos. No es un espacio de
control. Las Ramblas, Barcelona.
(Foto del autor)
“el individuo tiende a tratar a las otras personas presentes sobre la
base de la impresión que dan –ahora- acerca del pasado y el futuro. Es
aquí donde los actos comunicativos se transforman en actos morales”
(Goffman, 2004: 266)
“En su calidad de actuantes, los individuos se preocuparán de
mantener la impresión de que actúan de conformidad con las
numerosas normas por las cuales son juzgados ellos y sus productos”
(Goffman, 2004: 277).
Conceptos como el de fachada, mistificación, tergiversación, le sirven a
este autor para aproximarse al comportamiento individual y concluir que entre el
modo espontáneo de actuar y el modo ideado o artificial hay mayor distancia que
entre la naturalidad del honesto y el artificio del embaucador. Aunque el hombre
está destinado a la interacción social y a la colaboración, su capacidad de
interacción es limitada, el individuo tiende a no asumir riesgos: nos
especializamos en medios estables y prima por protección una vida social de
“puertas adentro”.
Si trasladamos esta idea a la vida urbana, el refugio privado sólo se
abandona si hay un interés que lo justifica, allí donde el individuo puede encontrar
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afinidades que facilitan sus decisiones de acercamiento a lo colectivo. ¿Cómo el
espacio público favorece o crea posibilidades de colaboración e interacción? En la
vida cotidiana hay interferencias entre lo privado y lo público –el trabajo, la
escuela, el transporte, el abastecimiento, el ocio…-, pero, para activarse como
colaboración e interacción, es imprescindible un encuentro que facilite la
detección de una comunidad de intereses, algo que sólo parece ocurrir hoy en los
periodos de “fiestas” populares, momentos en los que la gente se “vuelca” en la
calle.
A esa primera condición del comportamiento, del individuo que se
encuentra con su grupo y representa un rol ante él, podemos añadir su tensión por
pertenecer a su entorno de una manera significativa.
Henri Lefebvre plantea la “irrupción de lo cotidiano” al preguntarse
sobre cómo va a ser la vida urbana en la sociedad actual que sucede a la sociedad
industrial (Lefebvre, 1972). Por ello, en su crítica de la vida cotidiana, se mezclan
temas urbanísticos de siempre -como el transporte, la vivienda, el trabajo...- con
otros temas -el ocio, la vida sexual, el vestido, la publicidad…- y se da
importancia central al lenguaje. Este pensador francés capturado por las
reivindicaciones del 68 llega al panfleto, como él mismo destaca, para
desenmascarar los resortes de una “sociedad burocrática de consumo dirigido”
que reprime al individuo precisamente en lo cotidiano. Al denunciar una
concepción dominante de la cultura como “ideología del Estado”, discute su
pretendida unidad y pone en cuestión lo que concierne a lo cotidiano porque es
grave, “inquietante”… Es necesario fomentar una “apropiación” por el ser
humano de su ser urbano natural y social. Para “transformar lo cotidiano” se
necesita un lenguaje nuevo porque el paso del homo faber y del homo ludens al
homo quotidianus (un ser humano que reivindica su autonomía) no es evidente.
Es quizás este camino hacia una sociedad más “humana” el que permita
liberar lo creativo de la perspectiva de lo excepcional, el que haga que el conjunto
de los ciudadanos pueda tener mejor acceso al complejo de interacciones propias
de un rico espacio urbano. La imaginación individual exige un contexto formativo
más vasto que el que resulta del genio individual y un escenario social menos
dirigido. En el espacio público urbano, concebido como un “teatro abierto”, una
cotidianeidad “reapropiada” podría facilitar la modificación de la actual rigidez de
los usos y ritmos urbanos, su sometimiento a la necesidad. La recomposición del
espacio público no exige sólo un espacio de aparición o manifestación, sino un
espacio para la acción, plural y diversa, polémica y tensa. Porque modos
diferentes de colaboración han de convivir más allá de, o precisamente entre, las
dificultades en el espacio público, superando su confusión/disolución hoy
existente:
- con el espacio institucional o espacio oficial de los entes públicos,
- con el espacio social del trabajo y del consumo.
Ya Lefebvre había detectado que “el fenómeno y el espacio urbanos no
son solamente proyección de las relaciones sociales, sino también lugar y terreno
El espacio público y lo urbano cotidiano: ideas para un proyecto renovado 147
donde se enfrentan las estrategias”. Lo urbano conduce a una “complejificación”
porque los fenómenos sociales tienden a favorecer una mayor diversidad de
situaciones que, a su vez, producen una mayor fragmentación. Las relaciones
espacio-temporales quedan modificadas y el espacio adquiere la invisibilidad de
un campo diferencial:
“Los campos ciegos se producen entre los campos, los cuales, lejos de
ser apacibles, son campos de guerra y de conflictos […] El ojo no se
ve y tiene que recurrir a un espejo” (Lefebvre, 1970: 17 y 93).
“¿No se produce un campo no visible, ayer entre lo rural y lo
industrial, hoy entre lo industrial y lo urbano?” (Lefebvre, 1970: 35).
Hay paisajes urbanos que son “campos invisibles”, a los que no
prestamos atención.
Insisto en que en lo urbano no todo está a la vista, ni siquiera lo están la
desigualdad y el conflicto.
Por ello, la idealización de los conceptos clásicos de civitas y de urbs no
sólo es ineficaz: a la vez marchita la posible recomposición del ideario complejo
de una ciudad de ciudadanos, un espacio plural en la que sus habitantes sean los
reactiven su responsabilidad con el futuro de su ciudad ¿Qué modelo de
ciudadanía podría hoy levantarse encima del modelo social masificado,
fragmentado y a la vez indiferenciado vigente? El pasado y el futuro hoy están
activados por la hegemonía del “urbanismo operacional”, dirigido a acciones
concretas y dirigido desde arriba. Esto exigiría el contraste de una participación
ciudadana capaz de interferir y de colaborar con el poder establecido –la
administración pública y los partidos-, asignando a las ciudades –a sus
ciudadanos- el papel que les corresponde, una República de ciudades fundada en
la gestión participada de lo urbano. Pero en ciudades heterogéneas, sin pater
familiae ni patricios, ¿cómo se hace posible y viable la participación?,
¿participación de quién? La respuesta suele ser que han de participar todos
aquellos que se manifiesten interesados –los stakeholders-, algo muy frágil de
cara a legitimar sus decisiones3.
Insisto en que el espacio público es un espacio de “representación” en
tres sentidos, al menos: espacio de representación del poder, de sus instituciones
y símbolos; espacio de representación social de los ciudadanos, de su historia
común y de sus intereses ordinarios; y espacio de representación de la vida
urbana, teatro de las actividades cotidianas y de sus interferencias. El espacio
público es por ello y a la vez imagen de la ciudad y puerta de sus barrios.
3 Jordi Borja en La ciudad conquistada (Borja, 2003) ejemplifica esta tendencia, articulando su texto
en torno a tres conceptos: ciudad, espacio público y ciudadanía, que al considerarse redundantes
pierden significado.
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Pero, en la práctica, nunca se ha abandonado la ideología funcionalista y
su urgencia remedial. Lefebvre afirmaba:
“Dos grupos de cuestiones han enmascarado los problemas de la
ciudad y de la sociedad urbana, dos órdenes de urgencia, las
cuestiones del alojamiento y del “hábitat”, las cuestiones de la
organización industrial y la planificación global” (Lefebvre, 1969:
165).
E insistía:
“en la ciudad moderna se produce una segregación espontánea,
voluntaria, programada. El Estado y la Empresa, por arriba y por abajo
se empeñan en absorber la ciudad y pretenden acaparar las funciones
urbanas” (Lefebvre, 1969: 165).
Se trata del urbanismo sometido por la solución de “necesidades
básicas”, ya sean infraestructuras, viviendas o el espacio para la actividad
industrial, pero que simplifica la vida urbana, que elude la crítica cuando fracasa y
que minimiza el espacio de representación social, eliminando la espontaneidad de
grupos comprometidos y responsables.
Por esto, hoy hay que insistir en que la ciudad es un espacio de símbolos
reconocidos y/o reconocibles día a día. Habitar la ciudad exige leer estos
símbolos, lo que, como también plantea Michel de Certeau, conduce a su
apropiación como espacio de vida, espacio doméstico y espacio de
aprovisionamiento, pero no sólo de bienes, sino de ideas... (De Certeau, 1980). Se
abre así el camino hacia la visión “más natural” del espacio público, adecuada a
una sociedad compleja y heterogénea, y también a un espacio público más
dinámico y “fuera de control”. Decir aquí espacio simbólico es atender a algo
intensamente arraigado en lo cotidiano, pero sometido al azar, al juego de los que
participan en la vida urbana.
Lefebvre acuñaba para acercarse a ello el concepto de “tercer espacio”:
no es el espacio material que experimentamos con nuestros sentidos, ni la
representación de ese espacio, característica en el trabajo de arquitectos e
ingenieros, el espacio que es proyectado y gobernado, sino que es un espacio de
representación, relacionado con los anteriores donde se mezcla el imaginario
personal y el colectivo –acogiendo los tres conceptos de representación
enunciados. El tercer espacio es un espacio abierto a significados diversos,
activado por la acción y la imaginación social, variada y atractiva, que interactúa
con el espacio de la vida cotidiana y con sus expectativas4. Sólo en el tercer
espacio, profundamente social y antropológico, espacio de las mentalidades y de
4 “Defino el tercer-espacio como una manera de entender y de actuar dirigida a cambiar la especialidad
de la vida humana… la exploración del tercer-espacio puede estar guiada por ciertas formas de praxis
potencialmente emancipatorias, por la traducción del conocimiento en acción dentro de un esfuerzo
consciente –y conscientemente espacial- para conducir el mundo hacia una vía significativa” (Soja,
1996).
El espacio público y lo urbano cotidiano: ideas para un proyecto renovado 149
las motivaciones, encontramos una oportunidad de explicación de la forma
urbana, abierta a la vez al individuo y a los grupos sociales, objeto de estudio de
disciplinas diversas que reivindican la posibilidad de esclarecer sus lógicas
configuradoras5. Apenas hemos indagado en ello.
Es verdad que la sociedad contemporánea organizada por el consumo y
el interés oficial –no confundir con el interés público- plantea sistemáticamente
“el control” del espacio público, al servicio del mercado o del poder dominante.
El espacio público dirigido por la publicidad-propaganda. Ello facilita que el
espacio público permanezca sujeto a disputas y lógicas segregativas que se
reconducen por estrategias de aislamiento y de autoprotección. Sabemos que el
poder autoritario fomenta la privatización del espacio, disminuyendo su potencial
articulador de idearios colectivos. Sin embargo, y frente al ideal de control y
privatizador, justificados por razones de “seguridad”, existen en las ciudades
estrategias colectivas eficientes de autoregulación, fundadas en la colaboración y
no en la exclusión, tal y como se esforzó en mostrar Richard Sennet hace ya
tiempo: en la ciudad, y al lado de las estrategias del orden, se levantan las del
desorden, las lógicas de agrupamiento y de convivencia social espontáneas que se
hacen habituales. Son éstos los fundamentos de un espacio público en el que lo
oficial –necesario- interfiera con lo no oficial, permitiendo fenómenos de
reapropiación colectiva del espacio.
Los adalides del orden deberían tener en cuenta que sus excesos pueden
ser terriblemente reductivos (Sennet, 1970)6.
El espacio público en la sociedad de consumo, desorden y “apropiación” del
espacio urbano
Pensar lo cotidiano exige, por lo tanto, una aproximación crítica a la
realidad, poner en crisis el statu quo, no tanto -o no sólo- para saltarse las “reglas
vigentes”, sino también para dar cuenta de ellas, de cómo se manifiestan el
comportamiento individual y colectivo, un comportamiento que no es sólo libre
porque está profundamente arraigado en su propio entorno social. Incluso la
rebeldía se manifiesta estandarizada.
En una sociedad cada vez más compleja y “avanzada”, donde la
capacidad de elección del lugar donde vivir y trabajar de una minoría aumenta
mientras una mayoría queda sometida a muy pocas oportunidades, la calidad de
5 Como han señalado Ash Amin y Nigel Thrift, podemos mantener “la posibilidad de reconocer la
ciudad como estructura espacial que ofrece un objeto legítimo de análisis. Sin embargo, ¿cómo
debemos considerarla para conseguir dar un sentido a su extraordinaria variedad y complejidad?”
(Amin y Thrift, 2005)
6 Los textos de Sennet son en mi opinión muy útiles para renovar las ideas en arquitectura desde una
mejor comprensión de la sociedad contemporánea.
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los espacios urbanos y de sus servicios desempeña papeles y urgencias diferentes,
resuelve necesidades diferentes. El primer escalón, el de un espacio dotado de un
nivel justo de equipamientos e infraestructuras accesibles para todos, es
imprescindible pero no es suficiente. Sin embargo, hay una respuesta sencilla:
desde el espacio urbano se puede catalizar mejoras sociales, ya que en la medida
en que lo público tenga en la ciudad mayor calidad se beneficiará al conjunto de
los ciudadanos. Cada ciudad condiciona de modo particular las respuestas. Pero
este condicionamiento cultural está hoy sometido a una gran tensión
homogeneizadora.
Me gusta citar una idea de Virilio que resume por contraste esta tensión
homogeneizadora:
“Existen dos leyes en el urbanismo: la primera es la persistencia del
sitio. Una ciudad no se reconstruye jamás afuera. La segunda es que
cuanto más se extiende el lugar de habitación, más se deshace la
unidad de población” (Virilio, 1997).
Rehacer la ciudad existente y fomentar estructuras urbanas más densas
son, en mi opinión, dos leitmotiv del futuro urbanístico.
Efectivamente, estamos cada vez más ante una “ciudad extensa”:
“Lejos de la imagen unitaria que proponían las perspectivas de las
ciudades ideales del Renacimiento, los territorios urbanos de hoy se
manifiestan como una yuxtaposición de entidades sin lazos directos
entre sí, barrios residenciales, centros comerciales, estaciones y
aeropuertos, zonas industriales, servidas por infraestructuras
ferroviarias, carreteras y autopistas entrecruzándose... Todo ello no es
simple ‘desorden’, sino el resultado dinámico del ajuste a unas
condiciones sociales y económicas cambiantes, donde se configuran
espacios adheridos a una cotidianeidad diferente: sólo los ojos de un
híbrido, hombre-máquina o cyborg pueden comprender...” (Picon,
1998).
Estemos de acuerdo o no con esta idea, la realidad es que no es fácil
trascender lo fragmentario, recomponer la propia experiencia urbana con cierta
unidad. Por ello, sigue teniendo actualidad la “deriva” situacionista, su propuesta
de reconocimiento del espacio a partir de un orden arbitrario establecido como
simple itinerario.
Se comienza a tomar conciencia de los importantes cambios sociales,
económicos y culturales que están en el sustrato de la transformación de los
asentamientos urbanos y de sus implicaciones en el desarrollo del territorio en su
conjunto: desaparecen los límites de lo urbano incluso en áreas poco pobladas, se
incrementan las relaciones de intercambio y las ciudades conocen un proceso
expansivo desconocido desde la posguerra, con un crecimiento espacial dinámico
y disperso sin correspondencia con crecimientos de población relevantes, la
El espacio público y lo urbano cotidiano: ideas para un proyecto renovado 151
misma gente ocupando mucho más espacio consumido en actividades diversas.
Los espacios para el ocio y el consumo “regulan” los cambios y lo urbano ocupa
parajes que antes se identificaban con el campo o el monte.
Al lado del extraordinario crecimiento de las ciudades, de su
transformación interior y dispersión en el territorio, es posible reconocer nuevas
formas de organización, una realidad urbana comprendida y habitada de manera
diferente por sus habitantes. El sprawl, el centro comercial, la disolución
paisajística de la ciudad en la región, las grandes estructuras del transporte
facilitan una interpretación dominante de pérdida del espacio público a la par que
un debilitamiento de las relaciones sociales. Surge la nostalgia hacia “lo urbano
perdido”.
Arquitectos relevantes como Rem Koolhaas insisten: la ciudad es cada
vez más una realidad “genérica” (Koolhas, 1995). La ciudad contemporánea,
multiforme y compleja tiende, sin embargo, a presentarse como un universal,
dotada de una regularidad sorprendente. ¿Son o pueden ser estas ciudades como
aeropuertos? Detrás de esta maliciosa pregunta permanece la evidencia de las
semejanzas, de que hay aspectos visibles de las ciudades contemporáneas muy
parecidos, ya estemos en París o en Atlanta: la semejanza de lo edificado en los
nuevos suburbios, el culto a la velocidad y al artefacto, la hiper-presencia de las
infraestructuras y la fuerza de una realidad urbana dinámica y cambiante.
Semejanzas que quizás no puedan sostenerse más allá de una “percepción
genérica” e imprecisa. Koolhaas mezcla provocativamente sus impresiones con
las de otros autores en un delirio por el caos urbano, entendiendo la arquitectura
misma como una caótica aventura, aunque ahora liberada del compromiso crítico
de interpretaciones como la “deriva” situacionista.
Es cómodo renunciar, en cierta medida, a la explicación porque, como
Jean Rémy expresa, la ciudad se ha convertido a la vez en categoría descriptiva e
interpretativa, sometida a la atomización funcional de los poderes que la
organizan y a su control social (Rémy y Voyé, 1992). Bajo el pretexto de
organización, el organismo desaparece. Insisto: la ciudad son autopistas,
viviendas, parques, residuos, aguas, etc… y cada una de las oficinas que las
controla. Con la industrialización, se materializaron formas de racionalidad
económica y productiva que tienden ser estáticas y burocráticas. Se olvida la
relación entre vida social y lugar habitado. En realidad, la ciudad como
“institución” social corre el riesgo de ser un espectro (fig. 3).
Pero la ciudad es también una mediación entre mediaciones, una obra de
agentes históricos y sociales, espacio de relevancia de las instituciones, de los
actos individuales y de los acontecimientos colectivos. El fenómeno urbano es
polifónico, no hay una única voz capaz de narrarlo, de dar cuenta de ello.
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Fig. 3. Algunos planos
históricos muestran un tipo
de ciudad hoy imposible: el
mito funcional exige
eliminar una complejidad
que hoy se añora en las
partes nuevas de la ciudad.
Plano de Nolli, Roma siglo
XVIII.
La contradicción es que el resultado de la diversidad potencial de
intereses y de perspectivas se apaga, sin embargo, ante la atonía de una vida
urbana dirigida desde el consumo –consumo también de ideas y de política.
Lefebvre anticipaba el concepto, que más tarde Débord desarrolla, de la sociedad
del espectáculo: “ante nosotros se extienden como un espectáculo... los elementos
de la vida social y de lo urbano: disociados, inertes” (Lefebvre, 1969: 118)7,
espectáculo que se construye sobre los cimientos de una sociedad ociosa,
desarraigada en gran medida del trabajo: la sociedad urbanizada tiene una relación
extraña con la realidad; es ociosa, no está atenta, se fía de la
publicidad/propaganda. Lefebvre se pregunta, como ya lo había hecho Daniel
Bell, ¿será el disfrute lo que corresponde a la nueva sociedad urbana? Lefebvre,
con Castoriadis o Virilio, concluye el ascenso de lo insignificante como nueva
categoría. La sociedad espectáculo es una respuesta que califica el concepto de
espacio público moderno, teatral y ambiguo, preparado para el despliegue de los
poderes dominantes: la administración pública, dirigiendo la cultura, con su
“efecto Beaubourg”, y el mercado, reinventando el espacio comercial, ya sea en el
centro tradicional o en el nuevo mall comercial.
La estructura de las ciudades se modifica incluso en elementos antes tan
estables como la centralidad urbana: “La centralidad constituye para nosotros lo
esencial del fenómeno urbano, pero una centralidad considerada junto con el
movimiento dialéctico que la constituye y la destruye, que la crea y que la
extingue” (Lefebvre, 1970: 122).
El urbanista que trata de controlar la ciudad es un cegador cegado, un
planificador en un limbo de papel. El suyo es un urbanismo de la pasividad que se
caracteriza por la ausencia de participación de los interesados, el plan sin el
usuario, el habitante como el tercero excluido en el diálogo urbanista-arquitecto.
7 Dice Guy Debord en La société du spectacle (1967): “Toute la vie des sociétés dans lesquelles
règnent les conditions modernes de production s'annonce comme une immense accumulation de
spectacles”.
El espacio público y lo urbano cotidiano: ideas para un proyecto renovado 153
Sólo dando prioridad a lo histórico y a la vida que deriva de lo singular
en cada caso, frente a lo inerte funcional, se puede encontrar salida a esa atonía, al
aislamiento individualista de la sociedad moderna. Aquí surgía el “derecho a la
ciudad”. Como un derecho a participar y disfrutar de la vida urbana, en un marco
lúdico, es una restitución del derecho a la obra, al habitar participativamente, a la
apropiación:
“Restituir el sentido de la obra que el arte y la filosofía aportaron;
conceder prioridad al tiempo sobre el espacio, sin olvidar que el
tiempo se inscribe y escribe en el espacio, poner la apropiación por
encima de la dominación” (Lefebvre, 1970: 156).
Asumir el control de esta temporalidad de la vida urbana, sometida a
tiranías y a regularidades, es clave.
Rémy, discípulo de Lefebvre sin perfil revolucionario, interpreta las
lógicas de apropiación como dinámicas de integración en el modelo dominante.
El espacio, explica Rémy, es a la vez inductor e inducido de las formas sociales.
La lógica que explica la producción de un espacio no explica necesariamente las
formas de apropiación. La apropiación del espacio pertenece al ámbito de lo
individual, de lo cultural y de lo social. Jean Rémy caracteriza la apropiación del
espacio en un contexto urbanizado donde algunos factores condicionan el
proceso: la descomposición del centro, la prioridad del signo frente al símbolo,
una vida social fuerte y una vida colectiva débil. Aquí también pueden actuar lo
que hemos denominado “estructuras del desorden”, porque el espacio es un
recurso utilizado y valorado de forma diferente por los actores de cara a hacer
valer sus prioridades en la transacción social. Por ejemplo, un gueto puede ser
hoy tanto instrumento de exclusión como de promoción social. Los modos
espaciales de la vida social, la estructuración formal o informal de las relaciones y
de las actividades, los regímenes de intercambios, los códigos de representación y
su legitimidad –lo que está permitido, el control de la intimidad, los roles...- son
fenómenos sociales vistos desde un ángulo específico.
Así, a pesar de que las dificultades de la vida cotidiana, la violencia o la
pérdida de sentido que impone la necesidad, somos muy sensibles a la condición
des-estructurante de algunas transformaciones urbanas pero también a la aparición
de nuevas coherencias: la ciudad es el lugar donde grupos diversos,
permaneciendo diferentes los unos de los otros, encuentran posibilidades
múltiples de coexistencia y de intercambio, compartiendo legítimamente un
mismo territorio. Ello no sólo facilita contactos programados sino, sobre todo,
multiplica las oportunidades de encuentros aleatorios y favorece el juego de las
estimulaciones recíprocas. La solidaridad global puede ser sustituida por una
multiplicidad de solidaridades. Por ello, intervenir en el espacio público es
sustantivo.
JUAN LUIS DE LAS RIVAS SANZ
154
La relación casi directa que existía entre lugar, forma y función social en
el espacio urbano tradicional ya no tiene lugar en lo urbano contemporáneo. Pero
a pesar de su fragmentación y discontinuidad, el espacio público sigue
desempeñando un rol clave. La tarea pendiente es la adecuación de las formas, la
superación del funcionalismo a partir de un renovado interés por la complejidad
de la vida urbana y la construcción social del espacio. Cualquier nueva
racionalización de lo urbano ha de plantearse en constante formación, desarrollar
un interés específico por lo cotidiano, y ser capaz de detectar los espacios
concretos del habitar, incluso en sus ambigüedades, yendo más allá de la
necesidad. Como una ecología específica –como oikos/logos, ecología es el saber
sobre la casa, el espacio que habitamos-, el urbanismo ha de ser más perspicaz.
Permanece la duda sobre las cualidades del espacio urbano que deberíamos
fomentar, aunque probablemente el espacio urbano tradicional en Europa, por su
unidad y diversidad, siga siendo ejemplar, pero sin “la nostalgia del espacio
perdido” porque ese espacio preindustrial, agrario y preurbano ya no existe y
cuando existía era un espacio de privilegios sometido al imperio de la necesidad.
Paisajes urbanos, relaciones de proximidad
Autores como George Baird intentaron trasladar al campo de la arquitectura ideas
para salir de “la crisis del espacio público”, del problema cultural de una sociedad
deficitaria en su public realm, tal y como pensadores como Hanna Arendt y
Richard Sennet habían anticipado. Baird planteaba abiertamente la necesidad de
construir un espacio público como espacio de manifestación, donde la
arquitectura contribuya a la creación de lugares donde mostrarse y encontrarse
con los otros (Baird, 1995). Escibía Arendt:
“Para los hombres la realidad del mundo está garantizada por la
presencia de otros, por su aparición ante todos, ‘porque lo que aparece
a todos, lo llamamos ser, y cualquier cosa que carece de esta aparición
viene y pasa como un sueño, íntima y exclusivamente nuestro pero sin
realidad”8.
El espacio público ha de estar dotado de esta realidad. Sin embargo,
¿cómo hacerlo?
Desde la Instant City de Archigram al espacio neo-tradicional del New
Urbanism, la arquitectura sigue planteándose este empeño. Incluso en los últimos
veinte años se ha invertido con euforia en los espacios urbanos tradicionales de
toda Europa, un revival urbano que, sin embargo, ha penetrado con lentitud en
nuestras inmensas periferias: ¿dónde están los nuevos espacios significativos?
8 Cita de La Condición Humana (1958), de Hannah Arendt, hecha en Baird, 1995.
El espacio público y lo urbano cotidiano: ideas para un proyecto renovado 155
¿Ha triunfado definitivamente el complejo comercial en las periferias? ¿Esto es
malo?... Quizás no se trate de hacer mucho.
Otro clásico acude en nuestra ayuda como primera fuente. En Muerte y
vida en las grandes ciudades, ya en 1961, Jane Jacobs proponía estar más atentos
a lo que se construye, en apariencia, espontáneamente. Pero a la vez que hablaba
de “the need for mixed primary uses y defendía los valores de la densidad y de la
diversidad urbana -temas hoy convertidos en “dogmas” del urbanismo sostenible-
Jacobs insistía en su interés por el “paisaje urbano” a partir de una idea que ella
denominaba “visual order” y de la que destacaba tanto sus limitaciones como sus
posibilidades. Es posible fomentar este orden visual con pequeñas acciones. El
diseño urbano tiene ante sí una interesante tarea: transformar lo urbano actual. No
podemos prescindir de la lectura de la forma del espacio urbano propuesta por
Kevin Lynch. Su concepto de “legibilidad” sigue vigente, como ocurre con el
concepto secuencial o seriado de townscape, de Gordon Cullen: habría que
comenzar pensando en la posibilidad de crear espacios más agradables y en
reeditar las pocas reglas que dan sentido a “los paisajes urbanos”.
El diseño del espacio público tiene que ver con este orden visual. El
proyecto urbano converge aquí con el proyecto paisajístico. Se trata de
“componer” un paisaje urbano, en gran medida de “recomponerlo”.
Decir paisaje significa acudir a una lógica narrativa, abordar la
comprensión de un espacio concreto a través de la lectura articulada de sus
componentes. Aquí la cultura arquitectónica tiene una oportunidad extraordinaria:
una arquitectura que está participando en la construcción del espacio social y en el
respeto inteligente de la Naturaleza que todavía es posible reconocer en cada
territorio urbano. No se trata tanto de introducir una “nueva teoría explicativa”
como de proponer una narración capaz de recoger el proceso de racionalización
de los fenómenos urbanos analizados, lectura de “indicios” que permitan acceder
al “puzzle” y, probablemente, mostrarlo estructuradamente, recomponerlo sin que
sea necesario “descifrarlo”.
La revalorización del paisaje como orden visual es también la búsqueda
de una relación diferente entre ciudad y Naturaleza. En el nuevo contexto de lo
urbano extenso la ciudad no puede ya ser un todo artificial. Fortaleciendo los
principios del desarrollo sostenible, hay que superar la variable “patrimonial” y
activar la vía creativa. La reflexión sobre los rasgos específicos del paisaje (sus
dimensiones natural, rural y urbano-arquitectónica, su condición de “forma del
territorio”) tiene ante si el desafío de convertirse en algo útil para el proyecto
urbano.
Brevemente recuerdo lo que sucede a finales del siglo XX en los
espacios que algunos denominaron “territorios abandonados” –espacios
ferroviarios, industriales, portuarios- y que más tarde se denominaron
brownfields, ya con una perspectiva ecológica. Estos espacios van a ser claves en
un periodo económico expansivo para la reforma interior de las ciudades -en las
JUAN LUIS DE LAS RIVAS SANZ
156
grandes ciudades como Londres, Rotterdam, Lyon, Barcelona o Berlín, siempre
con sus singularidades, pero también en ciudades medias como Nantes, Bilbao o
Manchester. El sector público anima el mercado inmobiliario y se apoya en
programas corporativos de amplio alcance en los que “la imagen de la ciudad” se
introduce como argumento central de las lógicas de competencia internacionales,
al amparo de grandes programas de desarrollo urbano. Se produce así una
transición “sin dudas” del conservacionismo al urban renewal de los waterfronts
cuyo antecedente estuvo al otro lado del Atlántico, en Baltimore, San Francisco o
Nueva York. Hoy se olvidan en muchos casos las crisis desencadenantes, como
fue, en el caso de Bilbao, la reacción tras las inundaciones de 1983. Más allá de
las grandes diferencias, la transformación de las ciudades en pocos años es
sorprendente y, en España, ha estado acompañada de un ciclo de crecimiento de la
construcción sin precedentes.
El espacio público adquiere un papel a la vez de bálsamo y justificación
de las acciones y se transforma en el espacio de la propaganda, en un argumento
para ganar elecciones. En la ciudad se actúa “por partes”, en el centro y en la
periferia, y se confía a las grandes infraestructuras y a las áreas verdes la posible
unidad del conjunto.
Sin embargo la interpretación desde la “cultura del paisaje”, de la
estructura y arquitectura urbana, del paisaje urbano –de la ciudad y de su región-
con herramientas nuevas o ya conocidas, puede ser mucho más ambiciosa y dar
cuenta de lo que apenas se ve en nuestros territorios. El dinamismo fragmentado y
desordenado –caótico- de la forma urbana puede encontrar aquí “un contexto
explicativo”, un sentido no lineal para el visual order.
En la práctica el parque y el jardín urbano, o los espacios útiles como los
paseos, se han mostrado mucho más eficaces que otros espacios públicos. De
hecho las “plazas contemporáneas” más relevantes no son sino plazas históricas
revisitadas (fig. 4). Se habla sin parar de ciudadanía y de espacio público, pero en
la realidad comprobamos –en particular sobre espacios antes abandonados- que no
hemos creado un nuevo espacio público, sino sólo rehecho el espacio público de
las ciudades históricas y de sus bordes a la vez que ha renacido en Europa el arte
de los parques y jardines, incorporando muchos lugares antes en desuso o
inadecuados al sistema de espacios libres públicos.
Aquí no sólo influye el auge de lo ecológico. Lo que esta en juego es lo
que valora la gente, llamémoslo “relaciones de proximidad”. En parques y
jardines, la Naturaleza ofrece a los usuarios una utilidad directa y, a la vez, la
comprensión de espacio no es difícil, ya que al mensaje inmediato de salud se le
añaden los derivados del servicio prestado.
El espacio público y lo urbano cotidiano: ideas para un proyecto renovado 157
Fig. 4. Plaza en Rotterdam
central, diseño de West 8.
Muchos espacios públicos se
rehacen hoy con lógicas de
escenario, de teatro abierto.
(Foto del autor)
Se abre así una puerta interpretativa donde cobra sentido una mayor
investigación sobre el paisaje urbanizado y su relación tanto con el paisaje
preexistente como con “la Naturaleza”, en sentido amplio, clave de acceso a una
lectura de la forma del territorio mucho más eficiente en la ciudad-región. La
dimensión de la ciudad-región –o metropolitana- permite con ello un cambio de
escala en el concepto de espacio público y una percepción diversa de los espacios
abiertos o “vacíos”.
Se puede aprender de la comparación entre las ciudades de ambos bordes
del Atlántico en doble sentido. De hecho la obsesión por entender el espacio
público a la europea, imitar sus secuencias de espacios públicos tradicionales –
calles y plazas, jardines- ha inducido mímesis desastrosas en nuevos espacios y ha
facilitado una comprensión negativa del potencial urbano de las ciudades
americanas: sus parques y sus entornos naturales. Desde F. L. Olmsted es posible
abordar el paisaje urbano en diálogo con el paisaje natural preexistente, tal y
como reconocía el artista Robert Smithson al reflexionar sobre Central Park. Los
parques y paseos ajardinados, con actividades urbanas en sus bordes, están
también en el origen de lo que algunos especialistas americanos comenzaron a
plantear en los 70 del pasado siglo, con mucha más intensidad que sus
contemporáneos europeos: la promoción de una pedestrian revolution, dando
nuevo valor a los espacios urbanos (Breines y Dean, 1974).
El acierto de la reactivación del parque urbano y, sobre todo, del sistema
de parques y espacios públicos no es sólo atractivo, sino que da nuevo sentido al
espacio público porque renueva la vida urbana.
Recordemos La ciudad no es un árbol, donde, en 1965, Christopher
Alexander afirmaba: “para la mente humana el árbol es el vehículo más fácil para
los pensamientos complejos […] pero la ciudad no es un árbol […] es un
receptáculo para la vida” (Alexander, 1965). En el árbol lógico, configurado como
un fractal elemental, la estructura matemática impide que las piezas se relacionen
JUAN LUIS DE LAS RIVAS SANZ
158
si no lo es a través del tronco común: “En la estructura de árbol ninguna pieza o
unidad está conectado a otra unidad si no lo es a través del medio que unifica el
todo”... por ello, Alexander propone pensar en estructuras en entramado o
celosía, hechas de discontinuidades, entrelazamientos y yuxtaposiciones, frente a
las arbóreas, donde no hay interferencias o superposiciones, simplificación que
sólo beneficia a proyectistas, planificadores, administradores y promotores. La
mente humana tiende a ver en el árbol el vehículo más fácil para los pensamientos
complejos, pero la ciudad no es un árbol, su complejidad es mayor.
Alexander utiliza la referencia a las construcciones arbóreas de la
matemática y a sus replicantes para aventurar un camino diferente. En la ciudad
hay interferencias. Es un espacio donde unas realidades entrelazan con otras. El
proyecto espacial no puede ser ajeno a ello. Frente a la lógica del artefacto
mecánico, la ciudad se presenta como una compleja y multiforme construcción
social.
Es allí donde los recursos que la Naturaleza nos ofrece ayudan a
comprender, en su profunda imbricación con cada lugar o territorio. Hablar de
paisaje en temas urbanos es hacer referencia a lo anterior, comenzando a describir
la complejidad observada. Tiene aquí sentido un concepto bien fundado de
espacio público, en el que lo nuevo y lo existente dialogan con un horizonte
temporal amplio, y sobre un concepto renovado del espacio urbano asistido por la
tensión paisajística.
Inercias espaciales, ciudadanos y culturas urbanas: oportunidades en lo
urbano existente
La arquitectura y el urbanismo mantienen como una de sus preocupaciones más
dramáticas la de recuperar y/o crear “espacio público”. La ciudad americana y la
ciudad europea la comparten, aunque en Europa se serene gracias a lo que aporta
la ciudad histórica.
Es algo que viene de lejos. Lo había percibido Charles W. Moore al
escribir, en 1965, You have to pay for the public life (Moore, 1965)9, un escrito
incisivo sobre la desaparición del espacio urbano de encuentro o su privatización
en el mall comercial. El texto finaliza admirando las calles y plazas de
Guanajuato, la ciudad minera mexicana hoy reconocida por la UNESCO como
Patrimonio Mundial. Gran parte de sus preocupaciones permanecen en unas
ciudades donde lo nuevo tiende a plantearse con estructuras dominadas por los
espacios privados o un microcosmos de espacios públicos irrelevantes. No puedo
desarrollar su perspectiva aquí, aunque fomento el contraste con el ¡Nos vemos en
Disneyland! de Michael Sorkin.
9 Este título es el elegido para la edición de Selected Essays of Charles W. Moore (Cambridge: MIT
press, 2001).
El espacio público y lo urbano cotidiano: ideas para un proyecto renovado 159
En cualquier caso no creo que hoy sea acertado interpretar nuestra
sociedad urbana como un modelo social masificado e indiferenciado, como si
estuviéramos todavía inmersos en la rebelión de las masas. Los habitantes de la
ciudad tienen en las sociedades avanzadas oportunidades para remover su atonía y
recuperar, frente a un gobierno local burocratizado, su responsabilidad y su
capacidad para enfrentar el futuro y tomar las decisiones. La complejidad
institucional es hoy extraordinaria y un ciudadano puede participar en decisiones
urbanas de maneras diversas, no sólo en función de su trabajo sino también de sus
intereses. Reconocerlo sería la primera calidad de lo público.
La arquitectura tiende a reducir lo urbano a los mecanismos de su forma
física. Pero hay que tener en cuenta lo que la gente hace. La ciudad y el territorio -
su arquitectura- son los espacios en los que una sociedad se manifiesta, donde se
levanta un complejo social heterogéneo en sus condiciones contemporáneas de
diversidad y pluralidad. Incluso allí donde se produce un declive urbano, en
medio de sociedades con problemas graves, las estrategias espontáneas de
convivencia muestran cómo podemos encontrar no sólo muchos casos de vida
urbana atractivos, sino una fuente para recorrer otros caminos. Al lado del
derecho a agruparse en la ciudad está el derecho a pasar inadvertido. Lo primero
es recuperar la ciudad para el paseo. Lo segundo es garantizar espacios públicos
abiertos y seguros, y dotarlos de actividades, de densidad en sus entornos para
garantizar la vitalidad urbana.
Pensemos en el simple hecho de pasear por la ciudad. Me refiero al que
camina porque no tiene prisa, al paseo del flâneur, paseante vagabundo, al dolce
fare niente del viajero aventajado, que como un stroller, simplemente deambula
por la ciudad y a la vez trata de comprenderla, de reconocer en ella sus
significados. Pasea para vivir la ciudad y quizás para recomponer su experiencia
como en la deriva situacionista. La creación de grandes avenidas para el paseo
colectivo, donde conviven el escaparate y el café con el ruidoso ajetreo de los
tranvías y de las masas de gente, ha sido una de las primeras características
modernas de la ciudad. Me gusta recordar que la modernidad, en sus ideales ha
sido siempre contradictoria, incluso ha estado desamparada frente a la
modernización y sus mitos de progreso. M. Berman mostró con acierto cómo el
hombre moderno arrojado a la ciudad es un ser expuesto –a la actividad, a los
otros, al caos urbano- y, si no existe una incorporación consciente de la
complejidad, de sus condiciones de fragmentación y discontinuidad, su
incomodidad le conducirá a refugiarse en algún “lugar seguro”. Le obligará a
abandonar su paseo.
Las calles son también el lugar de la rebelión popular, de las barricadas y
de la reconstrucción de la identidad colectiva. Las calles no son lugares
tranquilos, son espacios dionisíacos porque allí están siempre “los otros”, son un
lugar público donde la sociedad se expresa y se confunde. Donde el paseante se
siente inseguro. Una sociedad que no sabe resolver la incertidumbre, el
desplazamiento y la pérdida de dominio que la calle implica, que tiende a
imaginarlas como espacios apolíneos o a domesticarlas, al final huye. La sociedad
JUAN LUIS DE LAS RIVAS SANZ
160
se escapa de las calles y se refugia en contenedores, en espacio seguros. No en
vano la primera percepción de la gran ciudad fue inquietante, leamos a Simmel,
Weber, Veblen u Ortega y Gasset, acudamos a los pintores… (De las Rivas,
2001).
La ciudad es un complejo social de extraordinaria diversidad, así vemos
grupos muy cohesionados entre sí, casi tribalmente, y por lógicas protectivas en el
caso de los emigrantes, y vemos el modelo opuesto en el habitante urbano
cosmopolita e individualista, ligado a una familia nuclear, vulnerable a pesar de
su posición y riqueza. Algunos autores han afirmado que la ciudad europea oscila
entre dos polos, la polis, la ciudad estado y fortaleza, y la civitas, ciudad de
ciudadanos. Los burgueses, habitantes de la polis, serían sobre todo los motores
del crecimiento económico, y los ciudadanos, habitantes de la civitas, serían sobre
todo los defensores de la igualdad social (Cacciari, 1987; Dahrendorf, 1991). Es
evidente que en el desarrollo de la sociedad urbana se mezclan poblaciones
diversas y, a veces, el hombre económico y el trabajador parecen llevar una vida
totalmente distinta de la del hombre político. Son los habitantes de la urbs, la
ciudad cosmopolita y compleja de la antigüedad romana, pero ¿los que viven en la
urbs son habitantes o ciudadanos? Más allá de la fácil respuesta, necesitamos toda
la energía de la civitas y de la urbs, de sus interferencias y de los espacios
urbanizados que estén hoy lejos de ambas.
Para el urbanista, cada vez más, es importante la analogía con el juego.
En el juego las reglas están claras pero el resultado es indeterminado. En todos los
juegos de equipo hay momentos caóticos y no por ello se incumplen reglas.
Incluso se puede pensar en el juego no sólo como estrategia explicativa, sino
proyectual: proponer un nuevo espacio público es hacer algo divertido, como hizo
Koolhaas en su propuesta para La Villette en París, como ya propusieron
Archigram, como plantea abiertamente el retorno contemporáneo al jardín,
incluso como propone el parque temático y sus críticos. ¿Acaso defender lo
público tiene que ver con acabar con el ocio, con el consumo responsable, con el
azar que exige el tiempo libre...? Si el objeto es el de facilitar una apropiación
significativa del espacio urbano y construir desde ella el espacio público,
consumo y ocio han de ser incorporados.
El intento por recomponer el imaginario colectivo se enfrenta con
problemas de significado. La mayor parte de lo que se edifica no tiene que ver con
algo realizado para permanecer. Si no sirve, puede ser rehecho o eliminado. Los
que aceptan que “el carácter del paisaje refleja los valores de una cultura”
desearían reconocer en el territorio la proyección de los ideales y principios de la
sociedad actual, pero sólo encuentran las prioridades y vaivenes de las lógicas
tecnológica y económica que se despliegan en el paisaje.
El espacio público y lo urbano cotidiano: ideas para un proyecto renovado 161
En este sentido, recupero lo ya dicho: el proyecto prioritario va a estar en
rehacer la ciudad existente mejorándola y, al lado, está el de recuperar la
Naturaleza en la ciudad.
Hay cambios sociales que favorecen esta perspectiva, compatible con
una interpretación mas abierta del espacio. Como afirma Mitchell:
“En el siglo XXI la condición de la urbanidad civilizada se puede
basar menos en la acumulación de objetos y más en el flujo de
información, menos en la centralidad geográfica y más en la
conectividad electrónica, menos en el aumento del consumo de los
recursos escasos y más en su gestión inteligente. Descubriremos cada
vez más que podemos adaptar los lugares existentes a las nuevas
necesidades conectando de nuevo el equipamiento, modificando la
informática y reorganizando las conexiones red, sin necesidad de
demoler las estructuras físicas y construir otras nuevas” (Mitchell,
1999).
Es este potencial transformador el que interesa, capaz de arraigar en las
geografías locales. La geografía es imprescindible si ese proceso de adaptación
espacial busca vías significativas de vinculación de lo urbano con la Naturaleza.
El árbol lógico permanece como amenaza frente al programa abierto adaptado en
un lugar con sentido, más allá de la quimera de la flexibilidad del espacio. Los
edificios antiguos rehabilitados una y otra vez dan cuenta de esta flexibilidad.
Mitchell proponía como idea programática una “recombinant architecture” como
capacidad de hacer posible el lugar digital fortaleciendo la idea misma de lugar.
Se trataría de rehacer espacios y no sólo de inventar nuevos espacios. Para ello,
los edificios han de recomponer su sistema nervioso, pero los nuevos dispositivos
estarán al servicio de la habitabilidad y de la adaptación al entorno. Para Mitchell
es posible un programa rizómico –idea prestada de Deleuze y Guatari- que, ante
el infinito potencial de conectarse, ofrece la oportunidad de cumplir una
aspiración: la de vincularse a la identidad de determinados espacios. El programa
sería el nuevo genio del lugar.
En consecuencia, si se da por sentado que los espacios públicos
favorecen una vida colectiva creativa, con independencia de qué espacios públicos
tratemos, podemos no equivocarnos si aprendemos a reprogramarlos. Gran parte
de los espacios públicos contemporáneos son semipúblicos o incluso espacios
cerrados pero otra gran parte no son todavía espacios públicos. Son espacios
vacíos, intersticios urbanos, espacios de borde, espacios semi-abandonados,
espacios inútiles o mal pensados, abiertos o cerrados. Es aquí donde cabe un
programa diferente, arraigado en una concepción sistémica y articuladora de
dichos espacios
Una actitud prudente evitaría las grandes preguntas. El diseño del espacio
público debe desempeñar un papel concreto si queremos en cada caso remover los
obstáculos que la calidad de vida y la equidad social encuentran. Se plantean
JUAN LUIS DE LAS RIVAS SANZ
162
nuevos objetivos en los que “un espacio público bien concebido” no puede estar
ausente:
- valorar los paisajes más frágiles, los espacios menos prósperos o
más difíciles de la ciudad, donde se manifiesta la complejidad y
riqueza de la vida urbana con sus mestizajes,
- replantear lo que ocurre en la nueva exópolis, fuera de los límites de
lo que parece la ciudad normal.
Son los espacios donde los ciudadanos ponen en crisis su ideario, donde
lo sólido se mezcla en el aire.
Fig. 5. Para acoger la vida
urbana el espacio público
necesita versatilidad,
capacidad de adaptarse: la
arquitectura suele sin
embargo actuar con una
dureza excesiva. Nueva
plaza-paseo en Madrid.
Desde el programa y desde la forma, el concepto de espacio público no
puede replantearse aislado, ya que está imbricado con otros temas urbanos, al
menos con tres de los temas que se han ido consolidando al lado de una
repropuesta de lo urbano cotidiano:
El espacio público y lo urbano cotidiano: ideas para un proyecto renovado 163
- “mixticidad”, un programa urbano fundado en la mezcla de
usos/actividades en un marco de respuesta a programas abiertos,
flexibles;
- tipologías híbridas, respuesta espacial con formas urbanas y
arquitectónicas adaptables, destinadas a hacer efectiva esta mezcla
articulando espacios centrales y espacios de servicio;
- espacios públicos como sistema, interacción en el soporte físico de
la vida urbana colectiva, diversidad en la estructura funcional
cotidiana de la ciudad y mayor intensidad de su estructura simbólica.
Son temas que facilitan una reconsideración estructurada del espacio
público, aunque la dificultad está en que su diseño va a exigir el arraigo de
algunos factores transversales:
- que, en la ciudad sin densidad, fomentemos acontecimientos de
densidad (como ocurre en algunos centros históricos);
- que, en la ciudad fragmentada, construyamos lugares de continuidad
(como los corredores comerciales o sistemas de parques);
- y que, en la ciudad segregada, seamos capaces de crear estructuras
de conectividad (herramientas para la interacción recombinando
espacio, allí donde surge un espacio público que no es sólo un
espacio abierto).
No estamos ante el proyecto de una “ciudad nueva” sino, sobre todo, en
el desafío de transformar “todo” lo que ya tiene lugar en la existente.
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Article
Full-text available
En Santiago de Chile, como en otras partes del mundo, los conjuntos habitacionales del movimiento moderno abarcaron grandes superficies de terreno en los que se configuró una lógica distinta a la manzana tradicional compacta de la ciudad latinoamericana, con importantes espacios interiores, circulaciones y comercios que se disociaron de la calle y el tránsito vehicular. La investigación busca aprender de las posibilidades que albergan estas formas construidas y desvelar las preferencias de los usuarios por estos espacios públicos –los que se muestran muy versátiles en su potencial de adaptación– teniendo en perspectiva los aprendizajes que se pueden deducir de esta forma de densificar la ciudad. Con este fin, se despiezan los espacios de uso público, se catastran los usos y se identifican los ambientes destacados para poner en relación las características espaciales con las preferencias de los usuarios.
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Traducción de: Le Droit a la Ville
Article
The global digital network is not just a delivery system for email, Web pages, and digital television. It is a whole new urban infrastructure--one that will change the forms of our cities as dramatically as railroads, highways, electric power supply, and telephone networks did in the past. In this lucid, invigorating book, William J. Mitchell examines this new infrastructure and its implications for our future daily lives. Picking up where his best-selling City of Bits left off, Mitchell argues that we must extend the definitions of architecture and urban design to encompass virtual places as well as physical ones, and interconnection by means of telecommunication links as well as by pedestrian circulation and mechanized transportation systems. He proposes strategies for the creation of cities that not only will be sustainable but will make economic, social, and cultural sense in an electronically interconnected and global world. The new settlement patterns of the twenty-first century will be characterized by live/work dwellings, 24-hour pedestrian-scale neighborhoods rich in social relationships, and vigorous local community life, complemented by far-flung configurations of electronic meeting places and decentralized production, marketing, and distribution systems. Neither digiphile nor digiphobe, Mitchell advocates the creation of e-topias--cities that work smarter, not harder.